Mi padre llegó de Cartagena a Madrid en 1951, no tenía ni veinte años y la ciudad, toda ella, se le vino encima como un peso ingobernable, estuvo dos o tres meses y tuvo que volver a su casa lleno de soledad y pesadumbre. Pero no se achantó, nada de eso, y en 1953 volvió para quedarse. Los dos primeros meses le costó otra vez, y se paseaba por la calle Cartagena lleno de nostalgia y abatimiento, sin embargo de repente, un día, empezó a sentirse bien. Esto es como cuando superas un virus y notas que el cuerpo vuelve a ser el mismo y palpita contigo una especie de crecimiento interior, pues eso, el resto ha sido el amor y conocimiento de una ciudad como a uno mismo.
A veces pienso que ese esfuerzo que hizo mi padre, esa pelea con la comodidad ante su hermosa ciudad natal y su ternura, me la ha traspasado a mí. Es una extraña y rotunda herencia que percibo cuando descubro una calle o me pierdo no sé qué lugar, de esos que mi ciudad pinta y florece cada amanecer.
Yo como mi padre amo Madrid hasta decir basta. Es como un hermano pequeño, es una sombra, un terrible rumor constante, una barrera, una basura, una lanza, un armario roto debajo de un árbol, pero lleno de esa cosa medio popular, medio culta, medio amargo, medio dulce que Madrid tiene y que si lo dejas crecer se vuelve un ojo y un corazón y una boca que te sonríe, que te insulta o que te besa.
Por eso me llega al alma la situación, entre lo cómico y lo burlesco, entro lo desagradable y lo inhumano que vive mi ciudad de la mano de nuestra alcaldesa Manuela Carmena. Es la peor gestión de un ayuntamiento que recuerdo, es peor todavía que el horroroso Álvarez del Manzano y eso es algo que pensé, no verían mis tristes ojos.
El centro de la capital es sencillamente intransitable, las obras invaden casi su totalidad, el ruido es ensordecedor, la venta ambulante y sus famosos manteros, ocupan espacios descomunales, a veces hay un mayor número de ellos que de viandantes. La ciudad está llena de suciedad, los edificios saturados de pintadas, el tráfico es mejor no comentar… y luego las bicicletas de alquiler por todas partes, las del ayuntamiento y las de otras empresas que hay tres o cuatro, y los patines eléctricos de alquiler, y los coches de alquiler, y las motos, y las… las calles están saturadas de cacharros que unos dejan y otros cogen peligrosas para los viandantes, los niños y las personas mayores.
A mi que ponga en la cabalgata a los Reyes Magos vestidos de payasos me da igual, la verdad, que no quiera poner la foto de Miguel Ángel Blanco me molesta, pero bueno… pero ver como pasear por el centro es una pesadilla me tiene torturado.
Por eso pido perdón a los madrileños, yo voté a Manuel Carmena, la vi capaz de hacer una gestión valiente, nueva y tenía esa aurea de izquierdas que me ilusionaba, pensé que haría las cosas para todos, pero ¡madre mía! Para empezar en seguida tuvo la genial idea de restringir el tráfico cuando hay contaminación alternando los números de las matrículas, o sea que los que tienen dos coches no tienen problemas y los que tienen uno, y además lo usan para trabajar, se quedan en casa y pierden trabajo.
Creo que voté sin pensar demasiado, no lo haré más, porque está en juego la ciudad que amo, la de mis padres, la de mis hijos, mi rincón pequeño donde amar el mundo.