Por Natividad Cepeda*.- | Marzo 2018
Ha llegado la primavera despertando a la naturaleza dormida irrumpiendo en la penosa realidad de la vía dolorosa de los millones de parados españoles.
Ha llegado el tiempo de cuaresma envuelto en la lujuria de los que cobran sueldos de muchos ceros de miles de euros, con el balance desolador de aquellos otros, que carecen de lo estrictamente necesario.
Por los barrios de pueblos y ciudades, el consumo ha emprendido el viaje de no consumir, cerrando tiendas y talleres, dejando tras de sí una sociedad menesterosa que ha alcanzado los máximos niveles de bienestar, y que ahora, ve con ojos asombrados, que tiene que renunciar a ellos, porque otros han acaparado fortunas espectaculares difíciles de calcular.
En las largas sesiones de las empresas, al revisar la balanza de pagos y deudas, los resultados son demoledores, quedando reflejado en el despido de plantillas de trabajadores con cargas familiares, deudas de hipotecas impagadas y gravadas con la usura, de quienes en el ayer cercano, inflaron su precio hasta cotas inimaginables.
Es esta situación un escarnio del que se han mofado, y mofan, los poderosos de la sociedad, de esos otros: los trabajadores, obreros de cualquier oficio y profesión que buscan como salir adelante, sin otro equipaje, que el de encontrar un trabajo.
Trabajo que nos devuelve la mirada a las fuentes primeras del Evangelio para los que son despreciados y zaheridos por la tragedia del desamparo. Porque no otra cosa es este desamparo social donde la felicidad se sostenía en adquirir cosas materiales olvidando el camino del amor.
Amor desde la equidad de la justicia natural de los seres humanos que proclamó aquél al que le quitaron la vida para sellar su boca. Se llamaba Jesús de Nazaret. Jesús, perseguido por reclamar justicia para los pequeños e ignorantes, frente a los legisladores carentes de esa garantía necesaria.
Garantía anulada también hoy en esta vía dolorosa de esta primavera española de 2018.
Ahora, de nuevo, escucho preguntarse a personas diferentes en edad y escala social qué, a dónde está Dios que permite pasarlo mal a tantas personas. Ahora ante la impotencia de llamar a las puertas y encontrarlas cerradas, Dios vuelve a ser interpelado. Se busca su auxilio en el calvario del Gólgota de cada día…Ampáranos Señor, pedimos, porque no tenemos nada. Menos que nada. Nos hemos quedado con la carencia absoluta de no encontrar salida a esta inamovible situación. De poco nos sirve la rabia acumulada y las lágrimas derramadas en el silencio absoluto, de los que mendigan pan y trabajo, porque hasta el pan, falta en las mesas de muchos de nosotros.
Nosotros, los que dependemos los unos de los otros, los que en tiempo de bonanza olvidamos el rostro compasivo, justo y sabio de Jesús de Nazaret. Nosotros, los que nos arrimamos a las salas del poder y miramos a otro lado, cuando vemos como medra la avaricia y la injusticia, llenando las arcas de los impíos carentes de piedad.
Nosotros, que acatamos nuevas doctrinas que masacran hermanos, explotando abusivamente de todos ellos, para sacar rendimiento y agrandar fortunas que, como la divinidad mitológica, distribuye los males más que los bienes.
Gime el corazón en esta vía dolorosa ante el huracán inseguro del desmoronamiento económico, y nadie nos saca de la inepta inercia en la que estamos sumergidos. Porque ¿quién habla de pecado y pecadores? Nadie, son palabras desfasadas. Pero ¿acaso no es pecado quedarse con el salario de otros aludiendo argucias de inestabilidad económica?
Todo esto nos suena, es viejo y caduco aunque nos empeñemos en ignorar los cristos sufrientes que ni se atreven a pedir una limosna de trabajo porque hasta nos falta fe y esperanza los unos en los otros.
Tenemos escrito en las entrañas de nuestra sociedad equivocada un manifiesto de dolor. Dolor de no saber encontrar ayuda porque ni sabemos tender la mano a quien nos lo pide con la mirada. Dolor de carecer de conciencia, al carecer de solidaridad fraterna. Dolor, y dolor de existencia vacía de valores, de auténtica humanidad.
Pobres hijos del hombre nacidos de mujer que olvidan su flaqueza y pequeñez.
Pobres, por olvidar que el futuro es incierto y Dios nos lo advierte desde tiempos lejanos. Pobres por dejarnos engañar por lo hijos de las tinieblas: oscuridad del consumo voraz que no deja tirados en la cuneta de la muerte sin fe en nosotros mismos.
Vía dolorosa de semana tras semana, no para quienes creemos que Dios es Cristo, y desde la cruz nos dice que después de la muerte hay resurrección. Resurrección para salir de los conceptos engañosos y dejar de ser marionetas de los falsos profetas desde cualquier tribuna. Patrimonio de amor cristiano, ese es nuestro abolengo. Salir al paso de la naturaleza y resucitar confiando en el futuro porque Dios jamás nos deja de su mano.
Pascua de Resurrección, fiesta del centro del cristianismo la Pascua florida de la esperanza, porque después de la vía dolorosa y el calvario, Jesús de Nazaret, nos asegura que el grano de trigo muere para convertirse en espiga y pan.
- *Natividad Cepeda es escritora, poeta y articulista en prensa digital e impresa.