Me gusta mucho comer, ¡qué leche! como a todos y añoro de qué manera la comida de mi madre que era tradicional, equilibrada, espontánea, dulce y salada con un poco de ella en cada plato, y la ciencia también de su madre, de su abuela… sin embargo debo decir que detesto toda esta cultura abultada, pinchona, aplastante y cansina que hay ahora con la alimentación, los platos de vanguardia, los libros de cocina y los niños que guisan en la televisión compitiendo con otros niños y llevados por un impulso desaforado y muy poco infantil. Por no hablar de los cocineros que parecen tener en sus manos la verdad de todo y se pasean luciendo palmito, coche nuevo, reallity televisivo, restaurante con estrellitas y esa nueva manera chulesca que tienen de mirarlo todo.
Un país donde los cocineros son más famosos que los poetas es un país cuanto menos extraño, de esos en los que puede pasar cualquier cosa. Cierto que lo mejor es la indiferencia, maravilloso deporte que deberíamos practicar con mayor asiduidad, el poeta Javier Pérez-Ayala escribió un libro titulado, El día mundial de la indiferencia, estupendo hallazgo y Juan Antonio Mendizábal me dijo un día que todos los cocineros parecen el mismo cocinero, inculto, sobreactuado y con ganas de firmar autógrafos a las niñas de primera comunión y a sus abuelas.
Menos mal que sabemos también mucho de nuestro país y eso nos hace tener claro que esto es una simple moda y que dentro de unos años de todos estos cocineros, programas, niños prodigios que hacen gachas no quedará ni la sombra de un churro, vendrán otras modas eso sí, entre el vivir y el soñar hay una tercera cosa, adivínala, dijo magistralmente don Antonio Machado. Soñemos que alguna vez se ponga de moda la cultura, la verdadera, la buena.
(Invierno,2017)