Hay quienes cada día procuran convertir el verbo “politizar” en un término peyorativo, atribuyéndole falsamente dos significados negativos: confrontación estéril y manejo partidista. Pero la política no es solo confrontación. Y la política no es partidismo.
Los seres humanos somos seres eminentemente sociales, vivimos en sociedad, interactuamos en comunidad. La política es la actividad que organiza el espacio público compartido. Y cuando la política es democrática, se practica desde los principios y conforme a los intereses de las mayorías, respetando los derechos de todos.
Incluso aquellos que promueven la antipolítica, procurando el descrédito de las instituciones democráticas, persiguen un objetivo político. Su propósito consiste en sustituir la política democrática por la política autocrática, o tecnocrática, o plutocrática, o mediocrática.
Es decir, persiguen que, en lugar de organizar el espacio público conforme a los valores, intereses y voluntades de la mayoría, se haga en función de los valores, intereses y voluntades de un dictador, de ciertos tecnócratas, de los más pudientes…
Se dice, por ejemplo, que la elección de los vocales del gobierno de los jueces mediante el voto de los representantes democráticos de la ciudadanía equivale a “politizar” la Justicia.
Quienes así se pronuncian defienden que “despolitizar” la Justicia consiste en que el gobierno de los jueces no sea elegido por los representantes de 47 millones de españoles, sino por solo cinco mil togados. Hacen política, solo que no es política democrática, sino política tecnocrática, política conservadora, en defensa de intereses de parte, de la parte de siempre.
La señora Arrimadas ha llegado a defender en tribuna parlamentaria que la priorización, distribución y gestión de los fondos públicos destinados a superar la vigente crisis sanitaria, económica y social no debe estar a cargo de “políticos”, sino de una “institución independiente”.
Pero, ¿cabe algo más “político” que definir y gestionar los recursos públicos que han de servir para salvar vidas, empleos y bienestar social? Si los “políticos” elegidos por la ciudadanía no tienen este cometido, ¿cuál es su papel? ¿Para qué sirven?
¿Y quiénes han de ser esos “independientes”? ¿Quién les elegirá? ¿Y en función de qué valores y de qué intereses actuarán? ¿Serán partidarios de promover empleos estables o subempleos precarios? ¿Defenderán la transición ecológica o la depredación ambiental?
Arrimadas, como otros pregoneros derechistas de la antipolítica, también defienden agencias independientes para gestionar la sanidad, mantener la educación fuera del debate “político”, prescindir de la opinión de los representantes públicos en la conformación de entidades reguladoras…
Llevada esta convicción al extremo, cabría invitar a la presidenta de Ciudadanos a dejar su puesto para que lo ocupe un independiente de prestigio, ¿o no es suficientemente importante el liderazgo de su partido para que lo detente una personalidad no contaminada por la “política”?
No. Hacer política democrática en la configuración del gobierno democrático de los jueces es justo lo que corresponde en un régimen democrático. Y es lo que corresponde en la gestión de los fondos europeos para sacarnos de la crisis, y en el desarrollo de las políticas sanitarias y educativas que harán de nuestra sociedad una sociedad más o menos justa…
Por el contrario, votar contra los presupuestos generales de España en el momento más crítico de nuestra historia reciente, con la mirada puesta en la siguiente campaña electoral, no es hacer política sino partidismo, del peor.
La antipolítica no es un fenómeno nuevo, ni en la historia ni en Europa. Resurge cada vez que una crisis grave afecta a la estabilidad de las instituciones democráticas. Y siempre busca lo mismo: apartar la política del interés común, para ponerla al servicio del interés de unos pocos.
La antipolítica presenta casi siempre dos vertientes: la populista y la tecnocrática.
Los populistas denigran la política democrática en su afán de sustituirla por el poder del autócrata, el taumaturgo, el falso salvador, el demagogo.
Los tecnocráticos reniegan de la política democrática para restaurar la aristocracia, el gobierno de los que se reivindican como pocos pero mejores.
Sí, la política tiene muchos defectos, pero es insustituible.
Y sí, la política democrática resulta a veces insuficiente, limitada, lenta, contradictoria, exasperante… pero la única alternativa compatible con la salvaguarda de nuestros derechos y libertades es… una mejor política democrática.
Dediquemos a ello nuestros mejores esfuerzos durante 2021.