Pasaba por allí, en efecto, un día luminoso; quería descubrir, casi como un juego, los secretos más guardados de los árboles cuando iban dando vida, poco a poco, a las nuevas flores. Uno, si repara atentamente cuando pasea, puede descubrir como mínimo tres cosas distintas o desconocidas en el Retiro: que allí hubo en un tiempo un cementerio, que el fruto del madroño no sólo es dulce sino que contiene algún tipo de opiáceo que pudiera ‘colocarte’ en un sitio inesperado, y que las esculturas de alguien que haya sido famoso –sobre todo hombres- son numerosas y no les conocemos bien. ¿Por qué no les adosan una pequeña placa explicativa para conocer sus méritos y así poder apreciarles más?
El caso es que uno pasea distraído, ahora bien, eso no supone el no escuchar. Por ejemplo cuando, pasando delante de ese edificio entrañable, desmontable y risueño que es el escenario de los títeres que suele estar instalado justo frente a la Biblioteca, uno de los niños (bien acomodado en la fila de sillitas de colores que disponen los señores muñecos para que los pequeños asistentes estén cómodos) responde a la pregunta que formula, como al aire, uno de los muñecos ataviado con telas de colores: “¿Y qué es algo que está cerrado, es redondeado y dentro está lleno de blanco?
-¡El autobús del Real Madrid!, se oye la voz infantil
De ahí, claro, no se debe deducir que a los niños pequeños no les guste la leche, al contrario. Lo que ocurre es muchos llevamos los colores en el corazón. Recuerdo lo que, hace algún tiempo, decía un señor Notario hablando con su voz más solemne a otro señor muy serio: “Has de saber que yo lo primero que he aprendido a decir fue: Papá, Mamá y ¡hala Madrid!
He de manifestar, también, que yo pienso desde hace mucho tiempo que los títeres es algo maravilloso: te anima el corazón con aventuras extraordinarias, te ilusiona con historias de amor, te lleva de viaje a islas lejanas donde los sensatos no tienen problemas para sobrevivir… Y, lo mejor, aunque hay historias donde a veces existen discusiones, al final siempre gana el moderado, o el que sabe ceder ante los argumentos del otro. Los elegantes actores –en su colorida y original vestimenta- saben que cada uno de ellos tiene un poco de razón, así que, para qué pelearse… (lo otro sería como desordenar, romper, manchar…)
Las personas, como los días, como las flores de los árboles, son distintas todas ellas, cada una entre sí. En el espectáculo que se desarrolla al aire libre siempre hay lugar para un niño más, y cuando te levantas te das cuenta que has aprendido algo; incluso es probable que hagas un nuevo amigo
En ese espectáculo no hay peleas de las malas, ni insultos, ni se aprende que el otro es un enemigo; al contrario, el otro es distinto y ya está. La princesa es guapa, el caballero es valiente y al final todo se resuelve hablando, con buena educación. Al otro que no eres tú, al distinto a ti, no tienes por qué despreciarle, sino escucharle, conocerle.
Un día incluso le oí decir a una señora a mi lado: ojalá fuese así en el Congreso de los diputados.
Pues eso: gracias señores títeres, gracias señores titiriteros.