QUERRÍA, si se me alcanza, escribir unas notas, a vuela pluma, de lo que algunos doctos en este mester, han dicho sobre esta preceptiva de la poética. Antes de ponerme a ello, confieso que debería de haber escuchado a Horacio; sin embargo, por mi ignorancia, que suele ser atrevida, no lo hice: “Summite materiam vestris, que scribitis, aequam viribus, et versate diu que ferre recusent quid valeant humeri”. Que, por si erramos en la cita, lo diremos en román paladino: “Que medite el autor, antes de poner la pluma, la materia que va a tratar, y averigüe si está o no sobre sus fuerzas”.
Y para ello, nos acogemos a un fragmento del “Cancionero de Baena (1445), Juan Alfonso de Baena”: “El arte de la Poetria e gaya ciencia es una escritura e composición mui sotil e bien graciosa e dulce e muy agradable a todos los oponientes e respondientes della e componedores e oyentes. La cual ciencia e avisación e doctrina que della depende es habida e recibida e acantada por gracia infusa del Señor Dios que la da e la envía e influye en aquel o aquellos que bien e sabia e sotil e derechamente la saben facer e ordenar e componer e limar e escandir e medir por sus pies o pausas e por sus consonantes e sílabas e acentos e por artes sotiles e de muy diversas e singulares nombranzas. E aun así es arte de tan elevado entendimiento e de tan sotil engenio que la non pueden deprender nin haber nin alcanzar nin saber bien nin como debe salvo todo home que sea de mui altas e sotiles invenciones e de mui elevada e pura discreción e de mui sano e derecho juicio e tal que haya visto he oído e leído muchos e diversos libros o escripturas e sepa de todos e lenguajes…”
Habría que recordar siempre el famoso dicho de Horacio: «Si vis me flere, dolendum est primum ipsi tibl'(si quieres que llore, primero te tiene que doler a ti). Y, además, no siempre quiere el cielo, darnos este don. Nos lo recordaba Cervantes: “Yo que siempre trabajo y me develo/por parecer que tengo de poeta/la gracia que no quiso darme el cielo…”
A todo y a todos debe dirigirse la poesía. Quizá buscando las esencias; («busca las palabras, las mide, las pesa y las pone en su lugar», -fr. Luis de León-,) y nada deja al azar porque sabe «facer e ordenar e componer e limar e escandir e medir por sus pies o pausas e por sus consonantes e sílabas e acentos e por artes sotiles e de muy diversas e singulares nombranzas”.
Esto de la poesía no es asunto de vanidad, sino de heroísmo. Es sabido que la poesía -el poema- tiene sus llaves, sus claves en sí, o se torna opaco. El autor no puede estar al margen de su obra; representa al hombre que es. Cuanto le suceda al hombre le pertenece por nacer: “Porque el delito mayor del hombre/ es haber nacido”, nos dejó aclarado Calderón.
Nos recordaba don Luis Rosales que: “Escribir es un arte que no precisa de estudios, sino de aptitudes. La técnica no se improvisa: cada poeta, cada generación tiene que descubrir su propia técnica. La poesía no es un juego, sino una vía de comunicación; una razón de amor, que va a explicarnos o a tratar de explicarnos el misterio del hombre y el misterio de la vida. […] Se acabó por tanto la poesía de mogollón y al primer envite, la cuchipanda de las palabras…” Recordaré unos versos de nuestro Pedro Salinas: “Facilidad. Mala novia/¡Pero me quería tanto!”
Nuestro admirado y recordado Ramón de Garciasol, nos decía: “ESTO de la poesía es asunto de heroísmo, no de vanidad. ¿Por qué vamos a pretender que mientras dormimos o vagueamos nos den hecho lo que los demás, hijos de tan buena madre, se ganan? Alguien que se llamaba Baudelaire, dijo con toda verdad y gracia: “La inspiración viene trabajando”.[…] El poema es una confesión, como todo acto de la vida humana. También lo que deja de hacer voluntaria o coectivamente, por no dar más de sí o por resultar frenado. En otro caso se queda en juego estético, que pone el carro delante de los bueyes o da voces o arma ruido. Retoricar para adormir conciencias y sensibilidades no es tarea poética, aunque le parezca a muchos pocos evolucionados, a pesar de la vitola, de la música externa o de los resonadores que confunden altura y pedestal, escalofonamiento y verdad, colorete y poesía…”
Oigamos la voz del vate Mariano Rivera Cross, de su libro, “Dioses y héroes en retirada”.” De la ética y de la poética”; en el que, como ya habrá advertido el lector avisado la poética va disfrazada de poema:
“¿Podrá un día un verso,/un poema, un libro,/cambiar a un hombre, a un pueblo, a un mundo/que, llevado por un magnetismo desconocido,/se empeña en dar honores a los poetas/cuando estos no solo dudan de sus emociones,/sino que también dudan de las ideas que las forjaron/y de la justicia que debiera existir en el corazón de Dios?
Porque una vez escrita y no borrada la primera estrofa,/qué poeta no es capaz de preguntarse/ ¿por qué escribo versos, /si poseo la certeza de no alterar ni al rebelde grito de la juventud,/ni al vuelo bajo de estaño de las golondrinas/anunciando la fertilidad de la lluvia?…
La palabra poética no es un lenguaje lógico; es un espejo ante el misterio humano. Que se surte, además y por, de palabras. No nos podemos sustraer de lo que somos: aprendices de amanuense. Sería el caso de quien esto que ha dicho,-escrito-, suscribe. Por tanto, no podría entender, quien esto dice, desde la crítica (ya se sabe que la crítica suele retratar más al crítico que definir la obra criticada). Sino desde la defensa de la plenitud de la poesía; que no se consigue de una manera personal; sino desde el logro colectivo de todos y cuantos contribuyen. Y, como no podía ser de otra manera, me subrogo al poeta de Praga, Reiner María Rilke: “Nada es tan ineficaz como abordar una obra de arte con las palabras de la crítica: de ello resultan equívocos más o menos felices. Las cosas no son tan comprensibles y descriptibles como generalmente se nos quiere hacer creer…”
Y ya para rematar este “hacillo” (permítaseme la licencia de convertir este “haz” en diminutivo:“Atado de mieses, lino, hierba, leña o cosas semejantes, para atar estas notas) en traer a colación a don Antonio Machado. En un momento de “Los Complementarios” inventa a José Luis Fuentes, «poeta sanluqueño, místico y borracho» que murió en Cádiz al acabar el siglo XIX. En una soleá dejó su credo poético:
“Obscuro para que atienden; / claro como el agua, claro/ para que nadie comprenda.”
No podíamos dejar fuera de este aserto a Gabriel Celaya, uno de los representantes de la que se denominó «poesía comprometida» o poesía social, junto a Miguel Hernández, Blas de Otero, Ángela Figuera Aymerich, José Hierro, Gloria Fuertes, Ramón de Garciasol, Julián Andújar, Carlos Álvarez Cruz, Jaime Gil de Biedma, David Dávila, María Montoya… Quien concebía la poética desde este prisma social-humano:
“Maldigo la poesía concebida como un lujo/cultural por los neutrales/que, lavándose las manos, se desentienden y evaden/. Maldigo la poesía de quien no tima partido hasta mancharse.”
Como ven, unas notas para aclarar en lo que podamos, por dónde camina la poética en estas percepciones concretas. Claro está, tomadas a vuela pluma. Y, ni que decir cabe, sin pretensión alguna de fijar tesis alguna de la preceptiva poética: esto que aquí se dice, es un incipiente apéndice, quizá ni eso,(unas notas tomadas rápidas) del exhaustivo corpus que configuraría esta disciplina.