María Luisa Suárez Roldán, pionera de la abogacía laboralista en España, ha fallecido en Madrid a la edad de 98 años. Era viuda desde tenía una hija adoptiva. Su vida se vio estrechamente vinculada a la política antifranquista y a la lucha sindical mediante la defensa, durante casi cuatro décadas, de la clase obrera represaliada en las prisiones, las comisarías y los tribunales franquistas. ‘Era valiente hasta decir basta’, dice de ella el periodista Marcel Camacho, hijo del dirigente histórico del sindicato comunista Comisiones Obreras, al que María Luisa pertenecía desde su fundación. ‘Era una mujer excepcional, llena de afecto hacia sus semejantes’, añade su amiga Marita de Díaz Cardiel.
María Luisa había nacido en la calle del Cardenal Cisneros de Madrid en 1920, el seno de una familia republicana de clase media. Educada en la Institución Libre de Enseñanza, en 1941 ingresó en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense y fue una de las tres mujeres de la primera promoción tras la Guerra Civil allí licenciadas. Comenzó a ejercer la abogacía en Ávila, donde conoció a Taqui, una doméstica, a la cual tiempo después adoptaría como hija. La letrada madrileña ingresó en el Partido Comunista de España en 1955. En Roma, fue promovida al Comité Central de dicha organización, a la sazón en plena clandestinidad, que le encomendaría la defensa en España de militantes y dirigentes obreros presos y represaliados. Su fogueo profesional en tales lides comenzaría como ayudante del jurídico militar Alejandro Rebollo, con Amandino Rodríguez defensores letrados del dirigente comunista Julián Grimau, juzgado por un tribunal militar de la madrileña calle del Reloj, sentenciado a muerte por fusilamiento y ejecutado en el campo de tiro de Campamento, en la periferia madrileña, el 20 de abril de 1963. El proceso y muerte de Grimau halló eco y rechazo en toda Europa, cuando el franquismo trataba de acreditarse aprestándose a festejar 25 años de paz en una inacabada guerra civil.
Un bufete histórico
A finales de los años 50, María Luisa Suárez abre en Madrid un bufete de abogados, junto con José Jiménez de Parga y Antonio Montesinos. Con ella colaborarían también los letrados Antonio Rato y Manolo López, junto con ella éste uno de los más activos letrados, detenido y torturado en 1958 y encarcelado hasta que un indulto por la muerte de Juan XXIII lo liberó de la prisión en 1963. La sede del primer despacho laboralista fundado por María Luisa y sus compañeros estaba situada en un piso de la calle de la Cruz, 16, atestado siempre de trabajadores. Desde allí comienza la tarea, entonces erizada de obstáculos, de defensa del centenares de obreros y obreras afectados por la represión, los despidos, las presiones y coacciones de una patronal agresivamente recrecida por el apoyo irrestricto de la dictadura. Sin embargo, la actividad sindical clandestina de Comisiones Obreras se adentraría en el sindicato vertical franquista para dinamitar desde su interior los dictados del régimen y ponerlos al servicio de los intereses del mundo del trabajo bajo la dirección de Marcelino Camacho, líder con el que María Luisa Suárez mantendría una estrecha amistad durante sus incesantes comparecencias y tribulaciones con los tribunales y jueces de la dictadura. ‘Huido de la Policía por temor a ser apresado y con un auto de prisión en su contra, fue a refugiarse en casa de María Luisa en la madrileña calle de Feijoó donde mi padre -explica Marcel Camacho- decidió no seguir en fuga y entregarse; no lo volveríamos a ver hasta su excarcelación años después’.
Con un coraje que quienes fueron por ella defendidos califican de ‘extraordinario’, la abogada acometió su tarea defensiva a costa de centenares de horas de entrega y vigilancia, para guarecer el secreto profesional, eludir los registros y vadear el cerco policial tendido en torno a sus defendidos y a ella misma. Lo haría mediante su tenaz seguimiento procesal y pulcra refutación de las arbitrarias acusaciones contra sus defendidos en sectores laborales tan problematizados por el régimen y devenidos en conflictivos, como los del Metal, el Vidrio o el Automóvil. La represión llevaba ante la policía y los jueces franquistas a todo trabajador que se propusiera ejercer derechos básicos como la libertad sindical, la de reunión o asociación, plenamente vigentes en Europa pero aquí prohibidos por la dictadura y sancionados con multas y elevadas penas.
En el ámbito laboral y sindical madrileños, se consideró a María Luisa Suárez como la pionera de la defensa del mundo del trabajo, por su disponibilidad permanente a asumir el riesgo de tales responsabilidades. En la estela del trabajo acometido por ella y sus compañeros de despacho desde el bufete laboralista de la calle de la Cruz surgieron otros bufetes de abogados en Getafe y en las calles madrileñas de Modesto Lafuente, El Españoleto y Atocha, 55, despacho éste donde el 24 de enero de 1977 morirían ametrallados, a manos de un comando de extrema derecha, los laboralistas Javier Sauquillo, Javier Benavides, Enrique Valdelvira, Serafín Holgado y Ángel Rodríguez Leal, que crecieron profesionalmente bajo el ejemplo de entrega y desenvoltura forense de María Luisa Suárez, muy vinculada a todos ellos, así como a Manuela Carmena, Nacho Montejo, Cristina Almeida, Juan José del Águila y numerosos otros letrados comunistas, que hallaron en ella no solo el consejo profesional pertinente y eficaz sino, además, la referencia incesante de su ejemplo de dignidad, abnegación y coraje. Durante el mandato de José Luis Rodríguez Zapatero, María Luisa Suárez Roldán recibió de manos de la vicepresidenta del Gobierno MaríaTeresa Fernández de la Vega, la Orden de San Raimundo de Peñafort, máxima condecoración en el ámbito de la abogacía y la justicia.
La abogada, fallecida el 4 de enero en Madrid, era viuda desde hace una década y tenían una hija adoptiva, Taqui. Casada con un ingeniero, Fernando Ontañón, ‘el amor de mi vida’, reconocía María Luisa, ella le dedicó su libro ‘Recuerdos, nostalgias y realidades’, editado en 2011 por Bomarzo-Comisiones Obreras. En su libro relató las vicisitudes de su vida política con conmovedoras remembranzas sobre la represión sufrida por sus defendidos, todo ello narrado con profundidad lírica y un poso de nostalgia por todo aquello que pudo y no pudo conseguirse en aquellas luchas. De su texto brota la esperanza, por ella acariciada, en una España liberada del franquismo junto con un lamento por los anhelos puestos por su generación en una transición a la verdadera democracia que, según sus palabras, la derecha reaccionaria se empeñaría en erosionar. Longeva, pese a su salud muy deteriorada, ha vivido sus últimos días en plena dependencia, con la asistencia abnegada de sus compañeras comunistas del barrio de la Prosperidad, donde residía.