Es necesario, obligado no decir ni verdades ni mentiras a medias. Ni defenderlo por amistad, por corporativismo, por interés, por miedo, etc. Estamos viendo sus consecuencias a diario: el tiempo lo pone al descubierto, tarde o temprano. Y es también, fundamental, el lenguaje empleado: la palabra, a pesar de que mantuviera Séneca, “los hombres prestamos más atención a la vista que al oído”; sin embargo, ahí está cita latina tomada de un discurso de Cayo Tito al senado romano, “verba volant, scripta manent”-“Las palabras vuelan, los escritos permanecen” (Derecho Civil). Las palabras se las lleva el viento (y no dejan rastro de sí); los escritos permanecen y hacen prueba. Sin olvidar aquello que nos legó Jorge Luis Borges: “la palabra dicha en voz alta, tiene alas y puede volar, en comparación con la silenciosa palabra sobre la página, que está inmóvil, muerta. Lo confirmaba don Pío Baroja: “si quieres guardar un secreto, escríbelo.” Nos avisa, por tanto, de su trascendencia. Siguiendo el hilo llegamos al ovillo: aquellas verdades o mentiras a medias. Empero, hemos llegado más allá, a la otra cara, la otra orilla; ¿de qué manera?: haciendo verdad de la verdad.
Pero una verdad que esconde, tiene trampa: aquello que llamamos eufemismo. Sustituye a la palabra grosera, impertinente, incluso violenta; siendo verdad, la envuelve en papel de regalo, pata evitar que se considere tabú. Eso que ahora llamamos, políticamente correcto. Así, de esta guisa tan elegante, sin faltar y discreta, a una “subida de precios”, lo que se le hace, es una “actualización”; a un “cementerio nuclear”, se le denomina, ”almacén temporal centralizado”; a un “despido“, se le denomina “amortización de puesto de trabajo”; a “una acción armada a traición y sin provocación previa”, se le llama “ataque preventivo”; a un “asilo”, se le llama “centro de asistencia”; a la “ruina” se le llama “cese de negocio”; a un desfalco” se le llama “contabilidad indebida”, o “desviar fondos”; a un “secreto de Estado”, se le llama “documento clasificado”; a un estado fascista corporativo”, se le llama “democracia orgánica”; a las “´víctimas civiles inocentes”, se les llama “daños colaterales”; a “abaratar despidos”, se les llama “flexibilizar el mercado de trabajo”; a la “tortura”, se le llama “interrogatorio intensificado”; al “tullido”, se le llama “persona de movilidad reducida”; a la “prostituta”, se le llama “trabajadora sexual”; al “defecar”, se le llama “tránsito intestinal”; a los “trabajos forzados”, se le llama “servicios a la comunidad”; al de ideología “franquista”, se le llama “preconstitucional”. Y así podríamos alargar la lista… Pero no quiero dejar en el tintero otra que es de rabiosa actualidad: a “prohibir”, se le llama “desaconsejar”. Esto es cuanto nos ocupa hoy; o sea, “faltar a la verdad”: “mentir”. Con la intención de “informar”, que el propio Machado, en boca de Juan de Mairena lo definía, “como estar al cabo de la calle”.