El ser humano aprendió a ser gregario sin remedio. Es un ser mal dotado para vivir en plena naturaleza porque, individualmente, resulta una presa fácil para sus depredadores. En cambio, grupalmente, es más defensivo, la sinergia del grupo es resolutiva y garantiza resolver problemas con eficacia: “Fuenteovejuna” garantiza el éxito.
El grupo siempre está organizado según roles específicos de cada integrante y el poder se administra según el mapa de las competencias de esos agentes. El grupo mínimo emerge con la pareja, que resulta imprescindible, cuando es heterosexual, para la supervivencia de la especie; hasta ahora.
Por supuesto, todo grupo, en tanto que institución organizada crea una cultura, que le otorga identidad, una significación propia que incluso le adjudica un nombre, a tenor de los valores, o contravalores, que secunda, los ideales que persigue y las prácticas o técnicas que utiliza. Es la labor del líder. Así aparecen grupos de menor o mayor tamaño como puedan ser los latin kings, los mafiosos, los judíos o los católicos. Todos ellos son estructuras sociales que se adjudican un cometido y desarrollan los procedimientos oportunos.
Cuando el grupo es pequeño resulta manejable por el líder, que es, como he dicho, un rol de servicio al grupo; pero, si el grupo crece, la organización se va entorpeciendo y resulta inexistente cuando alcanzamos el grado de masa, que es anómica, un desgobierno, resulta amorfa, nada racional y muy emocional e imprevisible, un caos a la deriva, según definió primero Le Bon y después Freud.
La feligresía (filii Eclesiae, etimológicamente) es la masa sometida al clero, la potestad. Es como si hubiéramos encontrado la cuadratura del círculo; porque estamos ante una masa acrítica, sin criterio, indiferenciada, que forma una grey casual, que anda en manos de sus instintos y necesidades primarias, por lo cual necesita de perros que la arreen y atajen, según convenga al pastor, que es el que sabe lo que conviene al aprisco.
Sin necesidad de estirar la metáfora, los silbidos del pastor pueden ser: que vienen los rojos, o que vienen los fachas (ahora está de moda decir fachosfera), según proceda…Ante el silbo, y por miedo a los perros, la feligresía obedece a ciegas, sin remilgo alguno y por muy repugnante que resulte la trocha que el pastor desea.
Esto quiere decir que, en el plano político, cada pastor posee su feligresía particular. En la vida cotidiana, las feligresías están entremezcladas, conviven y el día de las elecciones, cada una eleva su voto a tenor del reclamo que recibe de su pastor.
Se trata de polarizaciones emotivas: los míos frente a los contra mí, los buenos contra los malos, los de fiar que no engañan y los de desconfiar que mienten y son tramposos. Por eso, los pastores y pastoras que convocan mítines vociferan, se desgañitan para enardecer a su masa, compactarla en su irracionalidad, conseguir cohesión en su incuria intelectual. Su objetivo no es pedagógico, sino enervante. De ahí que, en las últimas elecciones, nadie haya hablado de en qué consiste el proyecto europeo, qué retos tiene, qué objetivos hay que perseguir. Resultado: uno de cada dos europeos no acudió a votar, ya que en Poyatos de la Sierra, Europa si no es una entelequia, sí viene a ser una abstracción inabarcable.
Después, todos los pastores dicen haber ganado. Y es cierto. Ganan vasallaje acérrimo; garantizan la ausencia de un pensamiento libre, mediante la desinformación y la intoxicación emocional; crean masa acrítica, acéfala y sin más ilusión que vivir de la mamandurria. Un desaguisado bochornoso y vomitivo.
Entre los delitos de odio, debiera figurar la repulsión hacia las élites intelectuales: el político desconfía de la sociedad civil, por si ésta tuviera criterio capaz de analizar y decantar su acción política; en consecuencia, hace lo posible por ensanchar y profundizar el sentido de la masa. Como ejemplo, valga lo que ocurre en el Ateneo de Madrid, una casa con fama de docta, antes baluarte del diálogo constructivo y lugar de encuentro de diferentes posiciones críticas, que hoy anda gestionada como una sucursal política más, al servicio del partido al que sirve el presidente y los 300 carnets que han aterrizado con él.
Afortunadamente, han surgido alternativas como “España mejor”, “Hay derecho” (ver webs) y otras que pretenden la excelencia de una sociedad abierta con vocación participativa, en la que la acción política no sea un coto cerrado, excluyente, sólo apto para iniciados políticos, que hacen su misión y sus corrupciones de espaldas al pueblo y dan la cara cada cuatro o cinco años para envalentonar y crispar, de forma sórdida y aun soez, tal como hacen, habitualmente, en el Congreso o en el Senado, hoy convertidos en escenarios de una chirlata ínfima de bar de barrio bajo.
Dice Felipe González que la sociedad es mejor que su clase política. Es verdad. A medias, porque la clase política surge de la sociedad.
Por eso, es necesario el empoderamiento del ciudadano, que no se resigne a ser masa, sino que tenga ambición y pretenda un crecimiento con tracción propia, que forme parte de su proyecto existencial personal. Ahí reside la dignidad de la persona y de ella depende la regeneración de la acción política.