Los resultados de las elecciones generales del 10 de noviembre dieron lugar a un Parlamento fragmentado, en el que resulta difícil articular mayorías de gobierno. Pero es el Parlamento que resultó de la expresión de la voluntad popular, y a los representantes de la ciudadanía nos corresponde partir de esa configuración compleja, para investir un Gobierno y poner en marcha la legislatura XIV de nuestra democracia.
Reiterar el fracaso de la legislatura pasada y convocar nuevas elecciones repetidas supondría un fracaso del propio sistema democrático, con graves consecuencias para su crédito entre los españoles. Además, los problemas a resolver, las necesidades por atender, y los retos a los que hacer frente son muchos y urgentes. Necesitamos un Gobierno con plenas funciones y lo necesitamos ya.
El PSOE, como partido ganador de las elecciones, ha afrontado con decisión la tarea difícil y dura de formar Gobierno en estas condiciones. Primero se acordó una coalición progresista con otra formación política, Unidas Podemos. Después se forjaron apoyos externos para completar la mayoría, con PNV, Más País, Compromís, Teruel Existe, BNG, Nueva Canarias… Más tarde se logró que grupos con planteamientos muy distintos, pero sin alternativa para formar gobierno, decidieran hacerse a un lado sin poner obstáculos.
Y cuando el Congreso de los Diputados ha dispuesto de una mayoría compleja pero suficiente, a la manera en que se construyen mayorías en buena parte de la Europa actual, este intento legítimo por formar gobierno y atender el bien común se topado con el sabotaje de las derechas. Porque lo que están practicando las derechas de PP, Vox y Ciudadanos es un auténtico sabotaje a la voluntad popular y a la institucionalidad democrática de España.
Desde la misma noche electoral persiguieron el bloqueo institucional del país, pidiendo inauditamente la dimisión del candidato ganador de las elecciones. Desde entonces, han caído en la contradicción lamentable de reclamar por un lado que la investidura del Presidente ganador no dependa de fuerzas independentistas, para negar por otro lado cualquier ayuda para evitarlo. “Nosotros no podemos gobernar, pero vosotros tampoco vais a hacerlo”. Tal ha sido la estrategia de las derechas, emulando aquel célebre “¡Que se hunda España!”, que pronunciara Cristóbal Montoro.
Cuando el PSOE comenzaba a sortear el bloqueo irresponsable de las derechas, llegaron los insultos e improperios, a cual más grave y falaz: desde “traidores” hasta “felones” y “filoetarras”. Al no funcionar tampoco el bombardeo de descalificaciones, accionaron la máquina de las presiones sobre los eventuales apoyos a la investidura. Las presiones conocidas han sido intolerables, impropias de un sistema democrático. Ahí está el sufrimiento denunciado públicamente por el diputado de Teruel Existe. Sobre las presiones no conocidas nos podemos hacer una idea cabal. Sobre todo yo…
El resultado de las presiones está ahí: tanto el diputado del Partido Regionalista de Cantabria como la diputada de Coalición Canaria cambian su voto, de la facilitación al bloqueo, de la mano de las derechas de PP, Vox y Ciudadanos. El PSOE había llegado a un acuerdo muy trabajado con el PRC, que ya votó a favor del mismo candidato, del mismo partido y un programa similar en el mes de julio. Y la dirección de Coalición Canaria había acordado, por unanimidad, abstenerse en la votación. Ahora votan no.
Con todo, y a pesar de la algarada tabernaria de los derechistas, en la primera votación del debate de investidura se han dado más síes que noes, lo que pronostica una votación exitosa en el segundo intento, cuando solo se requiera mayoría simple.
Ahora la pregunta es la siguiente: ¿hasta dónde está dispuesta a llegar la derecha española para impedir la investidura del candidato votado mayoritariamente por los españoles?
Hay una constante lamentable en la historia de la democracia española. Las derechas solo respetan la institucionalidad democrática cuando tienen la mayoría y pueden ejercer el poder mediante esta vía. Cuando los votos les mandan a la oposición, se acaba el respeto institucional de las derechas. Entonces todo vale, sin límite ni escrúpulo moral alguno, para frustrar los gobiernos de la izquierda y reconquistar un poder que entienden que les pertenece por derecho natural.
Durante estos días hemos sido testigos de coacciones intolerables, de llamadas desvergonzadas al transfuguismo e, incluso, de proclamas abiertamente golpistas, con llamamientos explícitos a las Fuerzas Armadas para impedir la formación del Gobierno respaldado por la mayoría de los representantes de los españoles. Véanse los tuits de Herman Tertsch o las tribunas de Fulgencio Coll.
La mejor prueba de la impostura de las derechas se produjo en el propio debate de investidura. Los Casado, Abascal y Arrimadas se rasgaban las vestiduras ante las críticas al Rey y los desmarques de la unidad de España que pronunciaban los portavoces de ERC y de EH Bildu, abstencionistas declarados, y que muchos no compartíamos, desde luego.
Sin embargo, cuando esas mismas críticas, incluso más agrias, eran pronunciadas por las portavoces de Junts per Catalunya o las CUP, ninguno de los representantes de la derecha, antes rabiosamente ultrajados, se quejaba ahora. ¿Por qué? Porque tanto los diputados de JxC como los diputados de las CUP habían anunciado su voto en contra de la investidura de Pedro Sánchez.
Conclusión: a las derechas no les importa ni el Rey, ni la unidad de España, ni la Guardia Civil, ni el interés de los españoles. Solo les importa impedir que Pedro Sánchez, el candidato ganador de las elecciones, sea investido Presidente, aun cuando sume los apoyos necesarios y legítimos.
Sin embargo, el sentimiento que prevalece en el Congreso y en el conjunto de la sociedad española tras las primeras sesiones del debate de investidura es un sentimiento de esperanza. Porque la democracia española es una democracia madura, sus instituciones son fuertes, y están a prueba de algaradas, coacciones, presiones y maniobras arteras de las derechas.
La democracia se abre paso, y se formará el Gobierno que votaron, que necesitan y que merecen los españoles y las españolas.