En Cataluña llevamos demasiados años en suspensión. Desde 2012, los días históricos y las declaraciones institucionales teatralizadas han ocupado y preocupado a unos dirigentes que no han sabido estar a la altura de las instituciones que representan.
En lugar de fomentar el contraste de ideas, los balances de gestión o la rendición de cuentas, los partidos secesionistas se han erigido como abanderados de la voluntad de un pueblo al que han ido defraudando promesa a promesa hasta convertir el ‘procés’ en unos juegos del hambre donde todo vale para seguir ostentando el poder.
El último episodio de este cuento interminable lo estamos viviendo estos días con el cese de Puigneró (exvicepresidente de la Generalitat de Cataluña) y la consulta que pretende determinar si Junts debe continuar o no dentro del gobierno de Aragonés, siempre y cuando no termine en empate como pasó en 2015 con aquella consulta de la CUP que impidió a Artur Mas ser investido presidente.
Debo confesar que, mientras escuchaba la convocatoria de esa consulta por parte de Junts, me vino a la cabeza ese fragmento de La Ciencia Jovial en el que Nietzsche se pregunta qué ocurriría si un día un demonio nos dijera que “esta vida, como tú ahora la vives y la has vivido, deberás vivirla aún otra vez e innumerables veces”.
Porque, tras tantos años de zanahoria, al secesionismo se le están acabando las ideas y plantea escenarios cuyos resultados ya conocemos. Este sentimiento de eterno retorno a una situación no deseada ni por secesionistas ni por constitucionalistas provoca frustración y enfado entre las filas de los primeros, pero también hartazgo entre los segundos; aumentando la desafección política y pudiendo derivar en un aumento considerable de la abstención en futuros comicios.
Sin embargo, en esa teoría Nietzsche apunta a la infinitud del tiempo en su doble dimensión de pasado y de futuro. Es decir, de la misma forma que el pasado es infinito (nada está por venir), el futuro también lo es. Por lo tanto, “Si en todo lo que quieres hacer, empiezas por preguntarte: ¿estoy seguro de que quiero hacerlo un número infinito de veces?, esto será para ti el centro de gravedad más sólido».
En este sentido, el constitucionalismo tiene que estructurar un discurso que recupere la dimensión plural de la sociedad catalana para reconciliarla así con la política. Y esto pasa necesariamente por la elaboración de un programa en positivo centrado en el futuro, que supere el marco mental del ‘procés’ y contribuya a construir, desde Cataluña, la España del mañana.