noviembre de 2024 - VIII Año

Homenaje a Ernest Lluch: ejemplo de tolerancia y humanidad

Por José Antonio García Regueiro*.- / Noviembre 2019

lluchEn 1898, en el ocaso del Imperio español, la ‘Oda a España’ del poeta Joan Maragall transmitía el sentimiento de desarraigo de una parte del pueblo de la misma Cataluña que cuarenta años después vio nacer, en Vilasar de Mar, a Ernest Lluch:

On ets, Espanya? – no et veig enlloc.
No sents la meva veu atronadora?
No entens aquesta llengua – que et parla entre perills?
Has desaprès d’entendre an els teus fills?
Adéu, Espanya!

(¿Dónde estas, España? – no te veo en ningún sitio.
¿No oyes mi voz tronadora?
¿No entiendes esta lengua – que te habla entre peligros?
¿Has desaprendido a no entender a tus hijos?
¡Adiós, España!’).

Con sentimientos no muy distintos, pocos meses después de la semana trágica de Barcelona de 1909, decía Ortega y Gasset en el Ateneo de Madrid, en su conferencia sobre los ‘Problemas nacionales y la juventud’, que ‘a decir verdad, nada de lo ocurrido en estos meses crueles ha debido sorprendernos. ¿Por ventura lo necesitábamos para averiguar que España no existe como nación?. Es que alguien llama nación a una línea geográfica dentro de la cual van y vienen los fantasmas de unos hombres sobre los cadáveres de unos campos, bajo la tutela pomposa del espectro de un Estado?. … cuando se nace en un país donde nada está bien, la sensibilidad se embota’.

Y como en la ‘Oda a España’ de Joan Maragall, el propio Ortega transmite en 1921 en ‘La España invertebrada’ su desasosiego por un ‘proceso de desintegración que avanza en riguroso orden, desde la periferia al centro, de forma que el desprendimiento de las últimas posesiones ultramarinas parece ser la señal para el comienzo de una dispersión interpeninsular’.

Estos sentimientos que tanta influencia han tenido y siguen teniendo en nuestra historia como país, sin duda fueron forjando en Lluch una preocupación por la convivencia y la tolerancia entre todos los pueblos, especialmente los que han tenido encuentros y desarraigos con la idea de España: su tierra natal y el País Vasco. En su artículo ‘Contra la furia y contra la violencia’ (El País, abril de 1999), a pesar del tiempo transcurrido desde la ‘Oda a España’ o ‘La España invertebrada’, Ernest Lluch deja unas palabras evocadoras del mito de Sísifo al que estaríamos condenados si no aprendemos a convivir y respetarnos: ‘…la labor civilizadora que compete a los demócratas o a los nacionalistas demócratas es respetar los derechos individuales de los miembros de cada pueblo en los que se diferencian para que estas reacciones condenables desaparezcan’. Alzaba su voz pidiendo concordia, sentido común, el cese de la violencia y la aceptación de la vía democrática como la única posible, frente a un terrorismo que poco después segó su propia vida, como antes había hecho con otras muchas víctimas.

Las palabras de Maragall, de Ortega y de Lluch, a pesar de sus diferentes visiones políticas, coinciden en recordarnos que en España ha habido durante siglos una vida diaria, lo que filosóficamente podríamos llamar una razón práctica, repleta de experiencias dolorosas que de una u otra forma, especialmente si no hay una formación sólida en los individuos, han dado lugar a una metafísica del hundimiento, a una concepción de la vida plagada de fantasmas y monstruos que ha llevado a la incomprensión. La política fracasa, no debe olvidarse, cuando no es capaz de entender la realidad, de dar soluciones a los acontecimientos sociales, perdiéndose con objetivos absurdos y medios ineficaces y, sobre todo, cuando termina utilizando la violencia.

Una cartografía de la sociedad que vio segar de forma violenta la vida de un intelectual humanista como Ernest Lluch nos puede ayudar no sólo a comprender aquellos años y los pasados de los que traen causa, sino también a poder evitar en el futuro que retornen el odio y la violencia envueltos en absurdas justificaciones, pues con la violencia fracasa tanto la política colectiva como la individual, dando lugar a dinámicas disolventes que afectan tanto a los grupos como a cada uno de sus componentes, que se ven confundidos y engañados con mensajes de glorificación de su supuesta nación, ideología, raza, religión, etc.

Prueba de ello es que el miedo fue uno de los elementos más característicos de la sociedad española y principalmente de la sociedad vasca durante los años que duró el terrorismo, dando lugar a efectos tan nocivos como la inmovilidad, la huida o la agresión. Suponía una vuelta a arcaicos mecanismos sociales muy arraigados en nuestro país en el pasado, que por ejemplo dieron lugar a las guerras carlistas del siglo XIX y a la guerra civil de 1936, y que son incompatibles con una polis sana y democrática.

Cualquier justificación del terrorismo es inmoral pues supone un desprecio a las víctimas, como advera el absurdo de buscar argumentos políticos que van a llevar a la eliminación de seres humanos, cuando por el contrario la política debería ser siempre un cauce para mejorar la vida de las personas. Entonces, aunque los terroristas nunca deberían ser confundidos con un patriota, ¿por qué suelen tener apoyo en una parte de la población?. Al respecto, puede ser clarificador lo que afirma Erich Fromm en ‘El corazón del hombre’: ‘…la mayoría de la gente, por lo menos en los países más civilizados, no puede ser inducida a matar y morir si primero no se la convence de que lo hacen para defender sus vidas y su libertad; en segundo lugar, revela que no es difícil persuadir a millones de individuos de que están en peligro de ser atacados y que, en consecuencia, se acude a ellos para que se defiendan. Esa persuasión depende sobre todo de la falta de pensamiento y sentimiento independientes, y de la dependencia emocional de la inmensa mayoría de la gente respecto de sus líderes políticos’.

El asesinato de Ernest Lluch, en consecuencia, tiene tras de sí una desgarradora historia de un país que, como probablemente diría Ortega, no estaba todavía perfectamente vertebrado, proceso no terminado ni siquiera hoy a pesar de que ha desaparecido aquel terrorismo interno, pues así lo delatan los acontecimientos que en estos días se viven en Cataluña, en los que si bien no hay terrorismo si se producen evidentes desórdenes públicos. Por otra parte, ¿acaso lo acontecido en los últimos tiempos en Cataluña, no nos devuelve a 1906?, año en que los nacionalismos catalanes de derecha y de izquierda se unieron dejando a un lado sus diferencias ideológicas mediante su integración en ‘Solidaridad Catalana’, coalición que se disolvió después de la Semana Trágica de 1909 por la imposibilidad de integrar intereses tan opuestos.

Pero ya no estamos en 1906, y el actual retorno del nacionalismo catalán a frentes como el de aquel año choca con el Estado social, democrático y autonómico que hoy reconoce la Constitución y que ayudó a desarrollar Ernest Lluch desde sus convicciones socialistas; un marco constitucional que permite llegar a soluciones a través del diálogo, que hace innecesaria la violencia. Como afirma el Tribunal Constituciona
l en su STC 138/2015 ‘el respeto a la Constitución impone que los proyectos de revisión del orden constituido, y especialmente de aquéllos que afectan al fundamento de la identidad del titular único de la soberanía, se sustancien abierta y directamente por la vía que la Constitución ha previsto para esos fines. No caben actuaciones por otros cauces ni de las Comunidades Autónomas ni de cualquier órgano del Estado, porque sobre todos está siempre, expresada en la decisión constituyente, la voluntad del pueblo español, titular exclusivo de la soberanía nacional, fundamento de la Constitución y origen de cualquier poder político’ (STC 103/2008, FJ 4). Es patente, pues, que el parecer de la ciudadanía sobre tales cuestiones ha de encauzarse a través de los procedimientos constitucionales de reforma…’.

Tomás y Valiente, antes de ser asesinado por la misma mano cruel y absurda, nos avisaba (La Vanguardia, 2 de febrero de 1996): ‘Construir un Estado lleva siglos. Construir un Estado de Derecho ha llevado luchas internas, fracasos sucesivos durante cuarenta años, una transición lograda y una consolidación trabajosa. Construir algo en política es siempre difícil, implica capacidad creadora, paciencia, voluntad de integrar, visión de futuro y de convivencia y por lo que a este país nuestro implica, esa edificación del Estado social y democrático de Derecho ha supuesto el triunfo de una decidida y mayoritaria mentalidad democrática en la que es esencial el respeto al otro’.

Es por ello que me congratula especialmente que el Ateneo de Madrid rinda homenaje el próximo 20 de noviembre a Ernest Lluch, quien siempre será para todos nosotros uno de los más elevados espíritus de tolerancia y humanidad, ejemplo para generaciones presentes y futuras: Ernest Lluch.

*José Antonio García Regueiro es Ex Letrado del Tribunal Contitucional

 

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