A juzgar por algunos mensajes que se cruzan en los medios de comunicación, pareciera como si los madrileños estuviéramos condenados a una campaña electoral limitada por la mera competición de egos, por viejas vendettas estériles, o por combates de eslóganes rancios…
De lo que se trata en las elecciones del 4 de mayo, sin embargo, es de decidir quién gobierna una administración competente en servicios públicos claves para el bienestar de casi siete millones de personas. Nada más y nada menos.
Y estos siete millones de personas no necesitan más lecciones de estrategia política, ni más relatos ingeniosos, ni más fintas retóricas, ni sorprendentes giros de guión, ni nuevas fantasías de gurú…
Lo que piden, simplemente, es un gobierno solvente que aplique políticas públicas solventes y que no robe. Reclaman un gobierno serio para cuidar de la salud, de la educación y del bienestar social de sus familias.
Que luche antes contra el virus que contra los otros gobiernos. Que busque la recuperación de la economía pensando en los más antes que en los de siempre.
Un gobierno que anteponga la convivencia al conflicto y la colaboración a la confrontación. Un gobierno, por tanto, que incluya antes de excluir y que esté a la altura de esta sociedad abierta, inclusiva y solidaria.
Para todo esto llevan seis años preparándose Ángel Gabilondo y el PSOE de Madrid. Hace dos años ganaron las elecciones, pero quedaron a un par de diputados y a un poco de coherencia naranjil para gobernar.
Ahora hay más “relatos”, más gurús y más eslóganes de mercadillo populista, pero nadie con la motivación y la preparación de Gabilondo y su equipo para ponerse al frente de esta Comunidad. Y para hacerlo ya.
Gabilondo ha recibido críticas durante los últimos meses. Reconozcamos que no es fácil hacer de Gabilondo en este teatrillo madrileño de derroche hormonal y pugilato permanente.
Ha debido ser duro eso de escuchar por la mañana que se requieren políticos ponderados y recibir por la tarde el reproche, y hasta la burla, por la falta de instinto asesino.
Y es que gabilondear es eso, empeñarse en la moderación entre el griterío. Insistir en el pacto entre el bombardeo. Proclamarse centrípeto entre tanto centrífugo. Reclamar la gestión de lo a ras del suelo entre tanta dialéctica levitante. Cuando resulta que el filósofo de verdad es él…
En este concierto de gallos, casi parece escucharse a Gabilondo cantar con el poeta y su Juan de Mairena aquello de “prefiero la rima pobre, esa que casi no suena”.
Si de lo que se trata es de gobernar y gobernar bien. De cuidar lo público porque de lo público depende el bien común. De recuperar motivos para sumar y olvidar las cuitas del restar. De ser decente, y parecerlo, y ejemplificarlo.
Si se trata de esto, la persona es Gabilondo. Y el verbo es gabilondear. Hace falta.