La historia proporciona lecciones que algunos se empeñan en no aprender. Aún peor, hay quienes deciden, consciente e irresponsablemente, ignorar las lecciones que proporciona la historia.
Al tigre nacionalista se le puede soltar en nuestras calles y se le puede alimentar para que crezca. Es fácil. Vaya aventura. ¡Un tigre! Pero lo que no se puede hacer es domesticar al tigre, o montar al tigre, o hacer que baile a nuestro gusto. Porque el tigre es fiel a su naturaleza, y acabará devorando a quien le hizo crecer y, lo que es peor, dañará también a todos los demás, inocentes incluidos.
Resulta fácil inflamar el sentimiento nacionalista en una población. Basta con asegurar que nosotros somos los mejores, con diferencia. Todos tendemos a pensar eso, de hecho. Hasta hay buenos argumentos para sostenerlo. Después hay que añadir que los demás son peores que nosotros. Tampoco será difícil. Seguramente encontraremos ejemplos.
A continuación, es preciso asegurar que todos nuestros problemas se deben a esos otros, los que no somos nosotros, los que no son de aquí y además son peores que nosotros. Tiene lógica. Sentirán envidia de nosotros. Las soluciones a nuestros problemas, en consecuencia, llegarán afirmando nuestra identidad frente a los otros, separándonos de los otros, echando a los otros, combatiendo a los otros. Lo nuestro primero. Faltaría más.
Eso sí, los alimentadores del tigre querrán asegurarse de que la cosa del poder no presenta dudas. Si nosotros somos los buenos y yo soy de nosotros, todo el poder para mí. Y los que no estén de acuerdo con esto, o son de los otros, o son unos traidores. Si no son de los nuestros, son unos invasores, unos opresores. Claro. Diáfano.
Solo que todo el relato nacionalista es mentira, y es peligroso. Como un tigre.
El independentismo catalán lleva años alimentando al tigre con mentiras, y ahora el tigre le tira de la grupa y amenaza con devorar la convivencia pacífica de los catalanes y las catalanas.
De llevarse a cabo, el proyecto nacionalista de la soberanía y la independencia para Cataluña resultaría negativo para los intereses de los propios catalanes, pero es que, además, es inviable. Y anacrónico.
¿Qué territorio de Europa puede presumir hoy realmente de soberanía e independencia plena? Más de la mitad de las leyes que aprueba el Parlamento español son transposiciones obligadas por las instituciones de la Unión Europea. El Gobierno español acaba de remitir a Bruselas un documento en el que pide autorización para fijar las bases de su propio presupuesto nacional. ¿De qué soberanía se habla?
La soberanía nacional, tal y como se entendía en el siglo pasado, ya no existe en Europa, y cada vez somos más los que no la echamos de menos. Porque los grandes retos que tenemos por delante, como el cambio climático, o las migraciones, o la seguridad, o la elusión fiscal, trascienden las fronteras nacionales. Porque los espacios públicos a regular se globalizan a ojos vista. Porque Europa necesita integrar soberanía para alcanzar una dimensión equiparable a la de otros actores globales, como Estados Unidos, China, Rusia o India.
Un tsunami que arrasa la razón, la democracia y la convivencia pacífica, como estamos viendo.
Y si no hay soberanía ya en los Estados nación europeos, ¿dónde va Torra con su soberanismo de andar por casa? Es una gran mentira.
Una mentira contagiosa. A veces por ignorancia. A veces por comodidad. A veces por oportunismo. A veces por miedo.
Llama la atención cómo algunos personajes públicos se hacen eco, incluso abanderados, de la causa independentista catalana, asumiendo su discurso más falaz y ofensivo.
En algunos casos, la incongruencia personal resulta grosera. Determinados futbolistas millonarios, como Guardiola y Xavi, no dudan en sumarse a las ofensas a España como falso Estado “opresor”, después de haberse beneficiado profesional y económicamente por haber vestido la camiseta de su selección. Y cuando nunca se les escuchó crítica alguna a esos Estados realmente transgresores de los derechos humanos que les contratan y financian sus fichas multimillonarias. Hipocresía infinita.
La mentira es, como decíamos, peligrosa. Resulta muy significativo que los organizadores de las algaradas posteriores a la sentencia del Tribunal Supremo hayan elegido el término “tsunami” para autodenominarse. El tsunami es un término destructivo, como el propio nacionalismo inflamado, como el independentismo. Un tsunami que arrasa la razón, la democracia y la convivencia pacífica, como estamos viendo.
También es cierto que a las algaradas organizadas por el tsunami independentista suelen sumarse los llamados jaraneros. Estos últimos se apuntan gustosos a cualquier oportunidad de jarana, sea a propósito de una sentencia judicial o sea con motivo de un partido de fútbol, un concierto de rock o cualquier otro acontecimiento llamativo. Lo suyo es el follón por el follón y la violencia por la violencia.
Al extremismo nacionalista no cabe contraponerle extremismo antinacionalista o anti-independentista, porque las dinámicas del extremismo de retroalimentan y no solucionan nada.
Iglesias yerra al manifestar su comprensión y complicidad con el independentismo. Casado y Rivera se equivocan al sobreactuar con demandas contraproducentes y reproches forzados. Y Abascal plantea el disparate de castigar a los independentistas privando de libertades a todos los catalanes, mediante el estado de excepción.
Acierta el Gobierno de España en su estrategia de respuesta firme, proporcional, desde la unidad de los demócratas. Primero, garantía de cumplimiento de la ley, y después, diálogo desde la ley para mejorar la convivencia y el bienestar de los catalanes.
A los demás les cabe apoyar al Gobierno de España con lealtad.
Exactamente igual que siempre ha hecho el PSOE, en el Gobierno y en la oposición.