Los socialistas manifestamos a menudo orgullo por nuestra historia. Con errores y limitaciones innegables, presumimos razonadamente de haber estado ahí cada vez que España se la ha jugado, defendiendo siempre el interés general, comprometidos siempre con los mismos principios de igualdad, libertad y democracia.
En la defensa de las clases populares durante el último cuarto del siglo XIX. En las luchas por la democratización y la europeización de la España de principios del XX. En la proclamación, en la gestión y en la defensa armada de la República. En la resistencia anti franquista. En la conquista de la democracia y la elaboración de la Constitución del 78. En la Década del cambio entre 1982 y 1992. En el protagonismo europeo y la victoria sobre ETA. En el logro de la referencia mundial para la defensa de los derechos civiles…
El PSOE ha estado siempre ahí, sin desentenderse de los retos del país, por difíciles que resultaran. Sin borrarse de los escenarios que se presentaban en cada etapa, por complejos que parecieran. Sin eludir las decisiones que tocaba adoptar, por complicada que fuera su explicación. Como siempre, como ahora mismo.
Los socialistas hemos sufrido siempre por parte de enemigos y adversarios el embate duro, a menudo cruel, injusto, hasta violento y mortal. Son las reglas inevitables del juego cuando se amenazan los intereses de algunos poderes fácticos. Lo sabíamos y lo sabemos.
Por eso, el PSOE dirigido por Felipe González gozó en general de una gran lealtad y de una profunda solidaridad interna, a pesar de todas las dificultades. Y por eso el PSOE dirigido por Zapatero disfrutó de un formidable apoyo en todo el partido, pese a haber sido elegido originariamente por la mínima.
Y por eso algunos no acabamos de entender las motivaciones que guían a determinadas voces, pocas pero históricamente significativas, en la crítica dura, a veces injusta, incluso dolorosa, al PSOE de siempre que ahora dirigen Pedro Sánchez y su equipo.
Me ha impresionado recientemente el discurso severo del histórico dirigente socialista Francisco Vázquez, durante el último aniversario de la Constitución.
Tengo cierta ventaja a la hora de evaluar los comportamientos de unos y otros a lo largo de estas tres etapas socialistas, puesto que estuve presente cada vez en su desarrollo, casi siempre como un mero colaborador, nunca importante, respecto a quienes adoptaban las decisiones.
Y me duele comprobar hasta qué punto ahora se asumen dentro algunas de las acusaciones falaces de fuera, desde lo erróneo a lo absurdo, desde la exageración a la mentira.
Son muy pocos, ciertamente, sin eco ni seguimiento interno significativo. De hecho, podría decirse que algunos han perdido aquel instinto fino que les conectaba casi siempre de manera eficaz con el estado de ánimo de la mayoría de los militantes y de los votantes socialistas.
Son pocos y desconectados, creo, pero hay daño, porque hablan en público, porque generan desconcierto entre los propios y cierta legitimación en los ataques externos. En el peor momento, además, cuando arrecia la tormenta perfecta del virus, el desmarque de la derecha democrática y la amenaza de la ultraderecha envalentonada.
¿Cuál es la crítica? ¿Se refiere al contenido de las políticas en marcha? No se han escuchado alternativas a la declaración del Estado de Alarma, a las decisiones para combatir la pandemia, para reforzar el sistema de salud, para proteger a los más vulnerables. Tampoco se han oído opciones distintas a estos presupuestos expansivos, sociales, reformistas, ecologistas…
¿Son contrarias a la tradición de los valores socialistas algunas de las reformas en marcha, para la defensa de una educación equitativa, para la extensión del Ingreso Mínimo Vital, para la lucha contra el cambio climático, para la regulación del derecho de eutanasia, para la vigencia de la Memoria Democrática…? Seguro que no.
¿Son las formas, entonces? ¿Se trata de comparar la legitimidad de este nuevo equipo frente a las legitimidades de los anteriores? Pedro Sánchez ganó el último Congreso, y no se le puso fácil precisamente. Lo ganó con más margen incluso que el obtenido por González en Suresnes, por Zapatero en Madrid o por Rubalcaba en Sevilla. Después integró a todos los que mostraron disposición para colaborar, hubieran votado lo que hubieran votado. Yo mismo soy buena muestra de ello, pero los hay mucho más relevantes.
¿Es menos legítima esta dirección socialista que las anteriores? ¿Por qué?
¿O lo es este Gobierno?
Los pactos, las alianzas. Puede que ahí esté la madre del cordero.
El pacto, la alianza, es la respuesta democrática elemental cuando no se dan mayorías claras de gobierno. En estos tiempos de elevada fragmentación política, los gobiernos europeos son gobiernos mayoritariamente compuestos por formaciones diversas, a veces contrapuestas. También ocurre hoy en la mayor parte de los gobiernos autonómicos y locales de nuestro país.
El problema, por tanto, no debe ser el pacto, sino con quién se pacta y qué se pacta. En el Gobierno de España se ha pactado con la otra formación progresista con importante implantación territorial, Unidas Podemos. Y se ha pactado un acuerdo público de gobierno, con medidas de progreso, sin mácula constitucional alguna.
No está siendo fácil, desde luego. No es sencillo tratar y gobernar con quienes parten de principios y culturas políticas muy diferentes. Pero está funcionando y, en todo caso, ¿cuál era la alternativa? ¿Pactar con la derecha corrupta? ¿Dejarles gobernar por incomparecencia de la izquierda? Seguro que nadie lo plantea en serio. ¿Acaso alguna de las decisiones gubernamentales adoptadas se han salido de aquel acuerdo público del mes de diciembre? No.
Se ha pactado ahora con quienes se ha pactado siempre, por otra parte. Yo viví aquel ayuntamiento madrileño de la movida pactado entre socialistas y comunistas. Y estuve presente en aquel Palacio de Cristal de la Arganzuela, cuando Almunia y Frutos sellaban la alianza social-comunista para las elecciones del año 2000, al ritmo de la banda sonora de Morricone en Novecento. Ninguna voz histórica se levantó entonces contra aquella iniciativa.
Los gobiernos socialistas en minoría pactaron investiduras, presupuestos y leyes con los independentistas Pujol y Arzallus, a pesar de su declarada deslealtad a la Constitución y pese al latrocinio sistemático y público del primero, por cierto. Porque se entendió entonces, con la solidaridad de la gran mayoría del PSOE, que era lo que importaba al interés general del país.
Y ahora se ha recibido el respaldo de otros independentistas catalanes y vascos a otros presupuestos, tan decisivos para el interés general, o puede que más, que aquellos de entonces.
De hecho, se ha recibido el apoyo extraordinario de hasta 13 fuerzas políticas distintas para un presupuesto extraordinario ante la crisis más extraordinaria de nuestras vidas. Algunos, y creo que la mayoría de los españoles, valoramos positivamente esta noticia, sobre todo en un escenario de polarización y controversia partidaria extrema como el presente.
Yo mismo he participado muy modestamente en algunas de las negociaciones para que ERC votara estos presupuestos vitales, a cambio de inversiones justas en Cataluña y del reforzamiento de algunas políticas públicas. También Bildu los ha respaldado, después de transaccionar medidas para cuidar el litoral cantábrico, mejorar el servicio ferroviario y fortalecer la formación para el empleo en el Pirineo oriental, por ejemplo.
Se han negociado otras enmiendas presupuestarias con Ciudadanos, con el Partido Nacionalista Vasco, con el Partido Demócrata de Cataluña, con Más País-Equo, con Compromís, con Nueva Canarias, con el Partido Regionalista de Cantabria, con Teruel Existe… en una suma encomiable de voluntades diversas y en favor del interés general.
Seguimos reclamando a ERC que renuncie claramente a la vía unilateral en su reivindicación independentista, y seguimos exigiendo a Bildu que condene con nitidez el terrorismo etarra, desde luego. Es inaceptable que no lo haga. Claro que queda mucho camino por recorrer.
Pero, ¿es o no es una buena noticia que ambas formaciones participen hoy del sistema constitucional hasta el punto de negociar una ley de presupuestos? ¿Qué cesión inaceptable se ha producido? Y ¿cuál era la alternativa, una vez más? ¿Trabajar para mantenerles fuera del sistema? ¿Acabar el año sin presupuestos y con el independentismo en el monte, otra vez? ¿Volver a 2017?
¿Dónde está la traición al legado constitucional? Ni uno solo de los preceptos constitucionales se ha vulnerado. El Presidente del Gobierno ha comprometido con firmeza este mismo 6 de diciembre que, “con el PSOE al timón, la Constitución se cumplirá de norte a sur, de este a oeste, del primer al último de sus artículos”. Ha comprometido y cumple su compromiso.
¿Qué amenaza real se cierne ahora sobre la unidad territorial? Antes al contrario. Con la derecha en el poder, se promulgaban leyes de desconexión, se aprobaban declaraciones de independencia y se fugaban por Europa rebeldes y sediciosos. Ahora, los independentistas negocian en Madrid mejoras para parados, autónomos y servicios de cercanías ferroviarias.
¿Falta de respeto a la monarquía? De las declaraciones de ministros y dirigentes socialistas solo han salido muestras de respeto y confirmaciones de lealtad para con el pacto constitucional, monarquía incluida. Ni un reproche, a pesar del bochorno. Y pedirle al PSOE que, además, calle a quienes tienen en su ideario el cambio de la forma de Estado, ahora, precisamente ahora, quizás es pedir demasiado.
¿Falta de respaldo al español como “lengua vehicular” en la enseñanza? Jamás apareció ese concepto “vehicular” en ninguna de las leyes educativas impulsadas por los gobiernos de González y Zapatero, porque nunca antes, tampoco ahora, hizo falta para fomentar una enseñanza de calidad y con equidad, también en lo que a las lenguas se refiere.
¿Amenazas a la independencia de la Justicia? Ha sido el PP el que presumió de controlar los tribunales “por la puerta de atrás” y es el PP el que subvierte la Constitución bloqueando la renovación del Consejo General del Poder Judicial. Y ¿quién puede sostener que los vocales propuestos hoy por determinados grupos vayan a resultar menos independientes que los propuestos en su día por PP, por CiU o por el PNV?
¿Respeto a los muertos? Este argumento solo viene de fuera, claro está, y es sencillamente inaceptable, porque es de miserables dudar siquiera de la consideración que todo socialista siente y manifiesta por aquellos de nosotros que han dado la vida en defensa de los principios que compartimos.
¿Aludir a la venezuelización o el boliviarismo del PSOE o del Gobierno? Tan ridículo como cuando se acusaba y se acusa mendazmente a González o a Zapatero de comportamientos inadecuados. Falsedades que se combaten como tales falsedades.
Como ocurrió en otras etapas, el PSOE que dirige Sánchez también se enfrenta ahora a graves problemas, con valentía, con principios firmes, desde la inteligencia, la prudencia y el sentido de la responsabilidad que aprendió del PSOE que otros dirigieron en épocas tan o más difíciles.
No he escuchado a esta dirección pedir halagos ni ayudas, pero se echan de menos, eso sí, algunos reproches más para aquellos que, como el PP, se borran de su responsabilidad en tiempos de amenazas recias en España, y para aquellos otros que, como VOX, amenazan directamente, estos sí, un día tras otro, la legalidad e incluso la propia convivencia constitucional.
No sé si algunas de esas voces minoritarias ahora, pero referenciales en otro tiempo, actúan desde la discrepancia o desde la revancha. Si la motivación es la primera, cabe pedirles que hagan sus críticas a quienes dirigen el PSOE y el Gobierno en directo, cara a cara, para dar y recibir razones. Porque esa es nuestra cultura.
Si el motivo es el otro, cabe llamarles a la reflexión. Porque esa no es nuestra cultura.
Dicho con toda humildad. Porque yo estaba allí y estoy aquí. Porque aquel y este son el PSOE de siempre. El PSOE del que los socialistas y muchos españoles nos sentimos orgullosos.