noviembre de 2024 - VIII Año

El muro

Imagen: pixabay

Desde Hegel, antes que hubiera marxismo, la dialéctica consiste en conseguir que frente a una tesis, se contraponga una antítesis, para llegar a una síntesis que abarque a ambas. Es el camino de la tercera vía, la bisectriz equidistante, ecuánime, que se soporta tanto en una superficie como en otra, porque las iguala y representa.

Las dos Españas, que nacieron en 1885 con el Pacto de El Pardo entre Cánovas y Sagasta, o quizás antes cuando las guerras carlistas, en 1978 dieron a luz la Tercera España, un constructo nuevo, integrador, de armisticio sensato y esperanza sagrada, cuando Santiago Carrillo, héroe de Paracuellos, y Manuel Fraga, amo de la calle y la Javierada, se abrazaron y renunciaron a mantener para siempre la intolerancia, el odio y la inquina cainita entre las dos Españas, ambas  retrógradas y sanguinarias.

Con ese espíritu ha funcionado la Transición: unos renunciaban a la bandera republicana, mientras otros se aliviaban de la carga del marxismo estalinista; estos ya no querían imponer un catolicismo nacional de Cruzados de Cristo Rey e Hijas de María  y estotros  renunciaban a nombrar obispos e imponer los capelos cardenalicios. El régimen se declaró laico y con vocación al consenso, sin ser perfecto y contando con la lealtad de los particularismos, que Ortega define con precisión en su España Invertebrada.Sobre este punto escribí una columna en esta misma revista bajo el título España, ¿invertebrada todavía?, que pueden leer

Según Newcomb y la Psicología Social al unísono, las actitudes humanas cambian en un lapso de cinco años. A esa tarea se ha dedicado el socialismo renovado por Zapatero, un hombre de inteligencia preclara y necesitado de diván, empecinado por reparar la memoria infausta de su abuelo paterno, el capitán Juan Rodriguez Lozano, fusilado por la Guardia Civil , el 18 de agosto de 1936. Desde este ángulo, la Ley de la Memoria Histórica viene a ser un ajuste de cuentas, una reivindicación familiar, alentada por el rencor calentado en el brasero de picón del cuarto de estar, removido conveniente y oportunamente para mantener resentimiento y ganas de revancha.

La memoria, si lo es, está siempre viva. Es un valor cognitivo, uno sabe qué pasó en el pasado y, cuando integra la lección, la memoria se incardina en el presente y se hace poder, el poder del sabio. En cambio, la memoria cosificada, si se refiere a hechos trágicos, se convierte en un cadáver insepulto que exhibe impúdicamente su putrefacción y exige reparación o revancha.

Igualmente, los sentimientos no expresados claman su espacio y su manifestación. Y, si son disfóricos como la rabia, el miedo, la tristeza y el asco, mientras están callados, se pudren, se inflaman y derivan en actitudes crueles como el odio, incapacitantes como la pasividad, amargas como la nostalgia melancólica y refractarias como las fobias. La catarsis de estos procesos debe efectuarse en el diván, o mediante las técnicas de la Gestalt y la expresión bioenergética.

Sin embargo, no todas las personas tienen redaños para asumir su neurosis, aunque sea familiar como aquellos cuatro hermanos desdichados de Puerto Hurraco, y ponerse en cura, darse cuenta de su trayectoria existencial, sufrir la catarsis, generalmente dolorosa, y encontrar la sindéresis, la homeostasis, la paz interior.  Hay quienes durante años, y aun generaciones, arrastran su neurosis, o la neurosis los vapulea a su antojo, envalentonando sentimientos que pertenecen a un pasado hecho presente dramático, insufrible, desequilibrante, circular, de ruptura y vuelta a empezar.

Con su neurosis a cuestas, como Sísifo con su piedra, se puede llegar a La Moncloa y aun más arriba, hasta Cuelgamuros, e intentar una limpieza caótica, disruptiva, a base de espasmos y golpes de efecto. Pretendieron borrar la dictadura de Franco, quitando su estatua ecuestre de la plaza de San Juan de la Cruz de Madrid, pero dejaron en pie los Nuevos Ministerios construidos por el dictador con esmero monacal; dejaron funcionando los pantanos, aunque suprimieron las placas de la fecha de inauguración y su titular; permanece en funcionamiento la Seguridad Social, aunque cambiaron el nombre de los hospitales, el Francisco Franco se llamó Gregorio Marañón y el Primero de Octubre (cumpleaños del dictador) pasó de fecha a llamarse Doce de Octubre. Las calles y plazas de toda España cambiaron de titular, manteniendo idéntica su fisonomía y hasta los barrios y casas, que exhibían la placa del Instituto Nacional de la Vivienda como constructor, perdieron la firma, aunque sostienen su cimentación y funcionalidad. Esta operación de lavado de cara es tan simple que pretende suprimir la historia, con argucias nominalistas.

La Moncloa ha seguido disparando bolaños sea desenterrando momias, sea escrutando huesos de las fosas comunes, a fin de alentar la memoria de la tragedia, retrotraer a la población a los años 36-45, ó 34-50, al fragor de las sacas y paseíllos, al tiroteo entre falangistas, milicianos anarquistas y  pistoleros de Martínez Barrios envalentonados contra sus correligionarios los fusileros de Largo Caballero, como ocurrió en el mitin de Dos Hermanas en Sevilla. Es decir, con la bisoña pretensión de borrar los vestigios de la Dictadura de Franco, Zapatero y los gobiernos de progreso que le han sucedido, nos han situado en el periodo más álgido de guerra entre las dos Españas, asfixiando así la emergente Tercera España surgida en la Transición.

La izquierda, máxime después del pacto del Tinell, está dispuesta a cualquier cosa con tal de evitar la alternancia, aun cuando haya que levantar muros, mientras la derecha se conforma con derogar las leyes de la izquierda allí donde puede, y zascandilear pacíficamente por las calles, a la espera de que haya un muerto, o varios. Quiero decir, con tanto progreso, ahora estamos entre 1931 y 1936, cuando aquello del No pasarán.

Yendo a lo concreto, en nuestro caso desafortunado de repetición de la Historia, el inmediato gobierno de progreso anterior y presente, a pasos gigantescos de cangrejo, nos sitúa en las circunstancias siguientes:

1º/ Suprime los contrapesos al poder ejecutivo previstos en la Constitución de 1978. Por tanto, nos aproximamos a la democracia orgánica de Franco, o ya estamos inmersos en ella. Parece una paradoja tanto empeño por suprimir la dictadura, para sumergirnos en otra igual de signo diferente.

2º/ Interviene todos los resortes de la sociedad civil, como en los peores tiempos del gobierno de Largo Caballero, que hizo de todo una cuestión social… y pretendió conseguir el poder por las buenas (las urnas), o por las malas (revolución de Asturias). Ya andamos por 1934.

3º/ Atropella el poder judicial arramblando con el Estado de derecho, así llegamos a la época absolutista, antes de 1812, que luego repuso Fernando VII. Otro que tal. ¡Vaya parangón!

4º/ Rompe el principio de igualdad entre españoles, cargándose los Decretos de Nueva Planta de Felipe V. Y así llegamos a 1707.

5º/ Reconoce a Cataluña como Nación que, no sólo nos retrotrae a las Capitulaciones de Cervera (Lérida) entre Fernando e Isabel de 1469, sino que también ignora las de la reina Petronila de Aragón y el conde de Barcelona Berenguer IV, de 1150. Estamos en el siglo XII

6º/Vuelve a los reinos de taifas, que tan mal resultado dieron para sus protagonistas a partir de 1031, cuando huyó el califa de Córdoba, por el principio de divide y vencerás... Alta Edad Media.

Conde don Julián, dispuesto a pactar con el Táriq ibn Ziyad de ahora, también tenemos, aunque ahora se llama de otro modo y vive en otro sitio, pero hace pactos, igualmente inconfesables, y se baja al zoco a vender lo que surja y comprar deshonra. Menos mal que no nos salimos de la OTAN.

A este paso de progreso, vamos a terminar en Viriato, aquel pastor lusitano que pretendiera rescatarnos de la opresión imperial. Hoy se llama Paulo Rangel, también portugués, diputado europeo que quiere apadrinarnos.

Todo esto nos ocurre no porque falte cinismo en los gobiernos progresistas, sino por el éxito arrollador de la ingeniería social de progreso, que ha sido capaz de resucitar las dos Españas.   (ver otro artículo mío anterior, titulado la Revolución silenciosa).

Para evitar el conflicto inevitable, el demiurgo de la situación creada se erige en Muro, de cemento armado como el de Berlín también construido por el socialismo real, grande como la pretenciosa muralla china, inmaterial como un monumento de la Unesco y parcialmente místico como si fuera un delirio papal que sólo pretendiera proteger a los suyos. Todo junto.  Ser el Muro de la separación para que no riñamos los españoles es un sacrificio inmenso, que hará acreedor al Premio Nobel de la Paz al artífice del mismo, por su generosidad y espíritu de servicio a sí mismo.

No podemos eludir que Sánchez, a bolañazos, primero ha creado el problema, progresando marcha atrás hasta los gobiernos del Frente Popular, y después, tiene la desfachatez de proponerse como solución del problema por él planteado, mientras ignora la Historia y aún agranda más y más la brecha entre las dos Españas. Es un retruécano, una contradicción persistente, una locura viva que convulsiona a toda la sociedad. Esto no puede terminar bien, como pronostica el rostro del Rey.

¿Hay solución?

Europa puede ayudarnos, pero no tiene cañones…, carece de poder ejecutivo y como ha ocurrido con Hungría y Polonia se mantendrá en tono de reproche moral. Es todo cuanto puede hacer. En todo caso, una multa…

Es más esperanzador que se produzca la ruptura del Patio de Monipodio, situado a un lado del Muro, que constituye la coalición integrada por ex de toda ralea -terroristas, golpistas y prófugos de la justicia- junto a  miembros activos también variopintos –comunistas, partidos de la derecha rancia,  independentistas de toda laya enfrentados entre sí y resentidos de Podemos-. Tal pastiche sólo puede generar un guirigay sin sentido, el caos de las ménades en pleno ditirambo. Lo veremos, según espero.

Y es un deber nacional de todos y cada uno de los ciudadanos reclamar nuevas elecciones, para posibilitar que el pueblo pueda rectificar, si bien le parece, ofreciéndole un plan sensato de recuperación de la Tercera España. Es decir, la solución es nuestro reto y está en nuestro destino.

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