Es tradicional que las revoluciones, desde 1789, las origine y apadrine la burguesía y se nutran de masas famélicas. Sin la Enciclopedia, no hubiera habido revolución francesa, igual que sin El Capital, tampoco habría habido revolución bolchevique, ni sin el Libro Rojo de Mao, nunca se hubiera desencadenado la revolución cultural. Los autores de esos tres catecismos fueron burgueses.
En Francia, entre la Iglesia y la aristocracia engendraron los sans culotte, prestos a cantar la marsellesa. En Rusia, Alejandro III, al abolir la esclavitud sin otras previsiones eficaces, creó millones de hambrientos, base de la revolución, guerra civil y todo lo demás que terminó coronando a Stalin como un zar sin trono. Y en China, en 1966, el rico hacendado campesino Mao predicó la yihad, entre la Joven Guardia Roja, en pro de la revolución cultural. En todas partes cuecen habas, digo, las masas son acéfalas y requieren un timonel.
En cada momento, los desheredados, el proletariado, los pobres en definitiva, miran al papá Estado, que está en los cielos del poder omnímodo, de cuya providencia hacen depender su felicidad, la satisfacción de sus necesidades y demandas, a cambio de su pasividad. Todo el futuro supeditado a la generosidad estatal, como si el Estado fuera una fuente inagotable de bienes y servicios y cada individuo un agujero negro. Los estrategas políticos conocen este proceso tan bien que, si no tienen masa crítica para montar la revolución, saben que han de inventarla.
Naturalmente, el Estado termina por ser totalitario y deriva hacia algún tipo de dictadura, casi siempre más sanguinaria que liberadora. En Francia, Maximillien de Robespierre, manejando la guillotina en su Termidor, es tan inolvidable, como Stalin y Mao. Algo similar ocurrió con la República de Casares Quiroga y todos los desastres posteriores. Los bolivarianos venezolanos están en curso.
Las dictaduras de derecha, por su propia naturaleza, no son revolucionarias; se preparan mediante conspiraciones, también de la burguesía que se considera amenazada y provoca un golpe de Estado. Después, se sostienen, igualmente, sobre el terror, hermanándose en esto con las de izquierda.
En España, ahora estamos en fase preparatoria, emulsionando la masa crítica que servirá de base a la revolución, si la Unión Europea no nos ampara poniendo orden. La circunstancia de la pandemia va a reducir un 8% el PIB y elevar al 20% el paro. Sólo con eso, ya llegamos al nivel de la Rusia de 1919.
Además, un español que nazca hoy ya debe más de 20.000 euros, porque la deuda pública galopa desbocada y tendrán que afrontarla nuestros hijos, nietos y biznietos. La deuda pública sube a velocidad supersónica, como el Concorde, si volara. Este año subirá, al menos, un 9.5% y superará el 113% del PIB. Vivimos del cuento, dependemos de nuestra deuda y de incrementarla. Esta es una trampa histórica. Así de irresponsables, caminamos a la bancarrota.
Al Nobel de Economía de 1976, llamado Milton Friedman, el monetarista, ¿se acuerdan?, se le ocurrió aquello de la renta básica universal, una especie de cheque a entregar a los más humildes, para que ellos lo administraran libremente y liberar al Estado de servidumbres. Pese a que Friedman, neoliberalismo extremo, resultó un fracaso de solemnidad allí donde le hicieron caso, nuestra extrema izquierda ha desempolvado su invento y quiere dar el cheque, sin exonerar al Estado de sus obligaciones anteriores. Es decir, que es un añadido, un paso adelante hacia el abismo, porque, si cada uno nos arrogamos derechos y nos eximimos de obligaciones, no solo nos convertimos en parásitos, no sólo avanzamos hacia la bancarrota, sino que cancelamos el proceso de humanización que se recrea en cada persona individual y abdicamos de nuestra dignidad.
Esta es una solución de perdedores: unos españoles habrán de trabajar más para sufragar la deuda, o al menos el servicio de la deuda, mientras otros se anclarán en la cola del auxilio social. La fórmula es yo pierdo – tú pierdes. Aparentemente, perdemos todos.
Parece que el Estado, en este caso, procura el mal común. Pero, hay beneficiarios posibles: so pretexto de beneficiar a unos pocos, se agranda la base de menesterosos, instalados en una dependencia plena y sin remisión. Siempre es más fácil manipular a quien sufre una dependencia y azuzarlo para que derrote a los molinos de viento, haciéndole creer que son gigantes. Los autónomos son más rebeldes e inconformistas. Y, claro, Iglesias tiene prisa.
Cuando Pablo VI subastó su tiara, destinó el dinero obtenido a comprar un barco de trigo que regaló a la India. Aquel barco era una gota de agua en el mar del hambre y el Papa fue muy criticado. Hubiera sido más inteligente mandar tractores, crear cooperativas agrícolas y enseñar a los indios a abastecerse de su alimento. Sin duda, hoy habría en la India más autónomos. La diaconía no lo entiende así. La extrema izquierda tampoco.
El PER andaluz no ha permitido la autorrealización de nadie. En cambio, la recolección de la fresa de Lepe exige contratar marroquíes o polacos, mientras el Estado sigue pagando el PER, porque los españoles siguen en paro.
Una política de aliento y protección a la creatividad personal, que dé formación, facilite el reciclaje profesional, promueva la organización de pequeños talleres, probablemente, será mucho menos onerosa y, sobre todo, devolverá la dignidad a las personas.