En el vertiginoso mundo de la política española de los últimos tiempos, que nos dificulta el análisis sosegado de lo que pasa, lo que ha pasado y de lo que posiblemente pueda pasar, podríamos detenernos un instante en algo que para muchos puede ser secundario, pero que siempre me ha parecido importante porque define la cultura política de un país. Estoy hablando de los talantes y los gestos. Nunca dejaremos de agradecer al presidente Zapatero su especial énfasis en el talante, su defensa del discurso sosegado y bien construido, su afán por escuchar al contrincante político, la importancia del diálogo y la confrontación de ideas y programas en el parlamento y en otros lugares, sin menoscabar el prestigio ni la honra de los otros, herencia cancerosa del franquismo. Esa sensibilidad política se tradujo, además, en un fuerte contenido en favor de la igualdad y de los que sufrían por distintas discriminaciones. Pero, aunque se hubiera quedado solamente en aquello, ya hubiera sido un triunfo después del largo período de Aznar, incluyendo su época en la oposición a Felipe González, donde el gesto adusto, la bronca, la altanería, el desprecio hacia el adversario casi más que a sus ideas, y la prepotencia fueron señas de identidad. No bastaba con aunar a las fuerzas afines y maltrechas que habían llegado exhaustas a finales de los años ochenta, y de lanzar un mensaje social sobre lo honroso que era ser de derechas. Había que acogotar a lo que consideraba el enemigo, una versión remozada de la anti-España. Todavía resuena aquel desprecio a la ‘progresía’ que salió a la calle contra la guerra.
El talante de la segunda Administración socialista murió con la derrota del PSOE y la nueva etapa de Rajoy. Es cierto que el discurso ha sido menos bronco, más cotidiano de derechas de provincias, de mesa camilla, menos estridente, menos enérgico, menos viril diría el sector machista de la derecha mediática. Pero, no por ello, menos altanero, irrespetuoso, insultante, especialmente cuando detrás había una mayoría absoluta imbatible. Después de perdida esta mayoría, parte de estos gestos y talantes se mantuvo. Algunos miembros todopoderosos, como la ministra Cospedal, antes presidenta liquidadora del estado del bienestar castellano-manchego, han mantenido hasta el final esa forma de hacer política, como vimos en su valoración última de los jueces, ayudada por el infatigable señor Hernando, maestro en el menosprecio de las víctimas del franquismo, una especie de aprovechados de subvenciones de la memoria histórica. El último gesto de desprecio, ya no sólo al contrincante político, sino a las instituciones y los votantes se vio cuando el señor presidente pasó la tarde de la moción de censura en un restaurante, y no afrontando el chaparrón en su escaño. Esas formas de hacer política fueron inoculadas por el líder ‘imprescindible’, y sus herederos han sido buenos alumnos. Muchos esperamos que, en un contexto harto difícil, sin lugar a dudas, las formas, los gestos, el talante que trajo un político de ojos claros, se recuperen con un presidente nuevo, de gran altura. Creo que en esta cuestión podremos estar tranquilos, porque ya ha dado muestras del mismo en situaciones bien duras acontecidas en los últimos años.