DESDE muy temprana edad, sin obedecer a razón científica que lo pueda justificar, he detectado la mentira. No podría esgrimir alguna de las razones, de los hechos o de los comportamientos que me indujeran a ello: la mirada, el tono de la voz, los argumentos ininteligibles aún; o, algo muy sutil, arcano, primitivo que defendiera la inocencia o la candidez del párvulo.
Ya, después, con algunas décadas a las espaladas de uno, lo ha ido perfeccionando. Hasta el punto de llegar a establecer cuatro categorías, como sus causas: avaricia, poder, privilegio y fama. Cada una de ellas, con todos aquellos subgrupos que cualquiera pudiera establecer o pensar. Además, la última -la fama-, sobresaliendo, destacando en estos momentos que se viven, por el trasfondo de prejuicios, complejos y trastornos -especialmente de inferioridad- y deficiencias que oculta.
COMO uno no puede basarse más que en los resultados de la propia experiencia; desconocedor de todos aquellos elementos de carácter científicos que manejan los sicólogos, no le queda otra forma de aseverar lo que afirma, más que con el paso del tiempo. Ya saben aquello que refería Cervantes: “Confía en el tiempo, que suele dar dulce salidas a muchas amargas dificultades.” Y en eso estamos.
POR nuestra parte, además de tesón, paciencia y tiempo; hemos añadido, a medida que nos vamos conociendo, aquello que le da a uno la experiencia y la astucia necesarias para saber lo que conviene o no, hacer en cada momento o lo que le conviene personalmente. Eso que llamamos avisado, sinónimo de saber estar, que, vaya usted a saber si no se lo debemos a Baltasar Gracián y Morales, quien nos advertía: ” El mundo es un espacio hostil y engañoso, donde prevalecen las apariencias frente a la virtud y la verdad. El hombre es un ser débil, interesado y malicioso. Para ello debe saber hacerse valer, ser prudente y aprovecharse de la sabiduría basada en la experiencia; incluso disimular, y comportarse según la ocasión.
YA advertíamos que nuestros argumentos eran poco sólidos. Nos acogíamos a la “docta ignorancia”. En aquellos inicios pueriles, la inocencia como defensa; en estos, ya con las canas acudiendo a las sienes; el uso del conocimiento práctico, como papel en la enseñanza. Sin tener luz alguna que nos guíe, ni razón a la que asirnos, salvo -otra vez acudir a Cervantes -: “Tal vez en llaneza y en la humildad suelen esconderse los regocijos más aventajados”.
VOLVAMOS lo nuestro: ante la vileza de mentir, la virtud de no creerlas. No es uno persona, ávida de reconocimiento, gloria y otros menesteres para su estabilidad emocional, síquica y justificación ante sus irreversibles carencias. En esto sí me he apoyado en los “Proverbios y Cantares de don Antonio Machado, a quien he escuchado “frente al coro de los grillos que cantan a la luna”. “Nunca perseguí la gloria,/ni dejar en la memoria de los hombres mi canción.”
¿Qué gloria y qué memoria iba a dejar alguien que, sabe que no sabe? Quien esto suscribe, se ha dejado engañar, desde que tiene uso de razón. Ahora, después del tiempo pasado, acuden a uno algunos barruntos, imposibles de comprender y menos de explicar, en aquellos años lejanos. Así que era eso lo que necesitaban: Mentiras, aquellas maravillosas mentiras. La profilaxis social, aquel conjunto de medidas -el tratamiento de la enfermedad-, que se toman para proteger o preservar de las enfermedades.