Una de las conclusiones de la filosofía posmoderna fue dar por agotada y finalizada la Modernidad y sus valores (leer La filosofía posmoderna: un final ineludible). La Modernidad inaugurada con el Renacimiento, fue la continuación y superación de la Edad Media, pero no alcanzaría su plenitud hasta la Ilustración, en el siglo XVIII, la denominada Edad de la Razón. Quizá no sea sólo casualidad que el más destacado representante del actual “nuevo realismo” en filosofía, Markus Gabriel, reclame en su última obra, Etica para tiempos oscuros (2021), una “Nueva Ilustración” que reimpulse los valores ilustrados, que parecen haberse consumido en su desarrollo (leer Markus Gabriel y la nueva Ilustración).
La tesis cuenta con precedentes importantes. En 1993, el francés Alain Minc (1949) -actualmente asesor del Presidente Macrón- publicó un interesante ensayo titulado La Nueva Edad Media. Una expresión ésta, “Edad Media”, que ha hecho fortuna casi treinta años después, ya que desde 2020 se ha venido utilizando con profusión por muchos analistas. Para entender cabalmente la idea que trataba de expresar Minc, debe recordarse que, en Francia, tras la Ilustración, la “Edad Media” ha quedado estigmatizada como periodo oscuro de barbarie gótica y caos, arrumbado por el Renacimiento y liquidado por la Ilustración. Imagen tópica y profundamente errónea, pero muy asentada entre los intelectuales franceses.
En su obra, Minc se sorprendía de la euforia generada en todo el mundo tras la caída del mundo soviético entre 1989 y 1990. Y es que, para él, al margen de euforias, era preocupante la situación que se abría en el mundo tras la caída del imperio soviético. Porque el orden mundial inaugurado en 1945, fundado en el equilibrio de fuerzas antagónicas, había desaparecido en 1990. Y no le sucedió un nuevo orden, sino más bien un creciente desorden, una serie de situaciones imprecisas que se han ido desordenando progresivamente, dando como resultado una realidad vaga y aleatoria, como la actual, que es mucho menos segura.
A partir de 1990, salvo la cada vez más inoperante ONU, las estructuras internacionales creadas desde 1945 desaparecieron o se tuvieron que replantear. El Pacto de Varsovia y el COMECON soviéticos desaparecieron, la OTAN se tuvo que redefinir y la Unión Europea se sumió en profundas crisis interminables. A cambio, han proliferado lo que Minc denominó “zonas grises”, afianzadas por el debilitamiento del orden constituido precedente, tras la desaparición del sistema posterior a 1945. Y, sobre todo, se ha abandonado la razón como fundamento rector y han aparecido nuevos factores de crisis que precisan establecer un nuevo orden que logre equilibrar el complejo mundo de las relaciones internacionales recién descompuesto.
Por todas partes han progresado esas “zonas grises”: la diferencia entre lo prohibido y lo permitido se ha atenuado hasta casi desaparecer en muchos sitios. Ante esta situación, las instituciones y organizaciones, han sido incapaces de reaccionar, y han perdido el control de la sociedad. Cada vez se reduce más la parte de la sociedad que obedece a principios de orden. Es una situación en la que todo parece permitido, también en el orden internacional, sin más limitaciones que la fuerza que presente el oponente. En este nuevo espacio carente de armonía, puede que se esté, en el peor de los casos, en el mundo del caos, y en el mejor, en el de una mayor complejidad.
Las causas de esta evolución, para Minc, eran muchas y complicadas: el predominio del individualismo egoísta, el hundimiento de las grandes ideologías e instituciones tradicionales, la globalización de los mercados, especialmente los financieros, la adoración al dinero, la desaparición progresiva de los contrapesos morales y religiosos de antaño y la traición de los intelectuales. Como dijo Julien Benda (1867-1956), en su La Trahison des Clercs (1927), gracias a los intelectuales, durante siglos, la humanidad puede que hiciese el mal, pero veneraba el bien. Pero, durante el siglo XX, también los intelectuales desertaron de su misión de ejercer una oposición crítica y firme al poder, defendiendo los principios universales.
Desde finales del siglo XX se empezó a gestar un nuevo orden, o quizá desorden internacional, y una Europa diferente, que ya no es en sí misma sinónimo de paz. Porque la Europa posterior a la debacle soviética ha surgido, entre otras cosas, de la desaparición del tabú que durante casi medio siglo garantizó la paz en el continente: la intangibilidad y la inviolabilidad de las fronteras. La incertidumbre en Europa se debe a que las fronteras económicas, políticas y estratégicas, ya no coinciden, mientras que durante la guerra fría la coincidencia era completa: lo anunció la crisis yugoslava en el cambio de siglo, y lo ha confirmado la actual guerra ruso-ucraniana.
Los nuevos retos se vieron venir con tiempo sobrado, pero todos, y los europeos más que otros, han preferido cerrar los ojos hasta ahora, o mirar para otro lado. Pero la irrupción de una pandemia en 2020, el covid, ha hecho que todos, hasta los más remolones, hayan tenido que despertar de su feliz letargo. Y, por si esto fuera poco, el estallido de la guerra de Ucrania, en febrero de 2022, ha hecho que ese despertar haya resultado muy amargo. Pese a las infantiles promesas del denominado “Pensamiento Alicia”, el mundo y los hombres son como siempre: ni mejores, ni peores, iguales.
La incubación de estos nuevos problemas -no tan nuevos realmente- ha de rastrearse más atrás. Los nuevos riesgos se fueron gestando también en la gran caldera ideológica surgida de las revueltas estudiantiles de los años 60’ del siglo XX. Crisol intelectual en el que se fraguó, en todo occidente, el pacifismo contra la guerra de Vietnam (1955-1975). Un pacifismo airado y hasta violento. Y muy incoherente, pues fue capaz de condenar radicalmente a USA por sus injerencias en Extremo Oriente, pero no fue capaz de criticar a la URSS, o lo hizo muy tenuemente, por su invasión de Checoslovaquia, en 1968.
Durante el último cuarto del siglo XX, esa caldera ideológica se fue colmando de materiales diversos. En ella se vertieron los restos ideológicos de los diferentes naufragios revolucionarios sucedidos en el mundo desde el siglo XVIII. En él se fundieron y confundieron, en dosis variables, partes de populismo, feminismo, marxismo, anarquismo, nacionalismo, animalismo, tribalismo, ecologismo, individualismo, LGTBI, etc. Componentes que se presentan en sus versiones más extremadas, que son habitualmente contradictorias entre ellas y que apenas coinciden en poco más que en su total y frontal radicalidad “anti-sistema”, en general (leer Antisistemas por sistema).
La nueva Edad Media, para MInc, no se ha manifestado sólo en esa pérdida de las estructuras del orden, ni en la aparición de las “zonas grises”. El repliegue de la razón constituye para él la característica más relevante de este nuevo tiempo. Un retroceso de lo racional que, para un intelectual francés como Minc, se puede identificar con la aparición de señales propias de épocas ya superadas de la historia, como el oscuro medievo de las ensoñaciones ilustradas francesas. Minc denuncia la reaparición de viejos miedos y extremismos que se creían desterrados de Europa, así como la pérdida de muchos valores tradicionales, mientras han crecido una multiplicidad de peligrosas ideologías.
En todo caso, en lo que no parece haber muchas dudas es en que la modernidad ha llegado a su fin. Las señales de ese “acabamiento” proceden de los más diversos ámbitos. Los proyectos de la modernidad se han visto desarbolados por el despliegue de sus propias ambigüedades en el curso de su propio desarrollo. Un final advertido por la filosofía posmoderna de finales del siglo XX, que ha sido corroborado en este siglo XXI por el más destacado de los pensadores del nuevo realismo, Markus Gabriel. Una conclusión que Minc preludió en su obra La Nueva Edad Media.
Si la Ilustración, como dijo Kant (1724-1804) constituyó la mayoría de edad del hombre, más de doscientos años después, parece que el mundo actual se adentra en un tiempo enemigo de la Ilustración, que busca conseguir la minoría de edad perpetua de los ciudadanos. Porque hoy se reglamentan, o se pretenden reglamentar, las conductas íntimas, los comportamientos privados y hasta lo que se ha de comer. Algo que no sorprende cuando las viejas democracias se ven gobernadas por el nuevo paternalismo condescendientes de los crecientes Estados totales de Bienestar, al que acompaña un incipiente despotismo, aún débil, pero que se fortalece cotidianamente con nuevas prohibiciones, restricciones y limitaciones.