La irrupción de Salvador Illa ha hecho saltar por los aires la dinámica anodina, previsible y repetitiva que hasta ese momento caracterizaba la campaña para las elecciones autonómicas en Cataluña.
La campaña catalana discurría por el mismo sendero de la última década, el debate irreal, divisor y estéril acerca de la quimera independentista. El mismo sendero que ha llevado a los catalanes a caminar en círculo durante la última década, mientras el resto de las grandes regiones cosmopolitas de Europa procuraban avanzar en prosperidad y derechos.
El sueño de una región independiente en la España y la Europa de hoy es una falacia. Porque la independencia no existe y, además, es indeseable. Los grandes desafíos del mundo, desde el cambio climático a la elusión fiscal o las migraciones, pasando por la lucha contra las pandemias, exigen espacios públicos cada día más amplios, más fuertes y más interdependientes.
Contraponer hoy el propósito separatista al desafío de la globalizacíón es tan anacrónico como contraproducente. Y jugar en este contexto con la emocionalidad y el sentido de pertenencia de las personas es muy poco responsable. No habrá independencia, porque no es viable y no es conveniente. Y los propios dirigentes independentistas lo saben.
El reciente pacto suscrito y firmado por los candidatos independentistas para no acordar nada con Salvador Illa y el Partido Socialista señala con claridad donde está la alternativa al círculo vicioso del separatismo. Pero, ademas, constituye una paradoja insuperable.
Ante el bloqueo que las fuerzas independentistas han ocasionado en la institucionalidad catalana, esas fuerzas independentistas ofrecen… mantener el bloqueo. El independentismo se ha mostrado incapaz de entenderse para gobernar Cataluña. De hecho, han renunciado a seguir gobernando, han dado por finalizada la legislatura antes de tiempo, se ha disuelto el Parlamento catalán y se han convocado elecciones, como consecuencia de esa incapacidad.
La coalición de Junts y Esquerra, con el apoyo externo de otros grupos independentistas, ha fracasado. Es evidente. Pero todos ellos ofrecen la misma receta para los próximos cuatro años…
Salvador Illa ha propuesto dejar atrás la agenda separatista que ha monopolizado y bloqueado las instituciones catalanas durante demasiado tiempo. Y ha planteado tres prioridades distintas: proteger la salud de los catalanes, impulsar la recuperación económica, e implementar políticas públicas en defensa de los sectores más vulnerables de la sociedad.
Esto es, la agenda real de Cataluña. Los problemas y las soluciones reales de los catalanes y las catalanas.
Pero esto no quiere decir que deba ignorarse el reto del encaje territorial de Cataluña en su relación con el resto de España y sus instituciones. La cuestión es que ese reto no monopolice, no polarice y no paralice a la sociedad catalana, como lo ha hecho hasta ahora.
La cuestión es plantear salidas viables. Illa ofrece diálogo abierto, voluntad de acuerdo, un horizonte de reformas acordadas que pueda avalar el conjunto de la ciudadanía catalana. El perfeccionamiento de nuestro Estado de las Autonomías hacia una solución federal puede ser un camino interesante a transitar…
Y habrá que votar. Claro. Pero si el objetivo es el de superar las diferencias y acordar un marco comúnmente aceptable, lo lógico es acordar primero y votar después. No a la inversa, como plantean algunos. Votar antes de acordar divide a la sociedad. Votar tras dialogar, entenderse, ceder y acordar, cohesiona a la sociedad y la fortalece ante los retos del futuro.
Ahondar en la decadencia, o cambiar para progresar. Ese es el reto de la sociedad catalana en estos días. Ojalá acierte.