Vox es una fuerza política peligrosa para la convivencia democrática, y la estrategia del líder del Partido Popular le ha hecho más influyente. Esta es la principal conclusión de la jornada electoral del 13 de febrero.
El PP convocó estas elecciones a destiempo en Castilla y León por interés propio, y han terminado dañando gravemente el interés de los castellano leoneses y del conjunto de los españoles.
Hoy no hay más estabilidad política en Castilla y León, como se justificaba en la convocatoria electoral. El PP ha perdido 55.000 votos respecto a las elecciones de 2019, queda a tan solo 16.000 votos del PSOE, y ha cambiado un socio colaborador a la baja por un socio desafiante al alza.
Hoy no hay más estabilidad ni mejor gobernabilidad en Castilla y León que antes de esta convocatoria fallida, sino menos estabilidad y peor gobernabilidad. El gobierno que acabe formando el PP será un gobierno dependiente del extremismo ultra.
Las razones reales de aquella convocatoria electoral a destiempo estaban en la búsqueda del afianzamiento en el liderazgo de Pablo Casado dentro del PP, amenazado por la alternativa de Ayuso y la inconsistencia de su propio discurso.
Un “ayusazo” en Castilla y León hubiera servido para relativizar el triunfo de la presidenta madrileña y consolidar al equipo de Génova. No ha sucedido así. Antes al contrario, la errática campaña de la dirección del PP, el patinazo de la votación en la reforma laboral y el fiasco del resultado final, mantienen, si no intensifican, las dudas en torno al líder popular.
Los ultras de Abascal son peligrosos porque quiebran algunos de los grandes consensos sobre los que se ha asentado la convivencia democrática desde el fin de la dictadura en España.
La ruptura con el franquismo, el Estado de la autonomías, la vocación europeísta, la igualdad entre mujeres y hombres, los derechos de las minorías, la integración de los inmigrantes… Más allá de las legítimas diferencias, estos pilares han sustentado nuestro sistema político sobre bases firmes y estables durante más de cuatro décadas.
El auge ultra, su influencia creciente, los pone en peligro. Nos pone a todos en peligro.
El resultado del PSOE no ha sido el buscado ni el esperado, pero obtener más de un 30% de los apoyos en una comunidad tradicionalmente conservadora es de un mérito a reconocer para Luis Tudanca y su equipo.
Otra conclusión interesante para la izquierda está en las consecuencias de la fragmentación del voto. Es una constante. Cuando el voto progresista se divide, ganan la derecha y la ultraderecha. Pasó en Madrid y ha pasado en Castilla y León.
Los partidos localistas no son la respuesta a las legítimas reivindicaciones de la ciudadanía que habita territorios en procesos de despoblación. La disgregación de fuerzas y estrategias no soluciona el problema, sino que lo agrava.
Solo desde planteamientos integrados, fuertes y decididos puede afrontarse el reto de la despoblación con garantías de futuro.
La proliferación de candidaturas pequeñas y localistas en Castilla y León solo ha logrado reforzar al partido de Mañueco, máximo responsable del abandono que se denuncia, y al partido ultra, cuyo ideario centralista va directamente contra los intereses de sorianos, abulenses y leoneses.
El argumentario del PP intenta promover la idea de un supuesto cambio de ciclo, que solo existe en sus deseos. No ha habido cambio político en el previsible gobierno castellano leonés, por desgracia. Y el único cambio incontestable es el del refuerzo ultra. Si ese es el nuevo ciclo que celebran Casado y compañía, en el PP están aún peor de lo que pensábamos.
No obstante, el Gobierno de España tiene una agenda de recuperación y reformas que no va a parar, pese a los tropiezos populares y las soflamas ultras.