10 mujeres en el mes de septiembre. Una cada tres días. 7 más en agosto. 50 mujeres en lo que va de año. Y otras 26 objeto de intento.
Una cada tres días.
¿La atención pública? Sí. La condena obligada en X. El minuto de silencio acostumbrado en la plaza. La mención inevitable de las colas del noticiario. El recuerdo repetido del 016. La convocatoria del enésimo comité de crisis. Un refuerzo más en prevención y protección …
Lo normal, vamos.
¿Normal? ¿Una mujer muerta cada tres días?
Lo primero que llama la atención es el uso normalizado de los eufemismos. Ellas generalmente son “la víctima”. Ellos a menudo son “la pareja”, “la expareja” o “la antigua relación de la víctima”. Quizás, como mucho, “el agresor” o “el maltratador”. El hecho suele ser “un nuevo caso de violencia de género”, “otro caso de violencia machista”, u “otro episodio de la lacra que…”.
Pero no son las víctimas, sino las asesinadas. Y no son los agresores, sino los asesinos. Y no se trata de lacras o casos, sino de asesinatos.
Cuando quienes perpetran los atentados son terroristas yihadistas o sicarios de los cárteles de la droga, no suele hablarse de la lacra, de la víctima y del agresor, sino del asesinato, del asesinado y del asesino.
Además, en los asesinatos machistas se repara poco en los asesinos. La atención se centra en ella, en su historia, en su drama personal, en la desgracia familiar. Hay menos atención sobre el asesino, su nombre, su perfil, su familia, su empleo, su entorno, sus antecedentes, su comportamiento… Hay más compasión por ella que condena hacia él.
Tampoco ocurre así en los asesinatos terroristas o los asesinatos de los cárteles. La noticia entonces suele centrarse más en quien mata, en sus motivaciones execrables, en lo criminal de su conducta, en lo inmoral de sus hechos. Hay más condena al asesino que compasión por el asesinado.
A veces parecería que los asesinatos machistas forman parte del paquete de desgracias naturales e inevitables que toca asumir cada día… como los terremotos o las inundaciones. Vaya, cayó otro rayo sobre una pobre mujer. Hay que erradicar esta lacra…
En muchas ocasiones, el análisis acerca de las causas estructurales de los asesinatos opacan la responsabilidad personal del asesino. Hay desigualdad, hay machismo y hay patriarcado, desde luego. Y junto a esa desigualdad, ese machismo y ese patriarcado estructural, hay unos individuos que actúan de manera malvada y cobarde, que han de asumir su responsabilidad personal.
La sociedad es estructuralmente machista, sí. Pero, además, ellos son asesinos malvados y cobardes. Hay que señalar a la sociedad como machista. Y hay que señalarles a ellos como asesinos malvados y cobardes. Ante sus hijos, ante sus familias, ante sus compañeros de trabajo, ante su barrio y su pueblo, ante el conjunto de la sociedad. Con su cara, con su nombre, con su apellido, con su foto.
¿Por qué se hacen listas con los nombres de ellas y no se hacen listas con los nombres de ellos?
Ellas merecen nuestro recuerdo y nuestra solidaridad. Y ellos merecen también permanecer en nuestra memoria y en nuestra condena.
Que ningún asesino se esconda tras defecto estructural alguno, que los hay y hay que corregirlos.
No se trata solo de entender la masculinidad de otra manera. No es cuestión solo de reclamar nuevas masculinidades. Basta con exigir a los masculinos que actúen de manera decente, y cuando no lo hagan, que toda la sociedad caiga sobre ellos con su condena.
Después están los que niegan los asesinatos machistas. Como si pudiera equipararse el asesinato de un robo con violencia al “la maté porque era mía”. Como si no hubiera un patrón de criminales que matan porque se creen más que ellas, dueños de ellas, legitimados para decidir cómo han de vivir y si han de dejar de vivir.
Como si fuera normal, lo que hemos vivido siempre, lo que forma parte de nuestra forma de vivir y ahora quieren alterar estas feministas histéricas, radicales, empeñadas en acabar con nuestras tradiciones, con la esencia de la familia, con la religión verdadera, con nuestra nación eterna, con todo lo que conocemos, nos da calor y nos protege de incertidumbres y cambios.
Cuando niegan los asesinatos machistas envían una señal a las mujeres que sufren el machismo: desistid. Y lo que se niega no se previene, ni se combate. Por lo tanto, las mujeres están más desprotegidas ante sus asesinos.
Los que niegan los asesinatos machistas están poniendo en peligro a muchas mujeres. Tienen que ser señalados por ello. Y tienen que desistir.
Es una emergencia.