Los periódicos fueron, durante la Transición, observatorios principales del vasto panorama político que se abría entonces a la vista de la ciudadanía. Los cambios en el escenario político solían comenzar por cambios en el ámbito mediático. El reciente relevo de Sol Gallego Díaz al frente de El País, periódico de referencia –aún- de España en el extranjero, sobreviene el mismo día en que el diario publica un artículo de Juan Luis Cebrián sobre el ‘momento constituyente’, amén de la reunión del sanedrín de los magnates de la empresa y la banca privadas para intentar que la salida de la pandemia abandone cualquier tentación ‘social’. Todo ello acaece tras una reciente arremetida presuntamente criptogolpista fallida, de cuño judicial, basada en un informe tendencioso y falsario de un par de guardias civiles con la pretensión de montar una causa general contra el Gobierno, con la particularidad de que sucede en plena lucha contra una pandemia criminal que ha causado 27.000 muertes…
Es difícil eludir la certeza de que esos acontecimientos preludian presumibles nuevos intentos de consumar, mediante otros cambios en la arena política, un giro de timón, de momento hacia el centro-derecha, inducido por los poderes fácticos más desnortados, esto es, más derechistas, que llevaría implícito el descabalgamiento de Unidas Podemos del Gobierno de coalición y una supuesta sustitución de UP por Ciudadanos, del cual parecen desconocer que carece de soporte parlamentario. Ergo, un debilitamiento de Pedro Sánchez que podría arrostrar a corto plazo su salida del Gobierno y su reemplazo por un mero ‘gestor’ sin perfil ni audacia…
La pregunta política que sale obligadamente al paso es la siguiente: ¿saben esos poderes fácticos desubicados, cuyo buque insignia navega por aguas del Ibex, con qué y a que están jugando? Posiblemente lo desconozcan. El mundo alto-empresarial español, bastante tosco en sus análisis políticos, parece seguir desconociendo las habituales diferencias -y ocasionales analogías- existentes entre las necesidades de un Estado y las de un Gobierno. A veces ese mundo conserva algo de instinto, el mismo que ahora le dice que el juego en el que se adentra es peligroso.
Es preciso recordar que el último Gobierno del PP, con el fardo de corrupción y de inepcia acumulado por Rajoy-Bárcenas-Rato-Gürtel-Púnica-Aguirre, era incompatible con la necesaria legitimidad que todo Estado necesita para su estabilidad. En claro, aquel Gobierno y su prórroga ponían en peligro la estabilidad estatal. Ergo, además de la derrota electoral del PP en las urnas y de la incompetencia probada de Rajoy, la opción electoral socialista de Pedro Sánchez contaba no solo con la energía política propia que le granjearía el voto sino además, y sin buscarlo aparentemente, contaba también con el aval estatal en medio de una crisis muy grave planteada por la reivindicación independentista en Cataluña.
Comoquiera que la política punitiva acometida allí por Rajoy llevaba inexorablemente a un gravísimo choque de trenes, incluso a una conflagración, sin haber siquiera intentado dialogar con los sectores secesionistas, el Estado, que no era el Gobierno del PP, vio como inexcusable en esta reciente y crucial coyuntura electoral el acceso al Gobierno de Pedro Sánchez. Y, más todavía, comoquiera que las llamadas élites de la derecha han sido incapaces de dar paso a una generación de políticos jóvenes, de su cuerda, con un mínimo de sensatez –¡qué bochorno moral el ejemplo de Casado, Ayuso, el campeón del lanzamiento de aceitunas Egea, el rehén de Vox en Andalucía, Moreno…!- el Estado español no vio -ni ve hoy- otro empuje generacional juvenil capaz de llevar las riendas de este país a medio-largo plazo -tras ejercitarlo en un obligado aprendizaje en responsabilidades políticas- que el que encarna el tándem Iglesias-Garzón: ambos asumieron el reto de dar forma política al principal movimiento de masas de este país en lo que va de siglo XXI, el del 15M. Y esa vertebración es funcional para la pervivencia estatal, dadas las erosiones sufridas por el bipartidismo tras 40 años de desgaste.
Y la derecha y sus ecos fácticos han sido incapaces de percibir que, sin buscarlo, Sánchez ha contado con ese aliento estatal, que aúna el segmento fáctico más sensato que sabe lo que está en juego. Pero, además, Europa, el gran poder fáctico continental, avalaba igualmente a Sánchez –la reciente candidatura de Calviño para altas responsabilidades europeas lo corrobora- y, acostumbrada a las coaliciones en Italia, Alemania, incluso en Francia, no necesariamente recelaba de la posibilidad de un Gobierno de coalición de centro-izquierda en Madrid, porque Europa sí suele saber lo que es un Estado y cómo funciona.
Por consiguiente y por lo que parece, como en el Estado español quedan aún algunas cabezas sobre los hombros, el Gobierno de coalición no está solo a la hora de sortear las numerosas trampas que le van a seguir tendiendo los irresponsables de siempre. Sin talento, la derecha no puede gobernar más. Y sin Europa, tampoco. Si, además, Sánchez se mantiene incólume a la hora de aplicar políticas sociales e industriales progresistas, el horizonte se despejará por el bien de este atribulado país. Nada de perder los nervios, sino todo lo contrario: calma y rumbo al futuro. La salida de la pandemia no puede hacerse contra los intereses sociales mayoritarios. El irresponsable capital financiero debe dejar paso al capital industrial, eso sí, bajo la atenta mirada de un Estado que, ocasionalmente aunque más que nunca, en esta grave coyuntura, coincide en sus intereses con los de un Gobierno de progreso.