Amparo Martí fue una intensa socialista en la Cataluña de los primeros decenios del siglo XX hasta la Segunda República. Miembro de la Agrupación Socialista de Barcelona escribió intensamente en casi todas las publicaciones del socialismo catalán y español, además de ser una infatigable oradora en mítines y conferencias sobre socialismo y cooperativismo, otra de sus grandes preocupaciones. En 1913 estuvo en la fundación de la Agrupación Femenina Socialista de Barcelona, y en tiempos de la República se destacaría por su trabajo a través de la Agrupación Femenina de Propaganda Cooperatista.
En La Internacional, órgano de la Federación Socialista Catalana, publicó varios artículos sobre el feminismo, dedicando especial atención al de signo socialista entre los años 1908 y 1909.
Sus ideas sobre la vinculación del feminismo con la lucha de clases partían del análisis que hacía de la lucha por la emancipación femenina en el Reino Unido. Para nuestra protagonista estaba muy clara la relación de la cuestión económica con el esfuerzo que estaban realizando las británicas para alcanzar el reconocimiento del derecho al sufragio.
Explicaba que la legislación en aquel país contaba con disposiciones desde hacía tiempo que permitían que la mujer pudiera ejercer libremente una profesión, emprender un negocio y celebrar contratos. Podía disponer libremente de sus bienes, sin que necesitase el consentimiento del marido para comprarlos o enajenarlos. La legislación establecía que la mujer casada podía conservar o disponer por testamento o por cualquier otra forma de sus bienes muebles e inmuebles, como propiedad separada, como se daba el caso en las mujeres no casadas. En conclusión, en el Reino Unido se había terminado la tutela masculina. Así pues, era lógico que las mujeres británicas exigiesen el derecho del sufragio porque el disfrute de los derechos civiles llevaba como consecuencia inmediata la necesidad de los derechos políticos. La argumentación de estas luchadoras parecía imbatible. No se podía mantener una situación en la que, por un lado, las mujeres tenían esos derechos civiles, consagrados por las reformas legales, mientras que por otro se impedía que participasen en la dirección política del país.
Amparo Martí resaltaba que las sufragistas eran mujeres de condición social elevada, y eso era natural. Si a toda mujer, independientemente de su condición socioeconómica, le interesaba que fuera reconocida su personalidad en todas las cuestiones de su vida social y económica, mucho más a las sufragistas por su condición de burguesas porque esperaban de su participación en la política poder velar por sus propios intereses, alcanzados por los cambios legales previos.
Para Martí existían dos tipos de feminismo, el burgués, y el socialista. El primero luchaba para conseguir derechos civiles y políticos de la mujer, como hemos expuesto, frente al segundo, que iba más lejos porque, además de luchar por las mejoras en la condición de la mujer pretendía destruir el capitalismo que pesaba por igual sobre ambos sexos.
El socialismo habría luchado por la mujer antes que el feminismo de signo burgués. Es más, consideraba que lo que para el sufragismo era conseguir un favor del régimen burgués, para el socialismo era la lucha por un derecho.
Esa lucha debía ir encaminada hacia la emancipación de la mujer tanto de la tiranía del capitalismo como de la sumisión al hombre, además de combatir las tradiciones y prejuicios que la oprimían, y que se transmitían generación tras generación.
Al socialismo no solo le preocupaba la afirmación política de la mujer, como en el sufragismo, sino también su libertad económica, y lo que se conocía en aquella época como la ‘libertad moral’.
La esclavitud económica no solamente, insistía, era padecida por la mujer, sino también por el hombre. La lucha del socialismo emanciparía a ambos. Por otro lado, el matrimonio se había convertido en un negocio donde el hombre compraba y la mujer se convertía en el género. Desde el punto de vista moral, Martí consideraba que el matrimonio causaba una ‘especie de rubor’ porque la unión entre un hombre y una mujer necesitaba además de la completa satisfacción de las necesidades económicas, afinidad de carácter, de sentimientos y de inclinaciones que les permitiera a ambos estar en el mismo ‘nivel moral’. Si no era así, especialmente para la mujer, se convertía en un ejercicio de prostitución, aunque tampoco parecía muy favorable para el hombre, porque, si era digno, podía considerar que era una degeneración.
Martí consideraba que cuanto más ilustrado era un hombre, si no contaba con suficientes medios, sería más reacio a contraer matrimonio. Ante ese miedo citado sobre la degradación renunciaba a constituir una familia a la que no tenía certeza de poder mantener.
Para la feminista socialista todas estas consideraciones demostraban que cuanto más se meditaban los graves problemas que afectaban a hombres y mujeres más claro era que el feminismo solamente no bastaba para resolverlos. El feminismo por sí solo no daba soluciones, por eso debía ser socialista para mejorar y redimir a las trabajadoras de todos los sectores, que consumían su vida y su salud por el exceso de trabajo.
Para conseguir la liberación de la mujer el feminismo debía ser socialista porque, al unir su lucha a la del proletariado universal podía estudiar todos los problemas en su conjunto que producía el régimen capitalista.
Pero el feminismo español no estaba luchando adecuadamente, distinguiendo tres tipos en su seno. En primer lugar, estaría el que denominó feminismo aristocrático, ocupado de la moda, los deportes, bailes y reuniones sociales. Luego habría un ‘feminismo inocente’, que esperaba que los cambios viniesen del cielo, siendo el más desarrollado en España. Por fin, el feminismo ‘progresivo’ estaba vinculado al mundo del librepensamiento, el espiritismo y el republicanismo. En realidad, este podría ser el feminismo más afín a nuestra protagonista, pero el problema residía en que, sin salirse del mundo burgués, ya fuera católico o ateo, monárquico o republicano, la mujer permanecía como una esclava del capitalismo porque después de las tiranías que suponían la superstición religiosa y la política, continuaba la económica, una esclavitud que impedía a la mujer poder ejercer sus derechos políticos por mucho que se le reconociesen.
El feminismo socialista, que ya comenzaba a perfilarse en España, pretendía, en cambio, unir su acción a la del hombre para terminar con la explotación en el trabajo, y convertirlo en una obligación social, ya que, en el régimen colectivista, el hombre y la mujer trabajarían, pero según estableciese la colectividad en función de las necesidades sociales y las fuerzas y aptitudes de cada uno y cada una. Para terminar con la explotación del hombre por el hombre, se unía la mujer socialista, concertando la lucha con el proletariado militante.
Pero para Martí era una quimera el cambio inmediato. Había que realizar una labor pedagógica. La acción de la mujer socialista no era una forma de entretenimiento o una distracción como solía pasar con el feminismo de signo burgués, pero tampoco un ejercicio teórico. La mujer socialista prestaba su concurso a la causa del trabajo, que no era otra que la de la emancipación del proletariado. En consecuencia, el feminismo socialista no podía desligarse de la emancipación de los trabajadores y trabajadoras.
Hemos empleado como fuente primaria los números 4, 7 y 28 de La Internacional, que se pueden consultar en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional. Sobre Amparo Martí, cuyo verdadero nombre era Micaela Chalmetta, podemos acudir al Diccionario Biográfico del Socialismo Español, así como las siguientes obras: Pere Gabriel, ‘El ugetismo socialista catalán. 1883-1923’, en Ayer 54/2004, (2), págs. 165-197; Francisco de Luis Martin, ‘Familia, matrimonio y cuestión sexual en el socialismo español (1879-1936)’ pág. 275; y la monografía de M. Duch Plana, Micaela Chalmetta, Barcelona, 2009.