Piano piano va lontano. Despacito se llega lejos. La coyuntura política en España, pese a las bombas de relojería colocadas por la cúpula del PP en la judicatura, en la Iglesia y en sus negocios, no hace mella en la estructura democrática que vertebra la entraña y el imaginario colectivo estatales. Tampoco mella la democracia española la impericia política de la cúpula de Ciudadanos que, en vez de ceñirse a la conquista del centro político, tarea que tenía ante sí al alcance de la mano, rivaliza ahora con la extrema derecha para arrebatarle su histeria. Apartando la idea de maldad a la hora de explicar tanta estulticia, es el analfabetismo estatal-democrático de las cúpulas de la derecha hispana, la peor de las herencias del franquismo, lo que explica esta errática y peligrosa deriva. Y esa herencia continúa vigente en sus rangos. Desconocen que la sociedad española tiene músculo democrático.
Aunque sí, se sabe: una parte no desdeñable de ella carece de lo que recientemente Nicolás Sánchez-Albornoz definía como el sentido de paridad que toda democracia demanda, puesto que importantes sectores de votantes, intoxicados por esas cúpulas y abducidos hasta una polarización inquietante, no ha podido aprender aún a situarse en el lugar político del otro y admitir que son siempre las urnas las que deciden quién gobierna, resultado que hay que respetar con unción.
Pero no importa. Siempre que la izquierda encuentra siquiera un resquicio para el avance social y político, puede y suele aprovecharlo: los objetivos sobre el alza del salario mínimo, la sanidad universal, el diálogo sensato con el nacionalismo, el saneamiento de la radio y la televisión públicas…las claves para recobrar lo mejor del Estado de Bienestar y la digna memoria de nuestra democracia con medidas como la exhumación del dictador del panteón de Cuelgamuros, ya están en marcha: la didáctica política avanza en clave democrática, pese a la errática trayectoria de las cúpulas de los partidos de derecha. Esa malsana concepción patrimonial del poder como propiedad suya y que sus dirigentes tan obscenamente muestran, es una de las lacras que debe desaparecer de la escena. Cuanto antes.
¿Por qué esos dirigentes, a los que se inviste con la responsabilidad de expresar los intereses de una parte de la sociedad, la de sensibilidad de derecha, desconoce qué es España, cuál su patrimonio geoestratégico, su riqueza humana, la fuerza de su asalariad@s y empresarios, su legado cultural e histórico, cómo puede ignorar que es tal el basamento real de su fortaleza? ¿Por qué desconocen dónde está el horizonte socioeconómico real y cómo es prioritario mantenernos entre los diez primeros países del mundo en este arranque del siglo XXI si somos capaces de vertebrar con imaginación los intereses de la clase media asalariada como eje de acción política? ¿Saben lo que es un Estado?¿Conocen que la ecuación equilibrada entre poder y ética es el fundamento de la estabilidad estatal? ¿Serían capaces de avenirse a la razón moral como motor del verdadero progreso? ¿Piensan alguna vez en términos de nación o solo saben hacerlo en términos de casta?
Urge que esa porción de la clase política se alfabetice políticamente. Que aprendan que la gestión democrática de la complejidad estatal es incompatible con el autoritarismo del ordeno y mando; que la democracia, la defensa de los intereses mayoritarios de la sociedad, el juego limpio, el respeto a las minorías y el patriotismo constitucional son piezas-clave del arquitrabe que permite la vida conviviente de una sociedad tan plural como la que habita la piel de Toro. Y que ese Toro no puede seguir siendo toreado por ellos. Es preciso o atraer a la cultura democrática-o apartarlos de manera permanente- a esa cuota de personajes relamidos y vociferadores cuyo estruendo se ha convertido en la losa que impide saber que la derecha es una opción política legítima y necesaria, con la cual hay obligadamente que entenderse para afrontar el futuro, un futuro de concordia sincera, generosa y creativa.