Es un chico de pueblo, de sonrisa espléndida y contagiosa, que acumula miles de horas de esfuerzo, tesón y renuncias extraídas de sus diecinueve años, con las que ha logrado hablar inglés, ser millonario y número uno del gradiente mundial del tenis. Por tanto, ya es un referente, un modelo digno de imitación, una propuesta humana avocada al futuro del logro.
El éxito es fruto de una labranza psicofísica, en la que trabajan al unísono la mente con sus prospectivas y el cuerpo como escudero fiel y entusiasta de aquella. Forman un equipo compacto, en cuyo interior reina la confianza mutua, sin fisuras. El poder de la mente puede galvanizar al cuerpo y cada vez que éste secreta serotonina por haber respondido a tono, la mente eleva sus pretensiones.
El montañero que se propone ascender a un pico sabe que ha de entrenarse durante meses, preparar los artilugios, fijar la mejor fecha y la compañía competente. Cuando comienza, sabe que ha de dar miles de pasos, jadear, sobreponerse a la falta de oxígeno, sudar, hidratarse cuando llega a una cota, seguir la marcha, sortear el precipicio, protegerse del viento, escalar, usar los grampones sobre el hielo, limitar sus aspiraciones según lo que le dice su propio cuerpo y continuar. Al final, corona, hinca la bandera y se expande. Luego tiene que bajar y contar su experiencia, que es como compartir el éxito y crear escuela.
En la fase previa de todo ese proceso, juega un papel primordial el pensamiento analógico, la imaginación que crea una expectativa positiva, una película por desarrollar en post del logro. Las ideas abstractas apenas movilizan motivación; en cambio, la imagen desata energía, desatasca la inercia y promueve movimiento, como si la dopamina estuviera más propensa a obedecer ante la historia visualizada, aunque esté por venir, que ante las deducciones pragmáticas y los silogismos, por muy sensatos y realistas que sean estos.
El perdedor es el contrapunto de Carlos Alcaraz. Pongamos que se llama Pedro, Pedrito el que pedía ayuda frente al lobo que no existía, un mentiroso contumaz, que se desacreditó a sí mismo tanto que cuando quiso propalar la verdad, ya nadie lo creyó. Carlos, el triunfador, ha sido recibido en su pueblo en loor de multitudes, que lo jaleaban y participaban de su gloria. Pedrito no puede pisar la calle, sin que lo llamen sinvergüenza y lo denigren, porque perdió el crédito y nadie lo respeta. Mas dejemos a los perdedores que elaboren sus fallos.
El éxito es el broche de una cadena preciosa de valores que se ensartan unos con otros. Todo comienza con un crédito de confianza que alguien otorga al futuro triunfador: “Tú, puedes”. Son más que palabras. En el plano simbólico, contienen un permiso para atreverse y decidir el empeño; en el campo afectivo, llevan el respaldo y complicidad del autor del permiso, que permite al receptor contar con un acompañamiento mágico; por último, si el autor tiene autoridad por su experiencia y saberes, el receptor encuentra confirmadas sus posibilidades, recibe un plus de energía para iniciar su empresa.
Puede haber triunfadores que arrancan por sí mismos, sin que medie el empuje externo, como ocurre en los casos de diferenciación entre hermanos. Cada uno desarrolla habilidades distintas, en virtud del proceso de especialización divergente. Aun así, la confirmación social llegará más temprano que tarde, en cuanto los educadores se percaten del esfuerzo.
Bien; el crédito de confianza inicial hay que administrarlo desarrollando disciplina, persistiendo en el esfuerzo para apropiarse de las técnicas, hacerlas una extensión del manejo corporal y mental y agrandar así la destreza. Por esa vía, se logra ser un virtuoso que supera a quien, simplemente, es un experto.
La motivación para afrontar los sacrificios que impone la disciplina es tanto interna como externa. El triunfador ha de disfrutar de cada logro parcial, saborear su progreso. Naturalmente, la serotonina hará su función. También es precisa la elaboración cognitiva del éxito pequeño del día. Es la integración del aprendizaje dentro del estado de consciencia que acompaña el proceso. Desde fuera, el mentor ha de estar atento para confirmar el desarrollo registrable, por pequeño que sea. Es importante mantener la perspectiva de que somos un ser bio-psico-social.
La disciplina, poco a poco, se transformará en constancia, fidelidad al proceso que ya forma parte de la identidad de la persona. Posiblemente, en la pubertad, Alcaraz ya considerase que él era tenista. Tal vez, su persistencia le permitiera tener éxitos parciales en campeonatos locales y regionales. Con trece años, su referente era Roger Federer. Esto indica que el ideal del yo tenía un modelo, un paradigma de lo que pretendía ser. El triunfador cuanto más se aproxima a su referente, mayor es su satisfacción y menor el costo del esfuerzo desarrollado y las renuncias impuestas.
Jugar es crear, inventar, hacer nuevo cada día lo que parece ritual y consabido. Sin innovación, el aburrimiento aparecerá pronto y ahí habrá embarrancado el proceso del éxito. Ser un virtuoso es un paso necesario, pero no suficiente. Un buen técnico no deja de ser un excelente funcionario que aplica un protocolo; pero no es un artista, no es un creador; su actividad está sujeta al dictado de lo que ha pensado, o hecho otro. El creador, dentro de la norma, se mueve a su aire, a expensas de su originalidad, de la peculiaridad de su cerebro. Esto es lo que puede sorprender a su contrincante y permitirle proclamar su superioridad.
También es muy importante saber ganar sin epatar a nadie y saber perder sin derruir la autoestima. Ganar un partido es un escalón que sube el triunfador; perderlo es una frustración, claro, y un reto a su aprendizaje. En todo caso, es importante que mantenga la sonrisa ante el contrario, que está presente con toda su habilidad y los valores que acumula.
La psicóloga de Alcaraz le recomienda mantenerse al cuidado del yo interior. De entrada, la psicóloga no es cognitivo-conductual, porque sabe que el yo social puede enfangarse con las alaracas de los elogios y terminar arrastrándose en post de ellos. La persona humana no está en venta, no es una mercadería que serpentee en el vacío, al pairo de las oscilaciones del torbellino que desata la admiración efímera.
Es necesaria la fidelidad a uno mismo, mantener la coherencia con la trayectoria que se deja atrás y la que marca por delante el proyecto en curso. Lo vemos también en Nadal, otro referente eximio, que no ha permitido dejarse engatusar por el chisporroteo fugaz del éxito, que cubre tiempos de plató de televisión y espacios de prensa de papel. El éxito no puede torcer la dirección que trae el protagonista.
A esta persistencia en el propósito del éxito la llaman humildad impropiamente. La humildad es una característica, Nietzsche dijera, de la moral de esclavos. En nuestro esquema, es realismo, sabiduría aplicada de quien se quiere mantener en la posición conseguida y no puede prescindir del equipamiento que lo acompaña que, sin escatología, queda así: Cabeza, corazón y … empeño.
Alcaraz, con toda su sencillez, es un prodigio de superación y ambición de ser. Un referente.