La evolución de la filosofía en los siglos XIX y XX recuerda los duelos subsiguientes a una defunción. En este caso fue por la muerte oficial del concepto del otro mundo, de inspiración platónica y formulación cristiana, que llevaba siglos agonizante. Con la “muerte de Dios”, Nietzsche certificó el fin del irrealismo propio de la filosofía subjetivista, aparecida con el idealismo racionalista (Descartes), que Kant dejó mortalmente herida, pese a que él mismo perseveró en ella. El “otro mundo” pereció cuando se desplegaba la investigación del mundo real en toda su inmensidad. Lo que quizá fuese necesario para un renacer del sentido de lo sacro, liberado de su identificación con “engaños” religiosos, que agonizó en paralelo a la creencia en “otro mundo”. De esa constatación surge la inflexión de Zubiri en Sobre la esencia (1962).
El positivismo y la filosofía analítica creyeron que bastaría con olvidarse de la metafísica para prescindir de sus problemas y temáticas, reducidos a “errores” del lenguaje o incoherencias lógicas. Mas las modas filosóficas pasan, como pasaron positivistas y analíticos, pero los problemas de la metafísica permanecieron. Ignorarlos, como hicieron, solo sirvió para auto-condenarse a la sordera. La declaración de la “Muerte de Dios”, que oficializó la desaparición del último pretexto para ocultar la realidad, sólo significó introducirse en ese valle sombrío en el que “realidad” significa “nada”. Positivistas y analíticos fueron incapaces de captar la profunda conexión de sus perspectivas aparentemente anti-ontológicas, con las ontologías de Husserl, Heidegger o Sartre.
Así, casi toda la filosofía del siglo XX (marxistas, analíticos, existencialistas, estructuralistas, posmodernos, etc.) coincidieron en considerar la “substancia” un significante vacío de todo contenido, que debía expulsarse del orden simbólico y de la filosofía, en general. Mas, para suprimir algo, se precisa aceptarlo antes de algún modo, y eso sucedió con el concepto de “substancia”, expulsado de la experiencia, es decir, de la “realidad”, por la filosofía moderna. Realidad cuyo rasgo distintivo, sin embargo, está en una diferencia interior, que no proviene de un hipotético observador externo, sino de las cosas mismas en cuanto sistemas físicos auto-constituidos y relacionados.
Para Zubiri, el hombre es ante todo un “animal de realidades”. Como el animal, está inmerso en un mundo zoológico, pero supera al animal porque aprehende las cosas, no como estímulos, sino en tanto que realidades. Estas realidades se le dan a conocer al hombre a través de los sentidos, a través del cuerpo. El hombre es un animal inteligente que capta realidades. Pero no es sólo “mente” o “inteligencia”, como sostuvo en general la tradición cartesiana, sino que es una “Inteligencia Sentiente”. Si el hombre se atiene a su experiencia directa, debe reconocer que aprehende la realidad en un sólo acto físico, que es a la vez del sentir (impresión) y del inteligir (realidad). La inteligencia produce intelecciones sentientes.
En el concepto de “hombre”, Zubiri se apartó de Ortega, más próximo al existencialismo y, en general, a toda la filosofía de su tiempo, como la fenomenología, o el positivismo, etc., que confundieron el “ser” con la propia existencia. Pero el hombre no es puro quehacer, acontecimiento o drama, privado de naturaleza, como sostuvo Ortega; ni tampoco un puro Dasein, o “ser-para-sí”, cuyo estar en el mundo y cuyo trato con las cosas es darles sentido, como sostuvieron la fenomenología y el existencialismo. Frente a la conceptuación de las cosas como constituidas por el sujeto, cuyo ser es el sentido que tienen en su vida, Zubiri, justo al revés, sostuvo la plena inserción y captación del hombre en lo real. Las ideas base de su antropología, inspiradas en el realismo epistemológico de los clásicos españoles del siglo XVI, pero profunda y radicalmente renovadas, las expuso Zubiri en su curso El problema del hombre (1953-1954).
En Sobre la esencia, Zubiri desarrolló lo que constituiría su concepción de la sustancia y de la sustantividad: El hombre está compuesto de innumerables elementos sustanciales materiales y de un elemento sustancial anímico. Pero el hombre no es sólo un compuesto de sustancias sino una realidad sustantiva. No es lo mismo sustancialidad y sustantividad. Las sustancias pueden ser formalmente muchas, pero la sustantividad es formalmente una. Incluso en el caso en que no hubiese más que una sustancia, su momento de sustantividad no se identificaría formalmente con su momento de sustancialidad.
La distinción entre “sustancialidad” y “sustantividad” es importante en Zubiri. La sustancia, sobre todo en Aristóteles y en la tradición escolástica, era un compuesto hilemórfico, en el que uno de los elementos se comporta pasivamente (la materia) y el otro de modo activo e informante (la forma). Sustancias que no tienen plena autonomía, puesto que muchos cuerpos materiales —como el del hombre— están compuestos de sustancias descomponibles. Lo que permanece es la sustantividad, lo real primo et per se. La esencia de un ser es una estructura en donde todos sus momentos se “codeterminan”.
La esencia es el principio estructurador de la sustantividad en el orden intramundano, mas, en el orden extramundano, el concepto de esencia no es unívoco. Sólo cabe concebir cualquier esencia extramundana sobre esta estructura, concentrando sus momentos por elevación hasta llevarlos a sus límites (sustantividad plena). La “mundanidad” es la respectividad universal de lo real. La concepción zubiriana de esencia, como momento constitutivo de la sustantividad, como algo “físico” y, en un sentido más amplio “metafísico”, tomando lo “físico” como lo “real”, tiene una profunda conexión con la biología. Zubiri trató de hallar una concepción de esencia amplia y comprensiva que incluyera también las realidades “artificiales”.
Kant estableció que las categorías del sujeto trascendental legislan sobre todos los fenómenos y, por consiguiente, sobre la naturaleza como suma completa de ellos. Para él, la substancia es la materia de la realidad, y su forma está constituida por el hombre, mediante intuiciones y categorías. Frente a él, Husserl opondría su reducción fenomenológica, que pone entre paréntesis lo “real” y cree hallar un reino de esencias puras que permitiría a la filosofía volver a considerase una Ciencia Rigurosa (Strege Wissenchaft).
El espíritu matemático positivista también trató de “liberar” a la filosofía del yugo teológico y metafísico, pero incorporando para ello la metafísica del entendimiento del empirismo inglés, que retuvo la substancia, pero elevándola a incógnita. La mera lógica produce estas ruinosas especulaciones y tampoco es capaz de aportar un concepto de experiencia (experiencia de realidad concreta), sino sólo un orden confirmativo de la abstracción (eliminación) del objeto físico material del mundo.
Lo que Wittgenstein llamó “mundo”, definido como “conjunto de los hechos”, puede coincidir con lo que Spinoza llamó substantia, que él definía como el “seguirse de infinitas cosas, en infinitos modos”. Sin embargo, para Spinoza lo absoluto es cuerpo y alma, razón y causa, natura naturans (ente creador) y natura naturata (ente creado), justo los conceptos que desterró por la filosofía analítica al declararlos “indecibles”, “sin sentido” e “inexistentes”. Y el “olvido del ser” del existencialismo, fue un concepto limitado al ser, conectado con la idea de un universo eterno y lleno. Pero la eternidad del universo no se deduce de la observación ni de la teoría, y el universo está prácticamente vacío.
La pérdida del concepto de substancia en filosofía coincidió con un estado de cosas que, aunque generado por las filosofías modernas, resultó al final insoportable para ellas. El poder humano, capaz de decretar la “Muerte de Dios”, no halló nada con su insensibilidad respecto a lo real de la existencia; tan sólo la confianza en una praxis que ha desplegado la transformación técnica del mundo como lo único afirmativo. A la aquiescencia ante una naturaleza impasible, sucedió un llamamiento universal al poder que permitiese atravesar el mundo por una negatividad referida a lo exterior solamente, pero los negadores están llenos de negatividad. Y así es desde Kant, y aún desde Descartes, que dudaron de la realidad externa —los objetos y el mundo— y buscaron en el sujeto el único fundamento del ser, del saber y de la realidad.
Zubiri concluyó Sobre la esencia con un replanteamiento ontológico. Reprochó al viejo realismo racionalista de la neo-escolástica (Suárez) la confusión creada al usar como sinónimos tres conceptos distintos: realidad, ser y ente. Para Zubiri, la realidad es la cosa “de suyo”, lo real a secas. Y el “ser” es la actualidad de lo real en el mundo, acto ulterior de la realidad y diferente de ella, aunque la presuponga: es lo real en cuanto tal. También innovó Zubiri las propiedades, generales o trascendentales del ente, que la escolástica definió como “cosa”, “uno”, “algo”, “verdadero” y “bueno”. A esas propiedades, Zubiri añadió una nueva: la mundanidad.
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