CRÓNICAS TRANSANDINAS
En febrero asistimos a un nuevo hito en la historia de la humanidad. Un hito que sirve tanto para admirar la evolución tecnológica y científica que ésta ha alcanzado como para constatar la configuración del actual mapa geopolítico: la llegada a Marte de tres misiones aeroespaciales. Un buen punto de partida para divagar en búsqueda de las grandezas y miserias humanas si comparamos los logros con las necesidades que se van quedando en el camino.
Primero fue Al Amal, Esperanza, la sonda que envió Emiratos Árabes Unidos para estudiar el planeta rojo durante los próximos dos años. Después amartizó la estadounidense Perseverance en la región conocida como Jezero, un cráter que fue lago. Por último entró en órbita Tianwen 1 para llevar la misión china a posarse en el mes de mayo en Utopia Planitia, otro punto que se tiene por una reserva de agua helada. En tierra quedo ExoMars, la apuesta europea que tuvo que relegar su intento a la próxima ventana temporal de aproximación máxima entre los dos planetas dentro de dos años para intentarlo. También quedaron las declaraciones de intenciones de los privados, que ya anuncian su interés en el espacio con Elon Musk de Tesla y Jeff Bezos de Amazon a la cabeza.
Más allá de distancias y tiempos, presupuestos y avances tecnológicos para salvarlos, detalles de equipamientos para la exploración de la superficie marciana… la pregunta que surge es: ¿Es lógica esta triple gesta aeroespacial en un mundo agónico por la sobreexplotación de sus recursos, el crecimiento exponencial de la población humana y el ya presente cambio climático? Junto a esta interrogante esta carrera por las estrellas ratifica una nueva organización geopolítica del mundo sobre la que vale la pena detenerse un momento.
La exploración a marte no es cosa de ayer. Los primeros intentos sin éxito fueron soviéticos en 1960, desde entonces la competencia entre las dos potencias enfrentadas en la guerra fría no cesó. Las Vikings 1 y 2 norteamericanas se pasearon buscando vida por las planicies de Chryse y Utopía en los setenta con mayor éxito que las Fobos soviéticas en los ochenta, que nunca llegaron a completar su misión. Desde entonces el planeta vecino no ha dejado de recibir artefactos para su estudio. Aún no ha habido una lluvia de langostas como pronosticaba Ray Bradbury en sus Crónicas Marcianas, pero ya se habla del envío de naves tripuladas en torno a 2030.
Los puntos de amartizaje me dan la primera pauta de análisis comparativo. Tanto la decisión estadounidense como la china están lejos de ser los lugares más probables de encontrar las muestras de vida microbiológica que se busca. Los casquetes polares con balsas de agua líquida o las cuevas de lava protegidas del frío y la intensa radiación habrían sido destinos más adecuados para tal propósito. Y no es que no lo sepan, al contrario, justo por eso respetan los acuerdos internacionales establecidos en la ONU en 1967 en el Tratado sobre el espacio ultraterrestre firmado por 110 países. La razón es más que lógica, tanto esfuerzo, ilusión y presupuesto por encontrar vida para regresar con un resto de microorganismo terrícola que viajó adherido a las orugas de los vehículos encargados de tal misión. Y aquí llega la comparación, odiosa como todas, demagógica podría decir alguien, no seré yo quien lo niegue. Desde diciembre de 1997 en que se firmó el Protocolo de Kioto la humanidad conoce la relación entre emisión de gases, efecto invernadero y cambio climático los países no ha hecho otra cosa que firmar acuerdos e incumplirlos. El Protocolo no entró en vigor hasta 2005, y me temo que si lo hizo fue para crear un nuevo y lucrativo producto en el mercado de valores, las emisiones de carbono cuya cuota es comprada por los países más industrializados al resto, incluso entre empresas, Tesla le vende a Fiat, por ejemplo. Son sólo dos tratados, uno se cumple y el otro se aprovecha. Para reflexionar, tan sólo está el futuro de la humanidad en juego, ya dije que no había que descartar la demagogia.
La segunda reflexión es en torno a los protagonistas de esta todavía robótica exploración. EE.UU es obvio, el espacio es una extensión más de su demostración de dominio mundial. La exploración espacial ha sido además fuente de conocimiento que ha traído al mercado el papel albal, la comida liofilizada o el microondas. Lo sé, soy injusto, la investigación aeroespacial ha sido fundamental en el avance científico de la humanidad y Estados Unidos ha sido clave en compartir su conocimiento con el mundo civil. China es la segunda potencia que ha llevado su vehículo a explorar el suelo marciano. La vieja rivalidad capitalismo-comunismo se ha desplazado geográfica e ideológicamente, y China, que se incorporó al espacio recientemente ya grafica en las estrellas su firme decisión de ser la primera economía mundial, antes incluso de sus propios planes gracias a la crisis del covid, y demostrarlo. La aparición de Emiratos Árabes en el ruedo interestelar invita a un rápido sobrevuelo sobre la actualidad de este país cuyo subsuelo le da una situación económica privilegiada, 900 mil millones de dólares de su fondo soberano, y que deja claro con este viaje que está dispuesto a invertirlo en ciencia y tecnología entre otros usos, sin olvidar el militar. Uno de esos usos es la obtención del agua, mediante la desalinización, el bombardeo de nubes con sal para generar lluvia y la construcción de presas para embalsarla. Otro detalle importante, una mujer lidera la misión espacial con un equipo en el que más del 80% son mujeres, Sarah al Amiri es además ministra de tecnología. No perdamos de vista a Emiratos.
El agua. Vamos a Marte porque hemos encontrado muestras de la existencia pasada de agua y concluimos que debió de haber vida e incluso todavía la hay. Hablamos de vestigios de actividad biológica que nos den pistas de bajo que condiciones mandar a un equipo de mineros que finalmente es de lo que se trata a corto plazo. Minería aeroespacial. Simplifico y me adelanto. Agua.
“tu no puedes comprar el viento,
Tú no puedes comprar el sol
Tú no puedes comprar la lluvia
Tú no puedes comprar el calor”
Dice la canción Latinoamérica de Residente, Rene Pérez, el boricua fundador y vocalista de Calle 13. Ya no, ya ha entrado en la bolsa de valores. Mientras celebrábamos la caída del Muro como el fin de la Guerra Fría otros lo hacían como el comienzo del saqueo característico de cualquier posguerra y Margaret Thatcher decía “incluso la Francia socialista sabe que el agua privatizada es mejor que la nacionalizada”. No hablaba por hablar, durante diez años concesionó el agua de Londres a una compañía australiana que no tuvo reparo en cortar el suministro por falta de pago. Historias del proto-neoliberalismo. A principios de siglo, nuestro siglo, los fondos de inversión se empezaron a interesar en el agua bajo el argumento espurio de que al ponerle un valor al agua la vamos a respetar más. Al sur de Australia lo han hecho, 500 dólares por megalitro (un millón de litros). Un precio que ya ha llevado a la bancarrota a buen número de granjeros que tienen que recurrir a la compra de agua a través de una perversa aplicación que define su precio en función de las previsiones climatológicas, si va a llover baja el precio, si anuncian sequía sube. Agua, merece un artículo entero.
Los que no han llegado aún a Marte son la Unión Europea ni los particulares. No me parece atrevido decir que lo de la Unión Europea era previsible. Los presupuestos en investigación europeos están a años luz de los chinos o norteamericanos, y eso que éstos últimos han caído a un 0,7% de PIB según manifestó el propio Joe Biden en su primera comparecencia ante la prensa el pasado 25 de marzo. Un ejemplo español: las investigaciones para la obtención de la vacuna contra el covid dirigidas por los jubilados Luis Dejuanes, Mariano Esteban o Vicente Larraga, los tres dirigiendo sus respectivos equipos ad honorem. ¿Será que no es importante? Las vacunas han demostrado ser una buena pista de despegue del pesimismo mundial. Si el covid llenó en un principio de muestras de solidaridad de balcón y video clips de Resistiré pronto se transformó en asalto a píe de pista de aterrizaje y cálculo de beneficios de la venta de insumos relacionados con el manejo de la enfermedad y, la joya de la corona, la vacuna. Una constatación de que el mundo no se divide entre autocracias y democracias como dijo Biden en el encuentro mencionado, sino entre los que aún piensan en valores como la vida y la solidaridad y los que sólo tienen el beneficio económico inmediato como santo grial, entre el 1% y el otro 99. Vacunas, patentes e inversión de los estados para alcanzar el éxito en sus investigaciones, otro buen tema para un nuevo artículo.
Sigo con los que no han llegado a Marte pero sí tienen ya su particular agenda de objetivos en el espacio. Las iniciativas privadas son tres principalmente y tienen detrás lo que podríamos considerar la alternativa a los poderes nacionales por su potencialidad económica y su liderazgo en las nuevas tecnologías claves en la que ya se considera 4ª Revolución Industrial. Blue Origin, fundada en 2000 por Jeff Bezos, fundador de Amazon y actual poseedor de la mayor fortuna personal en el mundo apunta con su nave New Shepard (que ya ha hecho 12 lanzamientos de prueba con reentrada en la atmosfera terrestre) a liderar el turismo espacial y el envío de material a la luna mediante su cápsula Blue Moon. Space X nace en 2002 como apuesta personal de Elon Musk, fundador de Pay Pal y Tesla entre tantas otras compañías de éxito. NASA ha estado planeando externalizar el transporte de tripulación a la Estación Espacial Internacional (EEI) desde comienzos de los años 2000 y ha encontrado en Space X su socio ideal. En 2014, la empresa de Elon Musk y el gigante aeroespacial Boeing resultaron ganadores de un contrato de la NASA para el transporte de tripulantes. Desde entonces 26 de los 40 lanzamientos realizados por la NASA han corrido a cargo de la empresa del sudafricano. Elon Musk apunta directamente a Marte como objetivo personal, y si no ha estado en esta ocasión es que tiene planes más ambiciosos que los de llevar un vehículo no tripulado. Por último Planetary Resources reúne otro elenco de conocidos millonarios en este caso más variado, Larry Page y Eric Schmidt de Google, Richard Branson de Virgin o el cineasta James Cameron entre otros. Su negocio es la minería espacial. Atrapar asteroides y buscar sus riquezas, dos básicamente, agua y metales preciosos de grado ultra alto. Espermos que Cameron haya visto La amenaza Andrómeda.
No nos ilusionemos, buscar agua en Marte, la Luna o los asteroides cercanos no es para rescatar al granjero australiano o liberar la presión de los acuíferos de Doñana. Resulta que los cohetes funcionan de manera más eficiente con combustible basado en hidrógeno y oxígeno, algo que hay de manera infinita en el agua, así que cuando pensemos en ella en un asteroide o satélite hagámoslo en términos de gasolinera espacial. ¿Por qué si el agua es tan eficiente en cohetes no se usa en automóviles, trenes o aviones? Sí, ya lo sé, soy un inocente. ¿Se conformarán los inversores con seguir respetando el tratado de 1967 ahora que hay riqueza y no sólo investigación en el espacio?
En junio de 2001 Spender le decía al Capitan Wilder: “Nosotros, los habitantes de la Tierra, tenemos un talento especial para arruinar las cosas grandes y hermosas.” Era la cuarta expedición. Los hombres que los acompañaban esperaban que las otras expediciones hubieran fracasado y que la suya fuese la primera. “No eran malintencionados, y sin embargo lo pensaban. Allí, de píe, pensaban en la fama y el honor.” Ray Bradbury conocía bien el alma humana, si lo hubiera escrito hoy habría añadido a la fama y el honor el dinero. El economista Willer Buiter, defensor de la privatización de agua se preguntaba “¿Sólo porque sea vida significa que no puede tener precio?”. Pero perdón, este artículo es sobre las primeras expediciones a Marte, bien por los esfuerzos de las mujeres y hombres que las han hecho posible.