Ya se ha comentado en estas mismas páginas que el orden mundial inaugurado en 1945, fundado en el equilibrio de fuerzas antagónicas, desapareció en torno a 1990. Y no le sucedió un nuevo orden, sino más bien un creciente desorden, una serie de situaciones imprecisas que se han ido desordenando progresivamente más, dando como resultado una realidad vaga y aleatoria, como la actual, que es mucho menos segura: en febrero de 2023 se ha cumplido un año de la invasión rusa de Ucrania y no se ven perspectivas de un alto el fuego a corto plazo.
A partir de 1990, salvo la cada vez más inoperante ONU, las estructuras internacionales creadas desde 1945, o bien han desaparecido, o se han tenido que replantear. El Pacto de Varsovia y el COMECON soviéticos desaparecieron, y la OTAN se ha tenido que redefinir varias veces en los últimos treinta años. La Unión Europea se ha ido sumiendo en profundas crisis interminables, que han terminado con la crisis del Brexit, que no ha dejado indemne a la Unión. Y, sobre todo, se ha abandonado la razón como fundamento rector de las relaciones internacionales y han aparecido nuevos factores de crisis que precisan establecer un nuevo orden que logre equilibrar el complejo mundo actual. La misma globalización económica se está cuarteando.
Y no es que hayan faltado avisos del aumento de los riesgos tras el fin del orden de la Guerra Fría. La crisis de Yugoslavia, con su rosario de guerras y enfrentamientos en los Balcanes, las actuaciones sobre Afganistán, en dos ocasiones, las crisis de Siria… incluso la primera confrontación ruso-ucraniana de 2014, por la anexión de Crimea por Rusia. Nadie ha querido ver cómo aumentaban las tensiones y cómo el mundo se aproximaba a posibles conflictos bélicos en varias zonas. Las fronteras occidentales de Rusia y las pretensiones de China sobre Taiwan, constituyen seguramente los principales focos de atención, pero son no los únicos.
Cuando empezó el ataque ruso, camuflado por la propaganda de Moscú de “agresión defensiva”, se desestabilizaron de golpe y totalmente las relaciones internacionales. Aunque se esperase el ataque ruso desde el verano de 2021, nada se hizo para evitarlo, sino que se sucedieron declaraciones desafiantes contra Moscú. Lo sucedido en los más de doce meses transcurridos desde el ataque ruso (24 de febrero de 2022, permite considerar verosímil la tesis de que los rusos, al desencadenar la guerra, se habían metido en una trampa que aprovecharían Estados Unidos, Inglaterra y la OTAN, mientras que China iba a seguir la crisis con atención, pero a distancia, esperando el desgaste de sus principales adversarios.
La evolución de las operaciones militares y de los acontecimientos ha producido situaciones casi impensables antes del inicio de las hostilidades. En este año de combates se han sucedió ofensivas y contraofensivas, que no han dirimido realmente nada decisivo. La ofensiva rusa de invierno, entre noviembre de 2022 y marzo de 2023, ha concluido sin resultados positivos para Moscú. Y debe tenerse en cuenta que, si tras más de un año de guerra, Rusia no es capaz de vencer a Ucrania en una guerra convencional, el resultado a los ojos de todo el mundo es muy poco satisfactorio para Moscú y su potencia militar.
En el ínterin, se han producido también otros cambios notables. USA, con el firme apoyo británico, ha recuperado el liderazgo indiscutible de una OTAN renacida, sin haber tenido que mover un solo soldado. Pero la posición de los aliados europeos de USA no es ni remotamente unánime, ni su apoyo muy seguro. Alemania y Francia mantienen sus tradicionales reticencias a subordinarse a Washington y a Londres, aunque la Administración Biden no les ha dejado opciones para hacerlo. La posibilidad de que se resquebraje la unidad impuesta por USA a sus aliados es, precisamente, una de las esperanzas de los dirigentes rusos. Esas indefiniciones de los principales países de la Unión Europea han determinado, también, que dicha Unión se haya desdibujado en el ámbito internacional: Europa apenas sale ya en las fotos.
Sin que fuese sorpresa, la posición de China ha ido cambiando con el desarrollo de esta crisis. Por una parte, los dirigentes chinos afirman su respeto a la “soberanía”, pues este principio es fundamental en su doctrina de acción exterior, como en el caso de Taiwan. Mas esa reivindicación de la soberanía no ha significado críticas a Rusia. Al revés, China presenta a Rusia como víctima de la agresividad de Occidente, que trata de aislarla ahogándola en sus fronteras. Para Beijing no existe el neo-imperialismo ruso, ni tampoco un irredentismo nacionalista paneslavo. Los chinos consideran que el problema es la soberbia occidental, que trata de imponer un orden internacional basado en sus propios valores, a cualquier precio.
Inicialmente, en febrero de 2022, los dirigentes chinos estimaron que el ataque ruso a Ucrania era un sinsentido, una prueba más del primitivismo de una cultura como la eslava rusa, europea al fin. Nunca han sentido respeto o admiración por Rusia, su historia, su cultura o sus élites, y ahora menos que nunca. Sin embargo, un año después del inicio de las hostilidades las circunstancias han cambiado y en Beijing intentan evaluar en qué medida pueden beneficiarse de la crisis, en su estrategia sobre Taiwan y el Mar de la China, así como en sus planes como gran potencia.
China se ha ido convirtiendo durante este año de guerra en el principal suministrador de Rusia, ante el régimen de sanciones económicas impuestas por USA y sus aliados. Además, China necesita energía y Rusia se la puede proporcionar. Lo mismo se puede decir de otros materiales, como las “tierras raras” (lantánidos), que China necesita para sus proyectos de ganar la Revolución Digital. Rusia está sufriendo la aplicación de las sanciones de la OTAN, pero la colaboración china ha amortiguado y limitado mucho los daños que ha recibido la economía rusa en este año de guerra.
Hace pocos días, en marzo de 2023, la diplomacia china ha presentado algo parecido a un plan de paz, contradictorio e inviable y, así, los líderes occidentales y los medios de comunicación lo han criticado por incoherente y poco realista. Pero es un primer hito y la idea de un alto el fuego ya se ha lanzado. Beijing demanda un alto el fuego, tanto por razones humanitarias, como para dar opción a la negociación. En el corto plazo no va a ocurrir, pero se trata de sembrar para más adelante. Un alto el fuego implicaría consolidar las posiciones militarmente ocupadas y, a partir de ese momento, nadie podrá forzar la retirada de las tropas rusas de sus posiciones en Ucrania. Y hasta es posible que también Rusia se vaya desdibujando al someterse a China y que deje también de salir en las fotos.
Pero no ha dejado de ser una inteligente propuesta de Beijing, que aspira a mantener vivas las esperanzas rusas, a la espera de que la OTAN se debilite y no quiera prolongar las hostilidades mucho más tiempo. La guerra rápida de movimientos y grandes operaciones militares fracasó desde las primeras semanas de la invasión y se ha ido transformado en una guerra de desgaste. Pero las ofensivas rusas de invierno han fracasado y, ahora, con la primavera, se verá si Ucrania, igual que el año pasado, 2022, es capaz en 2023 de volver a lanzar y sostener ofensivas de primavera y verano, en los próximos meses.
En el comienzo del segundo año de guerra, las espadas siguen en alto y la paz es incierta, como incierto es el futuro. Pero lo que es seguro es que nada volverá a ser igual que antes, tras esta guerra.