septiembre de 2024 - VIII Año

Santo Tomás de Aquino en el 750 aniversario de su muerte

‘Retrato de Santo Tomás de Aquino’, de Carlos Crivelli (1476). National Gallery de Londres

¿Por qué volver a recordar a Santo Tomás de Aquino (1224-1274)?, ¿solo por un aniversario redondo de su muerte? Una muerte que va quedando lejos, que se encamina ya hacia el milenio y que algunos desearían que hubiese sido más completa, un olvido. Pero la filosofía —Platón dixit— es ese diálogo del alma consigo misma sobre el ser, el conocer y el obrar, y en ese diálogo Santo Tomás sigue siendo trascendental.

Suele decirse que los grandes clásicos de la filosofía son esos autores a los que todo el mundo cita pero que casi nadie lee. Y a Santo Tomás se le cita poco hoy. Quizá se deba a que hace ya muchos años que apenas se le estudia en las universidades. En la asignatura de Historia de la Filosofía casi nunca se llega a “ese tema” durante el curso. Y la filosofía dominante en los últimos siglos tampoco lo ha citado mucho, pues siguió derroteros muy alejados del tomismo, pese a que sin él no sería posible comprender ni el pensamiento clásico, ni el actual, pues es el gozne que une ambos. Sucede mucho que la obra de algunos grandes pensadores se recrea constantemente, pero sin que se dé nunca referencia del autor, pues forma parte ya del acervo general comúnmente aceptado en la filosofía.

El mundo actual está aturdido y desfondado en filosofía. “Modernos”, “tardomodernos” y “posmodernos”, se hallan enredados con el “conflicto”: la vida como conflicto total y permanente. Conflicto que se pierde en debates polémicos, interminables e inútiles, sobre todo en filosofía política y moral. Debates negativos sobre todo lo que divide y enfrenta: desigualdad, sexo y género, la diferencia o la deconstrucción. La posmodernidad se ha centrado en las discordias, el caos y el desorden, la trasparencia y la opacidad, pero todo desde la óptica del conflicto. Nada hay verdadero ni seguro, se ha dicho adiós a la verdad y se propone la “posverdad”, banalización de la mentira y distorsión deliberada de la realidad, a fin de manipular creencias y emociones, para influir en la opinión pública.

El momento histórico y filosófico presente se ha separado de las “grandes esperanzas” que antaño se depositaban en un pensamiento estable y firme. Fuese la religiosidad cristiana de la tradición occidental, o la moderna razón, hasta hace poco se pisaba suelo firme en el orden intelectual, teórico y práctico. Sin embargo, en general, la filosofía actual no rebasa lo fáctico, se limita a salir pragmáticamente del paso, o a sostener un “pensamiento débil” de andar por casa cada día: sin trascendencia, sin finalidad, sin condiciones para una racionalidad universal. Parecería que solo lo útil o lo instantáneo dan contenido y significado a los actos humanos y, sucesivamente, a la vida en comunidad y a la propia existencia, reduciendo el “hacer humano” a poco más que una inútil pasión sin sentido.

Un contexto, el actual, inhóspito para un pensador como Santo Tomás, en quien el amor a la verdad constituye una constante. Su disposición al debate le llevó a buscar la verdad allí donde pudiera hallarse, sin temor a los temas debatidos y al resultado de los debates. Santo Tomás confrontó con todos los pensadores de su tiempo y con muchos del desaparecido mundo greco-latino, ya fuesen árabes (Avicena, Averroes), judíos (Ibn Gabirol, Maimónides), paganos, griegos o latinos (Platón, Aristóteles, Cicerón o Séneca), cristianos, antiguos y recientes (San Agustín, San Gregorio, San Jerónimo, San Isidoro, Boecio, Pedro Lombardo, etc.).

Puede que su pensamiento no esté de actualidad, pero eso no quiere decir que Santo Tomás no sea siempre de plena e ineludible actualidad, pues sigue siendo fundamental hoy. Y no por los latiguillos que habitualmente se dicen sobre él. El más difundido es el que lo considera el máximo exponente del aristotelismo durante el Medievo: craso error, salvo que se precise adecuadamente. Umberto Eco, con sutileza, afirmó que Santo Tomás no aristotelizó el cristianismo, sino que cristianizó a Aristóteles. Con ello expresó bien lo que hizo el Santo, al tiempo que definía el contexto de crisis que, ya en vida de Eco, atenazaba a la filosofía, tras la caótica mutación posmoderna de finales del siglo XX. De nuevo se ha de recordar lo evidente: Aristóteles fue un gran platónico, el más grande de los platónicos, sin duda, y no su contrario. Y Santo Tomás fue un gran platónico, un gran aristotélico y un gran agustinista, el más grande, sin duda, pero no el adversario de ninguno de ellos. No se olvide.

Para Santo Tomás, lejos de la ingenuidad del viejo Parménides de Elea, que consideró que el ser era uno, el objeto de la metafísica no puede ser, en primera instancia, “El Ser”, sino la multiplicidad de los seres. Solo después de constatar esa multiplicidad de seres reales, abordaría el aquinatense el estudio del ser, constituido desde Aristóteles en el objeto específico de la metafísica. El ser expresa la esencia que define una realidad, aquello por lo que una cosa es lo que es, como capacidad de existencia, prescindiendo de si existe o no. El ser es lo primero que se aprehende con la inteligencia, el ser de cada cosa, a través de los sentidos.

Por eso el Santo empleará un segundo concepto de “ser”, al cual llega el entendimiento mediante la abstracción en su máximo grado, prescindiendo de las diferencias formales que distinguen y diversifican a los muchos seres singulares reales, considerando en ellos sólo su razón de ser. Así obtuvo el concepto universal y común del ser, que es el objeto propio de la filosofía primera y la base desde la que formuló los trascendentales, los primeros principios y las nociones generales que determinan el concepto del ser-acto y potencia, esencia y existencia, sustancia y accidentes, causa y efecto, etc.

Este breve recordatorio de la doctrina tomista del ser expresa su realismo filosófico, racionalista y objetivista, del que el realismo gnoseológico o epistemológico y el moral son consecuencia. Realismo metafísico del ser, realismo gnoseológico y epistemológico de lo verdadero y realismo ético-jurídico del bien, porque el ser, lo verdadero y lo bueno están ligados y son coincidentes. No un realismo dogmático y acrítico, pues hay en el tomismo una crítica del conocimiento para demostrar la validez del realismo por el que optó, que acoge en su argumentación el dinamismo del conocer. Tampoco es un criticismo trascendental, pues el Santo advirtió que tomar al sujeto como referente principal del conocimiento, impide acceder al objeto que puede llegar a ser cuestionado, e incluso negado.

Santo Tomás reorganizó la filosofía en su conjunto y su obra fue guía general del pensamiento en los siglos subsiguientes. Las salvedades y objeciones al tomismo aportadas por la Escolástica Franciscana (Duns Escoto y Occam), en los siglos XIII y XIV condujeron a la crisis final de la escolástica medieval, en el siglo XV.

Pero siguió siendo uno de los referentes de la filosofía en el siglo XVI, con el Renacimiento, aunque no el único. La filosofía hispana del Renacimiento, de la mano de Juan Luis Vives y la escuela española, hasta Suárez, reformularían el tomismo para solventar y asumir, en lo que era posible, las objeciones de Escoto y Occam a Santo Tomás. También para incorporar los nuevos saberes científicos que se empezaron a desarrollar a gran escala en el Renacimiento, con sus respectivas problemáticas epistemológicas. Pero mantuvieron y reforzaron el racionalismo realista y objetivista recibido de Santo Tomás, aunque los clásicos españoles consideraron su realismo aún algo ingenuo.

Sólo más tarde, en el siglo XVII, surgirían filosofías contrarias a ese pensamiento consolidado realmente “perenne” y defensor de la metafísica, cuyo rasgo principal ha sido afrontar siempre el “ser” y la “realidad”. En primer lugar, se apartaron de ella los racionalistas subjetivistas e idealistas (Descartes), que criticaron el “realismo” para centrar la filosofía en el sujeto y no en la realidad externa. También los empiristas, aunque estos se dirigieron más bien contra el “racionalismo”. Luego lo hizo la crítica kantiana, en su intento criticista de componer y superar las diferencias entre empiristas y racionalistas subjetivistas. Kant fundó sobre nuevas bases el saber científico, pero sembró de nihilismo, más que de escepticismo, la filosofía más reciente.

Porque si, como Kant sostuvo, la “cosa en sí”, es incognoscible, entonces el orden ontológico de la naturaleza se torna también incognoscible y, por tanto, se hace incognoscible el orden moral, es decir, el objeto de la razón práctica. Desde su epistemología, Kant propuso el formal y vacío “imperativo categórico”. Como consecuencia, el mundo con sus fenómenos no sería para Kant ya un universo objetivo con su propio orden ontológico a descifrar, sino un orden creado por el hombre —el sujeto— mediante las formas subjetivas de su espíritu. Así, la idea de un orden metafísica y moralmente objetivo desapareció, para consagrar el orden subjetivo de las ideas perpetuamente cambiantes.

De ese modo, Kant convirtió al espíritu humano en un soberano contra el mundo, contra la realidad y contra el ser. Para Kant no existe la objetividad, como mucho, solo la intersubjetividad. Es el sujeto, en Kant, quien produce “su mundo” autónomamente, en cuanto objeto de la experiencia posible en el espacio y en el tiempo, configurado después por las categorías de la mente. Con ello, la idea de Dios como el Creador del orden ontológico, se transfiere a la razón práctica como un postulado necesario para constituir el orden moral. El severo control instituido por Kant sobre las condiciones de toda metafísica futura, encontró en él mismo a su primer trasgresor: cuando quiso fundar mejor que en una causalidad mecánica la libertad, sólo pudo crear una nueva entidad metafísica, el viejo Dios.

No fue más afortunada la rebelión anti-metafísica del idealismo alemán. En sus esfuerzos por eliminar toda trascendencia, optó por resolver el problema del ser diluyéndolo en el devenir: a Hegel se le reprochó siempre su gigantesca “metafísica enciclopédica” en movimiento. El constante fluir en el sentido de Hegel, sin puntos fijos, no soporta ningún límite o confín, ni siquiera interno y, por tanto, excluye a lo trascendente, al sujeto que trasciende, o quizá a ambos. Evidente fue también la atracción por la metafísica de los fenomenólogos “anti-metafísicos” (Husserl), atrincherados en la filosofía del “como sí”, pues reconocen, tras el mundo de las leyes, un mundo de valores igualmente reales: pero es imposible hablar de fines supremos de la vida, sin postular un sujeto creador del orden universal, y final de todas las cosas creadas.

Y finalmente el existencialismo, penúltima derivación de los subjetivismos cartesianos, en su rebelión anti-metafísica que, pretendiendo oponerse al idealismo alemán, buscó el ser, de cuyo olvido se lamentaba Heidegger, pero confundiendo el ser con la existencia. Pese a su manifiesta y declarada aversión a la metafísica, es innegable que hay en el existencialismo muchos de los elementos desarrollados por la filosofía tradicional y sustentados en el tomismo, aunque en el existencialismo aparezcan muy desenfocados.

La obra entera de Santo Tomás tuvo como propósito ordenar los saberes y el pensamiento, pues lo propio de la sabiduría es ordenar y conocer la realidad, el mundo y su orden. Y lo hizo, mediante el realismo filosófico. El ser y sus propiedades trascendentales, sus principios y leyes constituyen el objeto de esa filosofía realista, racionalista y objetivista más que bimilenaria, de la que Santo Tomás de Aquino es una de las pocas figuras importantes.

Reordenar los saberes vuelve a urgir hoy, ante los destrozos causados en la filosofía y en el pensamiento por las derivas posmodernas en que han terminado por disolverse, a finales del siglo XX, los subjetivismos de los racionalismos idealistas derivados del cartesianismo en los últimos siglos: sendas desviadas y perdidas, que no condujeron a ninguna parte.

COMPÁRTELO:

Escrito por

Archivo Entreletras

Yo voté a Carmena, ¡perdonadme!
Yo voté a Carmena, ¡perdonadme!

Mi padre llegó de Cartagena a Madrid en 1951, no tenía ni veinte años y la ciudad, toda ella, se…

La ‘gravitas’
La ‘gravitas’

Por Alberto Ávila Morales.-   Allá, en mis tiempos de bachillerato, la terrible asignatura -por lo menos para mí- del…

El año que la izquierda vivirá peligrosamente
El año que la izquierda vivirá peligrosamente

Por Álvaro Frutos*.- / Diciembre 2018 La oscarizada Linda Hunt, en su papel de fotógrafo en la película El año…

96