noviembre de 2024 - VIII Año

Rómulo, Constantino y Carlos

Un hado irónico quiso dar a aquel chico,
destinado a ser el último emperador de Roma, el nombre del primero.
Indro Montanelli, Historia de Roma

Ilustración de José María Ortega Sanz

Rómulo, Constantino y Carlos. Entre estos tres nombres, parecen quedar contenidos el Imperio romano y los dos que se consideraron sus legítimos sucesores: el Bizantino y el Sacro Romano Germánico. Los tres crecieron bajo la sombra del vuelo del águila; ocuparon un periodo histórico de más de mil años; y se sucedieron solapándose cronológicamente, es decir, que antes de que uno alcanzara su total declive, el siguiente ya había aparecido en la escena.

El 21 de abril del 753 antes de Cristo, Rómulo funda la ciudad de Roma, sobre la sangre de su hermano Remo, al que él mismo había dado muerte. La ciudad creció hasta convertirse en el gran imperio de la antigüedad. Reyes, dictadores, república, cónsules y finalmente, a partir del 27 antes de Cristo, con Octavio Augusto, serán emperadores los que detenten el poder de tan vasto territorio. El final ya es conocido, con las progresivas invasiones bárbaras y las sucesivas divisiones del poder imperial.

En el año 475, un general llamado Orestes, proclama a su hijo Rómulo Augusto, en medio de un declinante caos, soberano del Imperio de Occidente. Al año siguiente, el pequeño Rómulo, al que la historia puso el apelativo de Augústulo, es decir, pequeño Augusto, fue depuesto, y las insignias imperiales le fueron entregadas al Emperador de Oriente, sellando el fin de la Roma Imperial y la Antigüedad. La ironía del destino quiso poner el nombre de su fundador al último representante de aquel Imperio.

En el 312 después de Cristo, Constantino, tras su victoria en Puente Milvio, debida en parte, según la leyenda a la intervención del Dios de los cristianos, se convierte en Emperador de Roma. Esta languidece lentamente y Constantino decide hacerla renacer creando sobre la ciudad griega de Bizancio, una nueva Roma, que dedicará a sí mismo llamándola Constantinopla. Con este emperador, el cristianismo, no solo dejó de ser perseguido, sino que empezó a tomar peso dentro de las instituciones estatales, hasta convertirse a finales del siglo IV, con Teodosio el Grande, en religión oficial del Imperio. Fue este Teodosio el último, tras diversas divisiones anteriores, en unir todo el Imperio bajo su testa coronada, para quedar seccionado definitivamente, a su muerte, entre sus dos hijos: Arcadio y Honorio.

Arcadio heredó la parte oriental, que tenía su capital en Constantinopla, ciudad esta situada en un enclave privilegiado. Mientras el imperio de occidente se deshacía sentenciado por los nuevos reinos germánicos, al de oriente todavía le quedaban casi mil años de existencia. Durante los siglos VI y VII se expandiría, incluyendo dentro de sus límites hasta la misma ciudad de Roma. Por otro lado, y a partir de Heraclio, el latín sería sustituído por el griego como lengua del Imperio. Pero a finales del siglo VII, con la aparición del Islam y su posterior expansión, Constantinopla perderá todas sus posesiones africanas y buena parte de Oriente Medio. Por otro lado, sus relaciones con la Iglesia Católica de Roma cada vez son más tensas, hasta su ruptura en el año 1054. En un mundo teocrático como el medieval, aquello suponía caminos diferentes. Fue una lente agonía la del mundo bizantino, con un imperio que iba menguando hasta quedar reducido a la ciudad de Constantinopla. Finalmente, el 29 de mayo de 1453, tras un largo y terrible asedio, caía en manos de los otomanos que heredarían buena parte de sus antiguos territorios. El último emperador de aquel Imperio Romano de Oriente, cuyo cadáver fue reconocido de entre los caídos en combate, por los borceguíes púrpura que calzaba, se llamaba, otra vez por una extraña casualidad, Constantino.

A finales del siglo VIII, es proclamado rey de los francos, que habitaban la antigua Galia, uno de los territorios más ricos del desaparecido Imperio romano, Carlomagno. En el día de Navidad del año 800, sería coronado emperador por el papa, en la misma Roma, lo cual incomodó profundamente a los emperadores de Bizancio. El imperio carolingio, fue un renacer cultural, en la noche de la Alta Edad Media, tratando de retomar el papel de la antigua Roma, sobre una buena parte de sus territorios occidentales, además de otros de nueva adhesión, convirtiéndose además en el primer valedor de la Iglesia católica y sus papas romanos. El emperador de la barba florida, hizo de la ciudad alemana de Aquisgrán la sede de su corte; pero a diferencia de los anteriores proyectos, este no estaría ligado a una sola urbe. Su Imperio se fraccionó entre sus descendientes, y no sería hasta el 956 cuando, en la parte alemana de su antiguo territorio Otón I, se proclamase como cabeza de un Sacro Imperio Romano Germánico, considerándose el legítimo continuador del carolingio.

La Edad Media europea transcurrió en buena parte a la sombra de aquel gran proyecto, con sus cambios dinásticos y sus luchas contra el papado. A finales del siglo XV está en manos de los Habsburgo y a comienzos del XVI, la corona recaerá en uno de los hombres más poderosos de la Historia Universal, Carlos V, I de España. Este personaje supone el cénit de aquel Imperio y el principio de su declive. Será el último en ser coronado en Aquisgrán y por un Papa, aunque esto lo hizo en ocasiones y lugares diferentes. Su poder, gracias a la herencia española que recibió, era realmente universal e intercontinental, aunque la parte más alemana del territorio se empezaba a desligar del Imperio, tras apoyar las tesis religiosas de Lutero. Cansado de una vida llena de obligaciones, este otro  gran Carlos decidió abdicar, retirándose a pasar los últimos días de su vida en el monasterio extremeño de Yuste. Su gran herencia quedó repartida en dos; una, la parte más germánica, y continuando con el titulo Sacro Imperial, para su hermano Fernando; la otra, con la herencia española y su imperio trasatlántico, para su hijo Felipe. Esta última seguiría en manos de los Habsburgo, hasta finales del siglo XVII, siendo su último representante, casualmente otro Carlos, el II, el Hechizado.

Respecto a la línea germánica, siguió con la misma dinastía, pese a guerras y sitios, como el de Viena, su capital, por los turcos. Pero el 26 de diciembre de 1805, por el Tratado de Presburgo, Napoleón Bonaparte, vencedor de Austerlitz,  abolía el titulo de Sacro Imperio, quitándole a su vez, buena parte de su territorio.

Bonaparte, personificaba las ideas de la Revolución francesa y a la vez se consideraba también un continuador del espíritu de la antigua Roma y del imperio carolingio. Aún así, acabó casándose con María Luisa, hija del vencido emperador de Austria, y con ella tuvo su único hijo.

El Imperio, ahora solamente austriaco, fue declinando a lo largo del siglo XIX. En manos de Francisco José, el viudo de la famosa Sisi, Viena vivió momentos de decadente esplendor y al comenzar el siglo XX, el imperio había pasado a llamarse austro-húngaro. El 28 de junio de 1914, el heredero de aquel Imperio, Francisco Fernando es asesinado en Sarajevo y comienza la I Guerra Mundial. Francisco José muere en 1916, antes de su final, y la corona cae sobre su sobrino nieto, quién deberá vivir la derrota bélica, la división de los territorios imperiales en naciones independientes y la desaparición del Imperio con Viena como capital de una pequeña república. Este último emperador, que tuvo que abdicar e ir al exilio sellando un proceso de siglos, se llamaba Carlos I de Austria y Hungría.

Finalmente, habría quien pudiese ver en el Tercer Reich hitleriano un último episodio del imperialismo germánico. Al fin y al cabo, su fundador era austriaco y casi lo primero que hizo fue  unir el destino de su patria al de la Gran Alemania. Viéndolo así, Hitler tendría razón en aquello del Reich de los mil años, aunque él no sería su comienzo, sino su macabro epílogo. El 30 de abril de 1945, en un Berlín sitiado por las tropas soviéticas, Adolfo Hitler, se suicidaba. Había nombrado su sucesor, no a un gerifalte del partido nazi, muchos de los cuales le habían traicionado, sino al Comandante en jefe de la Marina de Guerra. Aquel personaje, a la cabeza de una Alemania hundida entre abismos de ruinas, muerte y desolación,  era el almirante Doenitz, famoso por haber formado la flota de submarinos del Reich, y su nombre de pila también era Carlos.

Se podría decir, que la historia parece a veces escrita con tanta ironía y sutileza, que hasta los nombres de sus protagonistas, no se escogieron de manera gratuita.

José María Ortega Sanz

Profesor de Dibujo en Instituto de Secundaria de Madrid, dibujante y escritor.

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