La publicación del libro ‘Literatura y nación’ de Marcelino Menéndez Pelayo hace que nos acerquemos a la obra del escritor cántabro sin los prejuicios habituales, y como consecuencia de su nueva mirada nos presenta a un personaje más complejo, alejado de las imágenes anteriores que lo hacían pasar por simple martillo de herejes.
Lejos de esa imagen tópica con la que en su juventud fue bautizado, Menéndez Pelayo aparece como autor de una amplísima y variada obra en la que, desde su radical independencia (que no gustó ni a conservadores ni a liberales) buscó en el estudio de la tradición histórica y literaria española, las claves para reformar el presente y construir el futuro. Sus intenciones reformadoras quedaron en buena medida plasmadas en los prólogos y advertencias preliminares que abrieron sus obras y que se presentan en este libro, que es un fresco de sus ideas, de su evolución y de sus anhelos.
El nuevo Menéndez Pelayo que se nos retrata es responsable de declaraciones de absoluta y por desgracia triste actualidad como esta: ‘Hay que empezar por convencer a los españoles de la sublime utilidad de la ciencia inútil’, que trae ecos del libro de Nuccio Ordine de hace unos años, o como esta otra sobre la condición de la investigación española, siempre empezando y sin continuidad: ‘hay mucho trabajo perdido, mucha invención a medias, mucho conato que resulta estéril, porque nadie se cuida de continuarlo, y una especie de falta de memoria nacional que hunde inmediatamente al científico y a su obra’; o, para finalizar, como esta: ‘donde no se conserva piadosamente la herencia del pasado, pobre o rica, no esperemos que brote un pensamiento original ni una idea dominadora’.
Su lenguaje puede a veces parecer antiguo, no en vano han pasado más de cien años desde que escribió, pero las ideas, quejas y deseos siguen siendo actuales. Joaquín Álvarez Barrientos acerca la obra y la actividad del estudioso santanderino para hacernos ver que más allá de fundar la historia literaria española, más allá de redescubrir y valorar el patrimonio cultural nacional, más allá de dar a conocer al público ese patrimonio, bien valorado y constitutivo de la propia identidad, su obra es una amplia reflexión crítica sobre el modo en que las transformaciones producidas por la modernidad condicionaron la vida de los individuos, a los que apela una y otra vez, en forma de público, a los que dirige su trabajo para intentar dar sentido al nuevo tiempo, de forma que el despreciado pasado se integre en los moldes de la Restauración.
Entre otras novedades, este libro nos presenta a un Menéndez clandestino, aislado, excéntrico en las fiestas madrileñas, embarcado en proyectos para divulgar y valorar la cultura española entre la población, incómodo para neocatólicos y para liberales, forjador de textos falsos con los que engañó a todos salvo a Emilia Pardo Bazán en 1881, al conmemorarse a Pedro Calderón de la Barca. Interesante, aunque no debería sorprender, resulta que se lo vincule con el siglo XVIII. De forma habitual, la derecha política e intelectual rechazó aquella época como antiespañola y ese rechazo se apoyó en textos de Menéndez Pelayo, sin embargo, Álvarez Barrientos traza una línea de dependencia y continuidad entre el cántabro y los filósofos dieciochescos, tanto en lo que se refiere a enunciación como a argumentos y puntos de vista. De hecho, el autor muestra de qué forma valoró las iniciativas científicas y culturales de aquel periodo, así como el apoyo de los gobiernos borbónicos a la investigación, echando en falta todo aquello en su tiempo. La vinculación resulta solvente, sobre todo si pensamos en nuestras relaciones de dependencia y rechazo con el tiempo que nos antecedió.
Otro aspecto que atrae de esta nueva salida del caballero Menéndez Pelayo es cuanto se refiere al uso de la tradición. Se lo presenta como un tradicionalista renovador y se aportan unas frases de Ramón Menéndez Pidal de enorme interés para entender de qué modo la entendían ambos y el valor que debería tener en el presente. No me resisto a copiarlas: ‘las Izquierdas siempre se mostraron muy poco inclinadas a estudiar y afirmar en las tradiciones históricas aspectos coincidentes con la propia ideología; no se interesaron en destacar un ideario tradicional convergente hacia los principios rectores del liberalismo’. No haberlo hecho constituye ‘una manifiesta inferioridad de las Izquierdas en el antagonismo de las dos Españas. Con extremismo partidista abandonan íntegra a los contrarios la fuerza de la tradición; dejan a las Derechas disfrutar por entero el sólido apoyo de una afirmación entusiasta, personificada por un Menéndez Pelayo, quien con erudición y arte insuperables exalta toda la vida pretérita como gloria del pasado y guía del futuro’. Son palabras de Los españoles en la historia.
Finalmente, este libro pone de relieve los muchos intereses del erudito cántabro, así como los debates en los que se implicó, mientras lo sitúa en la órbita del pensamiento liberal, del mismo modo que otros han hecho antes; nos presenta ‘ese otro’ Menéndez Pelayo al que se refirió Américo Castro, que ‘nunca se expresó sino en rápidas insinuaciones’. Se recogen y estudian a nueva luz diferentes prólogos y textos, algunos tan importantes como el dedicado a José Marchena, como el prospecto de la Nueva Biblioteca de Autores Españoles, como ‘Esplendor y decadencia de la ciencia española’, como las ‘Advertencias preliminares’ de 1910 a los Heterodoxos, páginas que casi son su testamento literario, pues fallecería dos años después.
Y, hablando de testamentos, Menéndez Pelayo dejó su biblioteca a la ciudad de Santander. Esta biblioteca lleva cerrada casi un año, sin que se den explicaciones sobre su situación, más allá de vagas noticias sobre inventario y obras. Los investigadores no pueden hacer uso de unos fondos únicos; si hay problemas, como parece, quizá es momento de pensar en trasladarla a otro centro en el que esos fondos se conserven bien y se pongan a disposición de todos, como la Biblioteca Nacional de España, que era, tras Santander, el segundo de los destinos que el erudito consideraba, tras su ciudad natal, señalando en tercer lugar la Universidad de Barcelona, como se comprueba en sus últimas voluntades. Bienvenida sea esta recuperación de un olvidado que no debería estarlo.