…era solo un fragmento de la totalidad de su esperanza Ángel González
En estos días de confinamiento he estado dándole vueltas a que pronto, en el 2022, se cumplirán diez años desde que Luis Gómez Llorente nos dejó. Este 1º de mayo ha tenido mucho de triste y de desvaído. Recuerdo a Luis, todos los años, en las manifestaciones del 1 de mayo, día a un tiempo reivindicativo y de afirmación, con una bandera roja, unas veces del Partido Socialista y las más de la Unión General de Trabajadores.
Fue un hombre de profundas convicciones marxistas y, tremendamente, coherente. La última vez que lo vi en la calle, pocas semanas antes de morir, fue en una manifestación contra los recortes. Con firmeza y energía, pese a su enfermedad, portaba una bandera de UGT. Ese acto ejemplifica lo que fue toda su vida. Ahora, precisamente ahora, es cuando hay que poner en valor su actitud contra los recortes que tanto daño han causado tanto a la Sanidad como a la Educación Pública.
No debemos olvidar ese último gesto, que no es más que la consecuencia lógica de otros muchos. Hay que defender lo público y enfrentarse con valor a los intentos de privatización de una derecha tan avarienta como irresponsable.
Es más, hay que conseguir –nos va tanto en ello-, que la defensa de lo público se convierta en una nueva forma de moralidad cívica. En una manifestación de compromiso ético.
Durante muchos años apenas se habló de ética, ni en la vida pública ni en la privada. Incluso la izquierda dejó de hacer hincapié en los valores éticos que están en la misma raíz del socialismo. Eran años en que la visión neoliberal del mundo lo invadía todo y donde apenas se levantaban frágiles muros de contención al desmantelamiento del welfare state y a su ola –que acabó convertida en un tsunami de privatizaciones y externalizaciones-. Ahora lo estamos pagando caro.
El profesor de filosofía Luis Gómez Llorente nos hablaba constantemente de la Ética como valor y del valor de la Ética, que para él debía impregnar todas las acciones transformadoras. Era muy autoexigente y poseía una incuestionable moralidad kantiana.
Acostumbraba fumar en pipa, frecuentemente se le apagaba y tenía que encenderla una y otra vez. Otra característica que define la visión de la existencia de Luis era el laicismo. Era usual que relacionara una actitud laicista con la modernidad. La separación de las confesiones religiosas del Estado para él debía ser una conquista irrenunciable de la democracia. Sin rencor, sin alharacas una y otra vez insistía en la defensa de la educación pública y en poner coto a los privilegios de la iglesia católica y a cuanto de nacional catolicismo pervive encubierto en esta democracia. Por eso, fue una constante en su vida su dedicación a la formación cívica. De ahí emanan los folletos, artículos, charlas y ensayos que realizó para FETE (federación de trabajadores de la enseñanza). Luis fue un sindicalista y su labor en UGT, vinculada a la formación y a la divulgación de los ideales socialistas constante y fructífera.
Pocas personas merecen como Luis que se les denomine Maestro. Permanentemente incitaba a pensar. Poseía una visión dialéctica sobre la Historia del Pensamiento.
Al igual que Antonio Machado se caracterizaba por su ’torpe aliño indumentario’ y por imprimir a cualquier conversación, a cualquier documento una perspectiva crítica. Su visión iba siempre más allá de aspectos coyunturales…
Puede decirse que su actitud era mucho más socrática de lo que parecía. Era entrañable verlo conducir a su interlocutor por la ruta que había diseñado de antemano, recurriendo a la ‘ironía y a la mayéutica’.
En la vida política hay mucho –tal vez demasiado- de precipitación e improvisación. Luis, por el contrario, era muy metódico. Puede afirmarse sin exageración que seguía fielmente la metodología del materialismo dialectico. Su personalidad política estaba presidida por la integridad y sus estudios y trabajos, por el rigor y la exactitud.
Otra característica del quehacer político de Luis, en su larga trayectoria, fue su defensa nítida de la democracia interna. Defendía con una convicción entusiasta el funcionamiento ‘de abajo a arriba’ y se negaba a admitir toda forma de centralismo y de dirigismo.
Esa fue una de las razones, de los desencuentros con Felipe González, su oposición al cesarismo y su defensa a ultranza de la democracia interna. Le tengo que agradecer a Luis que me pusiera en contacto con el pensamiento crítico de Rosa Luxemburgo y su oposición a las tesis leninistas cuando estas estaban en su apogeo.
Creo que es de justicia reeditar su libro ‘Rosa Luxemburgo y la socialdemocracia alemana’, que publicó Pedro Altares, en Cuadernos para el Diálogo y que vea la luz su estudio sobre Francisco Largo Caballero, que permanece inédito. Cuando se cumplan diez años de su muerte quizás sea el momento de dar a conocer una obra de la que solo tenemos noticias por algún pasaje o fragmento que nos leyó.
Quiero añadir a lo ya dicho, su tesis –que es también en este punto un desarrollo de la Teoría de las dos ruedas de Pablo Iglesias-. El PSOE y los sindicatos de clase deben actuar en coordinación, para defender los derechos de los trabajadores y las políticas de bienestar que están en peligro. La tan vilipendiada, por algunos, ‘rueda sindical’ ha de ser reivindicada con convencimiento y presteza, aquí y ahora. Para luchar contra el cambio climático, para introducir medidas y principios de economía circular, para resistir las embestidas desalmadas de una globalización que solo tiene en cuenta los beneficios económicos y que abandona a su suerte a millones de trabajadores… son necesarios unos sindicatos fuertes y unos partidos políticos que no hayan olvidado que sus raíces están en el movimiento obrero.
Quizás Luis Gómez Llorente fue el último pablista. Para algunos, parece desfasado recordar el significado del pablismo, Luis Gómez Llorente no lo olvidó nunca.
También, se va aproximando la fecha de 2025, en la que conmemoraremos el Centenario de la muerte de Pablo Iglesias. Está en nuestra mano que no sea ni un conjunto de actos protocolarios, ni vacíos de contenido transformador. Hay que recordar a Pablo Iglesias reivindicando y actualizando sus propuestas dotadas de un fuerte sentido moral, guiadas por una lucha contra la explotación y a favor de derechos y libertades que ojala supiéramos defender con el ardor e ímpetu con que fueron defendidas.
El filósofo Max Scheler, cuyo pensamiento concede una indudable importancia a la ética y a la antropología filosófica y que fue capaz de apreciar el peligro que suponían las hordas nazis, es autor de una frase que me gusta repetir ‘el hombre es el ser que puede decir no’. Somos lo que afirmamos y lo que negamos.
El mejor homenaje que podemos hacer al pablismo y a Pablo Iglesias es analizar con modestia el contenido del pablismo, actualizarlo, reconocer su profunda raíz moral y… practicarlo.
Las contradicciones nunca pueden resolverse por completo, pero día a día, hemos de procurar que no nos paralicen… y buscar resquicios de salida. Desde luego, hay que estar pertrechados de valores y tener convicciones ideológicas para ir más allá de esquemas y clichés, que si nos atrevemos a cuestionarlos… son, bastante menos sólidos de lo que parecen. De un tiempo a esta parte empiezan a resquebrajarse y a vérseles ‘las costuras’.
El pablismo bien entendido pretende sacar a la luz nuestras potencialidades profundas y realizar, hasta donde sea posible, un ideal transformador. Después de todo, no es tan mala idea metaforizar el mundo y comprender y descifrar las imágenes con que lo hemos fijando históricamente.
Comprometámonos a saber más y a penetrar en ese ‘corpus’ del pablismo, para algunos tan añejo, pero lleno de potencialidades y que puede sernos más útil de lo que parece para transitar, con los pies en el suelo, los tiempos que se avecinan.
Una de las primeras cosas que debemos interiorizar es la importancia que hemos de dar a la credibilidad. Pablo Iglesias y los socialistas que le acompañaron, pudieron ir ensanchando el círculo porque eran creíbles, porque se confiaba en ellos y porque nunca faltaban a sus principios ni a los compromisos adquiridos.
Hemos comentado que Luis Gómez Llorente realizaba una constante pedagogía social y que fue siempre un laicista convencido. Hemos de señalar, a este respecto que esta es una enseña esgrimida por Pablo Iglesias. Que no era ni un ‘come curas’ ni un político temerario. Muy al contrario, tenía claro dónde estaba la raíz de la explotación y que había que combatirla con inteligencia y prudencia pero sin descanso.
Ahora bien, un rasgo de modernidad y de identidad del Partido Socialista es su carácter laico. Probablemente, el contacto de los ‘primeros socialistas’ con miembros destacados de la ILE (Institución Libre de Enseñanza), también, influyó en incluir el laicismo entre los rasgos distintivos del PSOE.
Luis Gómez Llorente en docenas, en centenares de ocasiones dio conferencias en agrupaciones locales, en sedes sindicales, en centros cívicos y casas de la cultura, divulgando e insistiendo en estos principios. UGT en una magnífica edición sobre la Casa del Pueblo de la calle Piamonte, incluye algunos de los postulados de Gómez Llorente sobre el pablismo.
A la hora de destacar otros puntos esenciales quisiera insistir en su propósito de elevar el nivel moral de la clase obrera, nunca se insistirá lo suficiente, en esta dimensión del pablismo.
La autoridad moral y el ascendiente de Pablo Iglesias sobre el Partido, fueron indiscutibles. Una y otra vez, en sus escritos, insistía sobre el papel disgregador y reaccionario de los nacionalismos y en el internacionalismo como un punto esencial de su pensamiento de clase.
Puede que sus ideas fueran un tanto esquemáticas. Ahora bien, es indudable, que fueron firmes y que asumió los principios del materialismo dialéctico e histórico conscientemente y que comprendió la importancia de combatir la explotación con constancia, con firmeza… pero sin pasos en falso. Quisiera poner en valor por eso mismo, su gradualismo. A veces, no se le ha entendido bien o no se le ha querido entender. La revolución no es la mera suma cuantitativa de reformas… pero la democracia es el camino que indefectiblemente lleva a la liberación de los trabajadores de las trabas que los oprimen. No hay otro camino que la democracia. Este convencimiento lo llevó a defender con ahínco la democracia interna y lo que es menos conocido, a poner mucha carne en el asador al final de su vida, para que el PSOE no se adhiriera a la III Internacional porque entendía que sin democracia interna no podía fortalecerse una organización obrera, ni cumplir un programa liberador y solidario porque corre el evidente peligro de burocratizarse y de enquistarse.
El pablismo es no sólo un sistema de pensamiento, sino ‘una forma’ de vivir y de concebir la política. He aquí otra lección moral que no conviene olvidar, en estos momentos en que se desdibuja el valor instrumental de los partidos de izquierda y se cae, con frecuencia, en una confusión lamentable entre fines y medios.
Para quienes quieran tener un testimonio de primera mano del ideario pablista, modestamente les sugiero una lectura atenta de ‘Comentarios al Programa Socialista’ aunque obviamente son diversos los textos que contienen el ideario del insigne tipógrafo.
Luis, por su parte, en muchas ocasiones, durante una de sus charlas formativas sacaba de su cartera un viejo folleto de Pablo Iglesias e ilustraba con ejemplos y con citas textuales cuanto estaba exponiendo. En el auditorio podía respirarse una renacida conciencia del deber.
Otra afirmación que no solía faltar como exponente del más recio pablismo eran sus alusiones constantes a la emancipación de los obreros. Eran sistemáticas sus referencias a la ‘toma de conciencia’, a la importancia de adquirir una conciencia de clase y a la necesidad de mantener una conducta intachable.
Ni que decir tiene que Pablo Iglesias insistía, una y otra vez, en la importancia de una sólida y ramificada estructura organizativa. Luis Gómez Llorente solía recordar que no hubiera habido ningún avance social sino hubiera contado con un Partido disciplinado y combativo como base y como punto de partida de las acciones a realizar.
Luis sentía un profundo afecto por Asturias. No hay que olvidar que fue Diputado a Cortes por esa Región. Igualmente, le gustaba extraer de su cartera otro folleto o fotocopia de la ‘Aurora Social’ publicación del PSOE asturiano en cuyo número de diciembre de 1909, se recuerdan los deberes de los militantes, en un cuadro que nunca se le olvidaba citar, recordando este vademécum que no era otra cosa que lo que Pablo Iglesias exigía y esperaba de la militancia socialista.
Un aspecto que no faltaba en las intervenciones de Luis era un recordatorio de la importancia de la lucha contra las diversas formas de alienación que los trabajadores padecían entonces… y siguen padeciendo ahora: alienación económica, más también política y cultural. Desde que Gómez Llorente no está con nosotros se escuchan pocas referencias a la alienación en las Agrupaciones Socialistas.
Asimismo, es otro principio pablista el tener siempre presente que el socialismo es y exige la libertad, pero la libertad sin igualdad no es verdadera libertad. Luis ponía énfasis en recalcar esto y en poner de manifiesto que una sociedad con desigualdades profundas es injusta y éticamente reprobable. La lucha por la igualdad es un principio que los socialistas hemos de llevar a cabo en nuestro quehacer diario.
Es hora de ir concluyendo este pequeño ensayo no sin manifestar mi intima convicción de que divulgar, extender y dar a conocer el ideario pablista es el mejor tributo de admiración y respeto para aproximarnos a la historia del PSOE y para afirmarnos en un proyecto transformador con un fuerte contenido ético.
Cuando rindamos tributo a Pablo Iglesias y a su ideario… hemos de tener presente que lo han mantenido vivo en el tiempo hombres de la apasionada entrega de Luis Gómez Llorente que a lo largo de sus intervenciones, de gran tribuno y orador brillante… siempre hacía gala de un pablismo actualizado.