Centenario del nacimiento de Enrique Tierno Galván (1918-1986)
De las numerosas facetas que componen la poliédrica personalidad intelectual y política de Enrique Tierno Galván (1918-1986), una de las más desconocidas es la concerniente a la proyección de su figura sobre las relaciones internacionales. Ello ha sido efecto de la preeminencia que sobre su imagen adquirió su condición de alcalde de Madrid, lo cual la ceñía a un alcance meramente local. Mas, pese a las pulsiones políticas intencionales que, desde rangos partidistas, limitaron el perímetro de acción política de Tierno Galván a las estrictas dimensiones de la alcaldía madrileña, él supo ampliar con finura y maestría su propia esfera de actuación desde el ámbito local a la escena internacional. Guiado por la prudencia de su talento, consiguió romper los obligados límites que pesaban sobre su saber y actuar políticos; y lo logró mediante un laborioso esfuerzo de proyección internacional, primero hacia Europa y luego, tanto o más eficazmente, hacia Iberoamérica.
La formación intelectual de Tierno Galván, basada en un profundo y extenso conocimiento del clasicismo greco-romano, le había situado ya desde sus tiempos universitarios en el fértil escenario del universalismo filosófico, al cual había accedido desde un profundo conocimiento de los clásicos españoles, señaladamente los del Siglo de Oro y el Barroco. En tales lides, aleccionadas por su avidez por el saber, por su pasión por la filosofía política y su sensibilidad artística, se vio coadyuvado por el conocimiento de lenguas extranjeras, señaladamente el alemán, a la sazón lingua franca del pensamiento continental europeo. La desenvoltura con el idioma de Goethe le permitiría traducir al español una de las obras magnas de la Lingüística del siglo XX, el complejísimo Tractatus de Ludwig Wittgenstein, publicado en 1973, de enorme proyección sobre los paradigmas lógico-científicos de su época. Por ende, cuando circunstancias personales le confinaron en la preparación docente de opositores aspirantes al ingreso en la Escuela Diplomática de Madrid, Tierno Galván supo impregnar las mentes de los futuros gestores de la política exterior de España con aquel cosmopolitismo ilustrado –y progresista- que le había granjeado a él la evidente condición de intelectual comprometido con el cambio político antidictatorial en España.
El contacto con las promociones de universitarios que pasaron bajo su fértil férula académica en las Universidades de Murcia y Salamanca, dotarían a su personalidad de un compromiso cosmopolita en sintonía con los anhelos de salida al mundo de la juventud española; ésta, se veía forzadamente atrapada por el franquismo en la tela de araña ideológica de una Escolástica atrincherada en las Universidades e incapaz de formar, por incompleta y en muchas ocasiones, castradora, seres humanos plenos. Aquellas pulsiones juveniles guiarían el pensamiento de Tierno Galván hacia los primeros escarceos, bajo el franquismo, de los intelectuales españoles hacia Europa, entendida como factor de superación democrática de muchos de los problemas españoles. Se alineaba con las concepciones desplegadas décadas antes por Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset y algunos de los regeneracionistas.
El caso fue que, tras la prolongada noche de la dictadura, cuando Enrique Tierno Galván accede por el voto ciudadano a la Alcaldía de Madrid en 1979 como primer alcalde la democracia, no solo se apresta a estudiar y solucionar los gravísimos problemas de una ciudad tan herida por la desigualdad socioeconómica y urbanística como ésta, mediante una planificación consistente en la nivelación, por elevación, del deprimido Sur con el privilegiado Norte; sino que, además, Tierno percibe la proyección potencial de la ciudad hacia el reencuentro con la olvidada vocación cosmopolita madrileña; esta vocación, como tantas otras virtualidades hispanas, se veía hasta entonces sepultada bajo la hojarasca de una retórica de vía muerta, por la acomplejada mediocridad de miras del régimen del dictador Franco Bahamonde.
Entonces Tierno Galván, aunando experiencias de algunos de sus más cercanos colaboradores, como Manuel Ortuño, intelectual conocedor del exilio español en América, donde se fogueó; de Fernando Morán, diplomático socialista; más la red de relaciones tejida allí por Raúl Morodo, entre otros de sus allegados, teorizará toda una concepción de la proyección internacional iberoamericana de la ciudad, concebida por él como un ámbito sustancialmente moral, apto para aplicar a la realidad citadina la concepción presocrática, convenientemente innovada a través del igualitarismo socialmarxista, del «hombre como medida de todas las cosas». Frente a «la cosificación de la ciudad impuesta por el capitalismo», escribirá Tierno, él preconizará una humanística tendente a recobrar para la ciudad libertades e igualdad secuestradas por la dictadura.
Proyectará esta idea sobre la escena iberoamericana y, tras anudar lazos con Lisboa, Quito y Bogotá, como urbes también pioneras, diseñará una Unión de Ciudades Capitales Iberoamericanas que debutará en Madrid en otoño de 1982, año en el que comenzaba la década de celebraciones del encuentro histórico de España con América en 1492. Para Tierno Galván, 500 años de lengua, cultura y sentimientos comunes trenzaban una potente comunidad de intereses. Los vínculos inter-capitalinos iberoamericanos, precisaba el cariñosamente apodado Viejo Profesor, no mostraban competencia económica ni rivalidad política alguna, al modo de la que enfrenta a los Estados; ni se proponían tampoco suplantar la esfera propia de la estatalidad. Más bien hermanaban en la administración y la gestión de la ciudad a municipalidades unidas por lazos culturales profundos, desde la lengua a las costumbres, como los que enhebraban Madrid con las capitales de Portugal y la América Central y del Sur.
Para incorporar un vínculo todavía más poderoso a su propuesta intercapitalina, Tierno Galván decidió implementar su flamante concepción unitaria mediante la asignación de una vocación pacifista, de raíces kantianas, que convertía la ciudad en un foco de encuentro y amistad entre pueblos, en contraposición a las enemistades y rivalidades bélicas interestatales. La llegada de Ronald Reagan al poder en Washington, apenas un mes antes del vergonzoso secuestro a mano armada del Congreso de los Diputados el 23 de febrero de 1981, auguraba a la sazón al mundo un temido horizonte de belicosidad previo a los estertores, aún no previstos, de la Guerra Fría.
La humanística preconizada por Enrique Tierno Galván le llevaría a convertir en protagonista de su diseño capitalino no al ciudadano, al que consideraba tributario del Estado, sino al vecino, cuya condición le brindaba una libertad de vinculación transfronteriza basada en las semejanzas existentes entre todos los pobladores de las ciudades, proveedora de enseñanzas generalizables al ámbito político. En base a ello, proponía la extensión de una carta vecinal, verdadera credencial de la nueva condición, capaz de hermanar a pobladores de ciudades distantes en el espacio, pero cercanas en valores sustanciales y compartidos.
Sus sueños, signados por un ideal marxiano y libertario, quedaron truncados por su muerte en enero de 1985 y por la insensibilidad de muchos ediles de cuantos, desde entonces, han ocupado la alcaldía de Madrid: durante dos largas décadas miraron hacia otro lado cuando, desde los Gobiernos central y autonómico de derechas o desde el Consistorio mismo, se desplegaron arteras maquinaciones destinadas a convertir las relaciones inter-iberoamericanas -tan tenazmente construidas por Tierno Galván, sus colaboradores y los alcaldes de allende el Océano- en meros tinglados de rapiña inmobiliaria y de dinero público a propósito de obras de gran envergadura en capitales suramericanas, operaciones marcadas por la ilegalidad más inmoral. Solo la presencia de ediles comprometidos con los valores de la izquierda en la alcaldía y en el Gobierno autónomo de Madrid puede poner coto a estos desmanes, prolongados hasta nuestros días. Empero, nada podrá restar un ápice de grandeza de miras políticas y de clarividencia moral a los designios de unidad capitalina transoceánica, ideados por Enrique Tierno Galván.