enero de 2025 - IX Año

PRETÉRITO PERFECTO / Aquel «inolvidable» Día de Reyes

Posando con los Reyes Magos en la calle Preciados de Madrid (1966). Archivo Regional de la Comunidad de Madrid

Concluidos casi todos los festejos navideños, que aún han dejado una resaca de notables dimensiones, habida cuenta de las comilonas de Nochebuena, Día de Navidad, Nochevieja y Año Nuevo, y esa copita que otra, a lo que muchos no están acostumbrados el resto del año, procede ahora activar todos los preparativos para poner el broche de oro a la fervorosa y reluciente Navidad con el Día de Reyes.

Tan ardua tarea se inicia instando al niño o a la niña, o a ambos, si es que por fin se cumplió el sueño de tener «la parejita», a que escriban la carta a sus Majestades los Reyes de Oriente. Eso sí, aconsejándoles convenientemente, con el fin de que no se excedan en la petición de juguetes, de tal modo que sea lo menos dolorosa posible la frustración posterior al constatar lo que realmente les han traído.

Finiquitado en primera instancia lo del carteo, acto seguido toca efectuar su entrega al rey que más le guste al niño o a la niña, o el que esté disponible a las puertas de esa enorme tienda de ultramarinos que se ha inaugurado recientemente en el barrio, y que por lo visto atiende al nombre de Simago. A lo mejor no está el rey y, por tanto, no queda otra que entregar la carta a algunos de sus pajes, pero el caso es que el niño o la niña se la dé en mano a algún representante legal, digo, real. Por supuesto, de ello habrá que dar fe con una foto en la que la criatura esté sonriente junto al rey o a quien sea. Otra cosa ya será ver la cara que se le pondrá a esa misma criatura cuando compruebe lo que le han traído los Reyes Magos, y los improperios que dirá por dentro acordándose del Melchor o el Baltasar aquel al que le entregaron la carta, o, en su defecto, a su delegado en Occidente, que seguramente no era rey, ni paje, ni nada que se le pareciese.

Para ir atemperando los nervios, mejor será llevarles esa misma tarde a ver la película La familia y uno más, la continuación de La gran familia, que tanto les gustó a los niños, y que acaban de estrenar en un cine del centro. Además, con los mismos protagonistas, salvo el abuelo, que Dios tenga en su gloria… Como era previsible suponer, sí que les ha divertido, pues al salir del cine no han parado de hablar de ella, lo cual le pone algo de optimismo al posible drama que se avecina mañana, Día de Reyes, si es que no se cumplen sus ilusionantes expectativas.

Acto seguido, toca poner rumbo a la Cabalgata de Reyes del barrio, bastante austera, como todos los años, pero lo justo para cumplir el protocolo, aunque siempre genera la pregunta de uno de los niños, muy perspicaz, por cierto, que suele consistir en: «Papá, ¿por qué el rey Baltasar se parece tanto a Mariano, el zapatero?». Respuesta inmediata, para no suscitar otras interrogantes: «Pues porque siempre hay personas que se parecen, aunque vengan de Oriente».

Terminada la frugal cabalgata, solo queda darse una vuelta por algunas de las tiendas que aún están abiertas, porque esa Noche de Reyes es la única en la que muchas cierran muy tarde. Y corriendo a casa, que hay que ponerse con todos los preparativos de bienvenida a los Reyes Magos. O sea, un poco de turrón y algo de agua para los camellos, un par de zapatillas por niño, en el caso de seguir vigente lo de la parejita, y, si acaso, unos calcetines colgados de la ventana del salón para que, al pasar volando por el cielo con sus camellos «alados», sepan que allí tienen que hacer una parada para descargar sus ricos presentes. Por tanto, una cena rapidita, y ¡a la cama niños!, con todos sus nervios a cuestas, que a los padres todavía les queda por envolver algún regalo que otro. Bueno, lo que ha podido comprarse, que este año la cosa no ha dado para mucho. Por último, una vez comprobado que las ilusionadas criaturitas por fin se han dormido, que ha costado lo suyo, a colocarlos en el salón al lado de las correspondientes zapatillas y… ¡que sea lo que Dios quiera!

Cabalgata de los Reyes Magos por las calles de San Sebastián. Fototeca Kutxa / Wikimedia Commons

Al día siguiente, antes de romper la madrugada, ya empiezan a escucharse pasos encaminándose al salón. Los padres se hacen los dormidos, que cuanto más se alargue el drama, mucho mejor, mientras inconscientemente van imaginando cómo reaccionará Antoñito cuando vea que en lugar del Geyperman que había pedido le han traído unas bambas blancas para la clase de Gimnasia, y en vez del tren eléctrico que tanta ilusión le hacía, una cartera de escay para el colegio. Eso sí, el rompecabezas y el yo-yo de Fanta que también había pedido sí que están entre los regalos de los Reyes. Y Mari Pili, la niña, tampoco andará muy feliz cuando tenga constancia de que no están el maletín de la Señorita Pepis ni Rumbita, la muñeca negra que quería, pero sí un moderno abriguito para ir arreglada los domingos y unos preciosos zapatos de charol negro, que seguro que le encantan. Bueno, y además un diábolo, para que juegue con sus amigas, y el libro Marisol detective, de la colección Franja Amarilla, que no hay duda de que le va a gustar mucho.

Mientras le van dando vueltas a todo lo que estará sucediendo en el salón, al tiempo que van escuchando un cierto trajín de papeles de regalos desenvolviéndose, de pronto se hace un inquietante silencio…, hasta que se escucha un grito ensordecedor que clama: «¡Mamá…! ¡Papá…!». Se rompe la calma y los padres dan un respingo que los hace saltar de la cama como si hubiera una situación de máxima urgencia. Pero ¡que no cunda el pánico! Respirar unos segundos profundamente y echarle valor para ir al salón a ver con qué panorama bélico se encuentran, o no, que de vez en cuando conviene creer en los milagros navideños y recordar aquello de ¡qué bello es vivir!

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Archivo Entreletras

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