La parábola más famosa de la filosofía es terriblemente sugestiva: la caverna de Platón, sombras en las paredes de roca y gente encadenada. Desde su formulación en la antigua Grecia hace unos 2.500 años, no ha perdido nada de su potencia y eficacia hasta el día de hoy. El mito de la caverna es una de las creaciones más importantes de la filosofía occidental, una poderosa alegoría, muy sugerente, que sigue impactando a quienes se topan con ella y cuenta con numerosas interpretaciones.
Su autor, el ateniense Aristocles (427-347 ambos a.C.), más conocido por Platón, posee un rango y un papel muy especiales en la filosofía. Un papel de fundador, en primer lugar, pues hasta Platón, la filosofía nacida de los primeros pensadores helénicos no había pasado de sus prolegómenos. Platón posee un papel fundante, que no poseen quienes le precedieron. Pero, a la vez, también posee un papel definitorio. Porque Platón formuló un método y una disciplina, probablemente en su integridad, más que un sistema. Quizá deba recordarse, como se ha dicho en tantas ocasiones, que la Historia de la Filosofía es una largo y siempre inacabado comentario a la obra de Platón. Esa es su importancia y su grandeza.
El mito es una alegoría que consta en su obra La República (Politeia). En él, Sócrates (470-399 a. C.) explica a Glaucón y a Adeimantos, los dos hermanos de Platón, los requisitos éticos e intelectuales del filósofo para poder llegar al conocimiento superior y, al mismo tiempo, para poder asumir la tarea de dirigir un Estado (Politeia o República). Define un ideal que se concibe principalmente como una metáfora del alma justa. En el mismo texto de La República, Platón, a través de Sócrates, explica en detalle en qué consiste, desde un punto de vista filosófico, la educación y que tipo de educación deben adquirir las personas, así como qué conocimientos y habilidades se han de alcanzar con la filosofía.
Para ilustrarlo, describe una caverna en la que viven hombres encadenados desde su nacimiento por pies y cuello, de modo que solo pueden mirar a la pared del fondo. En esa pared se proyectan sombras de objetos que se mueven delante de un fuego que se encuentra tras los prisioneros, que creen que esas sombras son la realidad misma. Uno de los prisioneros se libera y ve los objetos que se proyectan y hasta sale a la luz del día. Al principio, le resulta doloroso y confuso, pero poco a poco se acostumbra a la luz, ve los objetos reales, y comprende que las sombras de la caverna son solo una representación imperfecta de la realidad. El prisionero liberado regresa a la caverna para contar a sus compañeros su descubrimiento, pero los prisioneros no le creen. Creen que ha perdido la razón y hasta piensan en matarlo. El prisionero comprueba la dificultad de hacerles entender lo que ha visto, pues están acostumbrados a la ignorancia.
Las interpretaciones dadas a este mito son diversas. Se lo ha querido ver una metáfora de la condición humana, en la que los prisioneros representan a los hombres que viven en la ignorancia, creyendo que la realidad es lo que perciben con sus sentidos. El prisionero liberado representa al filósofo, que asciende al mundo de las ideas, donde encuentra la verdadera realidad. Por eso, también se ha interpretado como la exposición de la teoría del conocimiento de Platón, en la que las ideas y la verdad solo se alcanzan con dificultad y son también difíciles de transmitir. Y fundamenta la necesidad de la educación o paideia (παιδεία), que dirige el alma desde la oscuridad de lo transitorio a la claridad del ser y, en última instancia, le permite conocer la verdad y el bien. También representa una propuesta ética: el camino del filósofo, que ejemplifica la trayectoria vital de Sócrates, quien, en su “retornó” a la caverna, perdió la vida por tratar de instruir a sus conciudadanos.
Sócrates dedicó su vida a la búsqueda de la verdad y a educar a los atenienses. A menudo tuvo problemas por cuestionar las creencias tradicionales y por defender la idea de que la virtud está en el conocimiento. Buena prueba de la enemistad que despertó entre sus contemporáneos está en las comedias de Aristófanes (444-385 a.C.), especialmente Las nubes, en la que le critica y ridiculiza, a conciencia. Igual que el prisionero liberado del mito, Sócrates fue censurado y atacado por los atenienses que, finalmente, lo acusaron, condenaron y ejecutaron. Pero nunca renunció a sus ideas, dando un ejemplo moral que ha inspirado a generaciones de filósofos y pensadores hasta hoy. Porque la pregunta socrática de si es posible liberarse de la maldita caverna por la paideia (educación), o si quizá están los seres humanos condenados a seguir viviendo de las sombras proyectadas sobre la pared iluminada de la cueva, sigue interpelando hoy a todos los hombres.
Quizá, la alegoría de la caverna de Platón trata, más que de cualquier otra cosa, del despertar de la conciencia. La conciencia, en el platonismo, es la capacidad humana para reconocer el mundo exterior, con todos los sentidos, y pensar en él y en sí mismo, para alcanzar la verdad y acceder a las ideas. Los metafóricos “hombres de la caverna”, que sólo ven sombras movientes, no tienen consciencia plena de lo que ven y hacen. Sólo quien escapa de la cueva de la ignorancia y reconoce su entorno en sus verdaderas formas, puede tomar conciencia del mundo y de sí mismo. La parábola de Platón transmite esa idea del despertar de la conciencia que, mediante el conocimiento racional puede abandonar la mera doxa (δόξα=opinión) y ascender a la doxa aletheia (δόξα αλήθεια=opinión verdadera).
Esto no convierte al mito de la caverna en una historia de liberación individual, o no solo. Transmite una concepción del acceso al conocimiento que debe partir de una perspectiva individual, pues es cada individuo quien accederá a la verdad a través de una lucha casi personal contra las ilusiones y engaños que lo envuelven. Enfoque filosófico que sirve para fundamentar, al final de la alegoría, una opción moral, pues quien ha visto la realidad, siente el deber moral de regresar para llevar el conocimiento a los demás. Esa idea de compartir la verdad con otros es un mandato moral, dimensión última del mito, que remite a la ética platónica, aprendida de Sócrates: quien conocía la verdad, conocía igualmente el bien, y hacer el bien, mediante la virtud, era el camino seguro de la felicidad.
Posiblemente, el mito de la caverna admite todas las interpretaciones que se han apuntado. Platón ha sido, sin duda, capaz de formular un método y una disciplina, en el que las grandes definiciones suelen ser de tal potencia que alcanzan a toda la filosofía en su conjunto. Sin embargo, se insiste habitualmente más en las dimensiones antropológica, epistemológica, pedagógica y ontológica. Y, cuando se centra en la moral, se suele hacer en función y conexión con la política.
La remisión a la vida y a la muerte de Sócrates han quedado así en un segundo plano, pese a que el prisionero liberado que retorna a caverna esté inspirado directamente por él. Tampoco es de extrañar esa aparente preterición, pues prácticamente todos los Diálogos Platónicos son un recordatorio y una reivindicación constantes de Sócrates, que los protagoniza habitualmente. Y, además, Platón escribió también una Apología de Sócrates específica que, junto con la de Jenofonte (431-354 a.C.), conforman las fuentes seguras más completas sobre la vida, la obra y la muerte del maestro de ambos.
Por eso se debe recordar ese aspecto menos tratado usualmente, aunque no por ello menos importante, que es la dimensión ética, sustanciada en la decisión del prisionero liberado de retornar con sus compañeros de prisión y liberarles, a su vez, de sus falsas percepciones. Aún a riesgo de la propia vida. Y es que, mucho antes de que la religión cristiana erigiese el impresionante edificio de su moral, Sócrates fijó para siempre la atención en la ética, dejando tras de sí un resplandor inextinguible.
La muerte de Sócrates en el año 399 (a. C.) fue un hecho trascendental del que solo cabe decir que es también mítico y convirtió a Sócrates en el gran referente de la libertad moral para los tiempos futuros.