septiembre de 2024 - VIII Año

PASABA POR AQUÍ / Tribus

Detalle de la tumba de Urraca López de Haro, cuarta abadesa de la Abadía de Cañas (La Rioja). Talla de Ruy Martínez de Bureba (1272)

«Es más fácil decir «au» / que decir «¿cómo has ‘estau’?»
(Peter Pan de Disney)

Cuando hoy hablamos de tribus, normalmente se piensa en las llamadas «urbanas», en esos grupos de individuos, jóvenes y no tanto, que se apuntan a las distintas modas de música, vestimenta, forma de vida o todo junto: Hipsters, rastafari, emos, raperos, indies, punkis, reggaetoneros, góticos, moteros, grunges, pijos, hippies —aún queda alguno—, bakalas o heavies por citar sólo algunas. Todas ellas son tan tribus como lo fueron sioux, apaches, cherokees o algonquinos, o como lo son las cerca de cinco mil tribus, propiamente dichas, que aún alojan más de cuatrocientos millones de individuos en todo el mundo, siempre bajo la amenaza de la globalización llamada a devorar todo lo diferente.

Pero no para ahí la cosa, el pedantemente llamado primer mundo es un hervidero de tribus. Unas en expansión, otras de capa caída; algunas numerosísimas y pluriterritoriales, otras localistas; muchas pequeñas que se agrupan en otras mayores, bastantes de pacotilla y otras hasta peligrosas. La mayoría con sus individuos inconscientes de pertenecer a tal o cual colectivo y algunas con fanáticos adeptos casi en clave de secta.

Son tribu los urbanitas asaltando las playas veraniegas y los excursionistas de zonas rurales acudiendo a las capitales para atestar museos. Son tribu la tercera edad en plan viaje-adonde-sea-mas-barato y la montonera de los colegios asolando exposiciones y eventos varios entre risas por lo que sea y codazos. Son tribu los vegetarianos y los veganos, como lo son los carnívoros irredentos. Son tribu los antitaurinos y sus contrarios. Son tribu los que defienden el uso impenitente del teléfono móvil y los que se niegan a usarlo y lo pregonan. Son tribus los turistas japoneses o chinos en tropel por todo el mundo, y los de otras latitudes también aunque se vean menos.

Son tribu, desde hace siglos, algunas profesiones —lenguaje propio, costumbres y endogamia en ristre, como cualquier tribu que se precie—: profesores universitarios, estudiantes de una u otra disciplina, abogados, sanitarios, curas y otros gremios. También las amas de casa terraceras de media tarde y los jubilados abarrotando los centros de mayores para jugar a las cartas o al dominó. Los defensores sistemáticos de una u otra religión, los seguidores incondicionales de cualquier cantante de moda, los que se apuntan a las rebajas como un ritual obligatorio, los adoradores de ciertos programas televisivos, los seguidores de series en pantalla y los obsesos del fútbol o cualquier otro deporte, en detrimento casi siempre de todos los demás. Son tribu los separados que se juntan, los solteros a la caza, los matrimonios con hijos compartiendo camping, tardes de piscina o fiesta en la hamburguesería. También los discotequeros furibundos, los del café de diseño yankee con mal café y bollos colesterosos, y los del café de siempre —croissant plancha y largo con leche— y los del bar de la esquina —pincho de tortilla, patas bravas y caña—. Son tribu los que se alojan dentro de las siglas esas de LGTBI y no sé cuantas más, resarciéndose de cuando fueron tribus perseguidas.

Son tribu sin duda esos que llaman frikis, sean de lo que sean, que se agrupan animándose en sus obsesiones.

Hasta los partidos políticos son auténticas tribus, valorando lo propio y negando lo ajeno aunque a veces se trate exactamente de lo mismo (característica de lo más tribal).

No dejan de ser tribu los poetas, los músicos, los pintores, casi cualquier tipo de artistas o artesanos, que se protegen siempre entre los suyos, se disparan a matar entre ellos y son envidiados o despreciados por el resto de las tribus.

Es condición humana agruparse en tribus. Quien no tiene un chamán cerca, un líder, un gurú, una consigna o un ejemplo a seguir, aunque quiera disimularlo, está perdido. Quien no está con ninguno —suele decirse—, está solo, es raro, no le funciona bien la cabeza, se queda fuera de circulación y corre el riesgo de que se lo coman críticas y desdenes.

Las tiendas de tatuajes, ahora que está tan de moda esa costumbre tribal primitiva, podrían empezar a crear logotipos tribales de verdad —muchos de los que hay son un invento tonto— y empezar a marcar al personal según proceda. A algunos nos va a faltar piel. Yo, por lo menos me voy a grabar un corte de mangas descarado o la tradicional higa o peineta con un dedo corazón provocadoramente enhiesto o su equivalente «fuck you» anglosajón o, en plan más literario, un «que os den» en letras bien grandotas y que pase lo que tenga que pasar.

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Archivo Entreletras

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