enero de 2025 - IX Año

PASABA POR AQUÍ / Terminarán llamándonos cabrones

Detalle de la tumba de Urraca López de Haro, cuarta abadesa de la Abadía de Cañas (La Rioja). Talla de Ruy Martínez de Bureba (1272)

Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana, el escritor y filósofo español más yankee que ha existido, escribió aquello de que «quien olvida su historia está condenado a repetirla». Bueno, hay quien dice que la frase más o menos ya existía desde los tiempos de Cicerón, pero eso es lo de menos; lo importante es que parece ser verdad.

La historia es una sucesión de olvidos que provoca repeticiones sin cuento. Los humildes que se tornan ricos olvidan que fueron humillados y explotados por los poderosos y terminan humillando y explotando a otros, hasta que llega alguno aún más poderoso y vuelve a explotarle a él aunque ni se entere. Los países que fueron invadidos —España es uno de los que más invasiones sufrió en la antigüedad—, cuando se ven libres se confían y se adormecen hasta que, a causa de la modorra, vuelven a ser invadidos de nuevo. Cuantos lucharon por sus libertades a lo largo de los tiempos, sean paisanos de mérito, pequeñas comunidades o naciones enteras, una vez creen conseguir sus propósitos, cometen insensateces sin cuento hasta que, sin percatarse, tienen que volver a luchar por esas libertades que ganaron y volvieron a perder.

Es una de las leyes de la humanidad. Como especie no tenemos arreglo, nos pasamos los siglos repitiendo. Y los españoles somos especialistas en el asunto. Está dicho ut supra respecto de las invasiones y podemos constatarlo en muchos otros aspectos.

Pongamos por caso nuestra historia con la monarquía que en este momento histórico tenemos instaurada en el país. Los borbones fueron alejados de estas tierras cuando se puso a Isabel II de patitas en la frontera. Aún hay quien se acuerda del discurso de Prim: «No debe aplicarse la palabra jamás, pero es tal la convicción que tengo de que la dinastía borbónica se ha hecho imposible para España, que no vacilo en decir que no volverá jamás, jamás, jamás.». Los tres jamases se olvidaron y tras unos años, volvimos a traer a los Borbones en la figura de Alfonso XII.

Pasado un tiempo, vino de nuevo el momento de mandar al exilio al siguiente Alfonso, de fatídico ordinal —el XIII—. Pero tras otra temporada convulsa y bastante criminal, España olvidó de nuevo su historia y así se vio condenada a repetirla, aceptando de nuevo a los borbones, como si los llevase en un ADN inconsciente y desmemoriado. En esas estamos.

No tenemos arreglo. Somos expertos en olvidar y expertos por tanto en cometer los mismos errores una y otra vez.

Valga como triste ejemplo otra historia muy diferente, pero que también tiene que ver con nuestra cíclica manía de olvidar. En este caso, el origen latino de nuestra lengua que nos lleva a la torpeza de querer desterrar el latín y cuantas humanidades se nos ocurran de nuestros sucesivos, torpes y perecederos planes de estudios.

Ilustración de Eugenio Rivera

A comienzos de la segunda mitad del siglo XX, José Solís Ruiz, natural del pueblo cordobés de Cabra y a la sazón Ministro Secretario General del Movimiento —uno de los ministerios más casposos que jamás tuvimos—, defendiendo en el Congreso una ley que aumentaba el deporte en la enseñanza y recortaba para ello el estudio de las lenguas clásicas, se permitió preguntar desde la tribuna: «¿Porque en definitiva para que sirve hoy el latín?».

En ese momento, el igualmente cutre, pero sin duda mucho más preparado, Adolfo Muñoz Alonso, le contestó: «Por lo pronto, señor Ministro, el latín sirve para que a usted que nació en Cabra, le llamen egabrense y no otra cosa». Recuérdese que a los naturales de Cabra se les llama egabrenses, por ser Egabro el antiguo nombre de esta villa, que se arabizó luego en Qabra, de donde procede el nombre actual.

Sin duda, la desmemoria del ministro Solís le llevaba a repetir el error cíclico que supone disminuir o eliminar el latín de nuestra educación.

Sirva esta anécdota para ahuyentar los olvidos actuales, aunque la mayoría no seamos oriundos de la bella población cordobesa. Olvidos que nos mantienen amodorrados, temerosos y un tanto descerebrados, y que nos arrastrarán, si no hacemos buen uso de la memoria, a los infames momentos en que éramos maltratados de mala manera y en los que era imprescindible dejarse la piel luchando por conseguir una mayor cultura, una justicia razonable y una digna calidad de vida.

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Archivo Entreletras

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