Las dos cosas, para qué nos vamos a engañar. Occidente es tonto y es granuja. Es muchas cosas más, pero vamos a centrarnos en estas. Y las buenas, que también tiene muchas, las dejamos para otro día, cuando algún impertinente como yo se dedique a meterse con él; entonces jugaremos a la contra.
Digo tonto porque se piensa que su cultura es la «Cultura» con mayúscula, y su historia la «Historia», y su civilización la «Civilización». Y se ha pasado los siglos, olvidando otras muchas civilizaciones tanto o más civilizadas, aunque esto de ser civilizado siempre es relativo y le venga grande a occidente y a todos los demás.
Si consideramos que el término «occidente» es hasta cuestionable porque cualquier lugar es occidental respecto de la zona que se llame oriente, pues ya empezamos mintiéndonos inconscientemente. Recordemos a ese efecto que existen, desde aquí, Extremo Oriente y Oriente Medio. ¿Dónde está el Oriente de este lado del Medio y opuesto al Extremo? ¿no será un tal Oriente Cercano? ¿desde dónde se mira la lejanía o la cercanía? ¿quién se aclara con este embrollo? Pero en fin, vamos a lo que íbamos.
Por lo general, siempre ha pensado Occidente que no había otra forma de progreso más que la suya, y que cualquier otra debía plegarse a sus designios, ceder y convertirse. Siempre escribió la historia desde sus criterios, enseñó alicortada la historia del mundo en las escuelas, olvidó religiones antiquísimas, costumbres ancestrales de otros pagos, despreció, despilfarró y reconvirtió como un nuevo rico desprecia, despilfarra y reconvierte su herencia muchas veces. Alma de nuevo rico tiene Occidente, que es algo así como no tener alma, o tenerla de plástico y quincalla.
Además de tonto, granuja, porque todo lo antedicho ha sido esgrimido con malas artes. La desmemoria y la ocultación, el robo sistemático, la conquista que es robo a gran escala y la evangelización que es el robo torticero del alma, han sido sus compañeras de viaje, su bandera de asalto, su estúpida razón incuestionable.
Su granujería es de alto nivel y alcanza el delito cuando conquistas y evangelizaciones se han sustentado en sangre y destrucción y se han resuelto en masacres y genocidios, tanto dan los británicos y otros europeos masacrando a las tribus indígenas de Norteamérica hasta la casi total desaparición, como los españoles en Centro y Suramérica, haciendo de las suyas, que tampoco eran mancos, o los islamistas radicales imponiendo su fe a millones de africanos, por poner sólo algún ejemplo.
Ahora, los Estados Unidos de América, sin duda herederos de Europa por parte de papá Calvino, pese a su condición de tierra mestiza, ejercen una función parecida, sólo que más nueva, adolescente e impertinente —su antigüedad anda sólo alrededor de los 250 años o, lo que es lo mismo, cuatro días—; tienen la convicción de que lo suyo es lo que tiene que ser en todo el mundo y se dedican a exportarlo enarbolando un capitalismo feroz ya que no pueden esgrimir un rancio abolengo.
Son para no dormir las secuelas de aquellas divisiones, colonias y protectorados tras la caída de imperios como el austrohúngaro, el otomano, el español o el británico. Que se lo digan a Israel y sus alrededores, por no irnos más lejos. Por cierto, hablando de caídas, todos los imperios cayeron y los de ahora también caerán; es una costumbre que tienen.
Otro ejemplo más sutil sería el de los chinos, que, a la chita callando, no paran de crecer e invadir, comercio e industria en ristre. Habrá que ver dónde acaban.
Mientras tanto, otras culturas menos invasoras y prepotentes, al menos en apariencia, andan sacando los pies del tiesto cuando pueden y como les dejan; y si el destino o la coyuntura se lo permiten, hacen más de lo mismo y pretenden imponer sus peculiaridades, convirtiéndose en un occidente más, todo lo tonto y granuja que pueden.
Parece que hay un planeta en el que esto no ocurre. Y no sé si es occidental u oriental, pero seguro que está muy lejos.