septiembre de 2024 - VIII Año

PASABA POR AQUÍ / Los laberintos de los que no habló Borges

Detalle de la tumba de Urraca López de Haro, cuarta abadesa de la Abadía de Cañas (La Rioja). Talla de Ruy Martínez de Bureba (1272)

Lo peor de circular por un laberinto no es saber que podrías encontrar al Minotauro en una esquina, eso lo das por seguro; lo peor es el olor a mierda que lo impregna todo, ese hedor insoportable que provoca náuseas en cada revuelta.

Los más envidiables viajeros de laberintos son los que un día tiraron la toalla, agarraron el hilo de Ariadna que prudentemente habían ido desovillando y abandonaron las vueltas y revueltas para largarse por «la oscura senda por la que han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido» (gracias, fray Luis), y olé sus narices.

Pongo por caso dos ejemplos: El del emperador Carlos, que más allá de sus errores y aciertos como gobernante, guerrero y último caballero medieval, cuando se vio con la gota al cuello —léase dedo gordo de un pie— y el estómago hecho cisco, se largó a Yuste a pescar en el estanque y jugar con los relojes del maestro Turriano, dejando los sinsabores del mundo para su niño, el rey oficinista, Felipe. No hagan juegos malabares con la coincidencia de nombres reales de hoy, que aquellos eran otros tiempos y otras peleas.

Un ejemplo, igual de sorprendente aunque más escabroso, es el de Benedicto XVI, que no hace tanto tomó las de Villadiego, dejando a la mitad de la Curia con soponcio y a la otra mitad dando palmas, largándose a un convento, en este caso de monjas, que no sé si suena un poco más raro. El pobre Papa, perdón, el rico Papa, no solamente andaba fatal de salud —en 2022 se largó del todo— sino que debía estar hasta el solideo de tanto tejemaneje y tanta conspiración como suelen hervir en la olla vaticana; harto sobre todo por no poder ser parte activa en todos los contubernios purpurados como lo fuera antes de llegar a Sumo Pontífice y estar tan pocho. Su sucesor, el Papa Francisco, es el que anda ahora en pleno laberinto vaticano y seguro que le llega tal tufo a mierda que o se lía con la pala un día de estos, en plan serio, o terminará hasta el cuello como sus antecesores.

A la vista de estos dos ejemplos y salvadas las distancias que cada cual quiera salvar, no deja uno de asombrarse con la insistencia suicida de algunos políticos españoles, dispuestos a seguir en la maraña de recovecos en la que están metidos, con la pestilencia no de uno sino de un rebaño de minotauros aficionados—más bien cabras comunes— que tienen al laberinto nacional hecho una piltrafa.

Apestan estos campos con tantas cuentas ocultas, tanto soborno, tanta pasión por llevárselo crudo, tanta mentira, tanto desprecio a la inteligencia, tanto hacerse el tonto, tanto pasarse de listo, tanta prepotencia, tanto exilio llorón y pedante, tanto enredo judicial y tanto amarrarse al poder o perder el culo por conseguirlo.

A pesar del ambiente ponzoñoso, aquí no hay monasterio jerónimo ni clausura monjil que valga. Andan los dos truños mayoritarios y alguno secundario agarrándose al enramado del laberinto, mintiendo sobre la peste propia y diciendo lo mal que huele la de los otros, pero tampoco mucho porque ya se sabe que donde las dan las toman; aunque parece que ya eso ni les importa porque el descaro y la hipocresía se han adueñado de los partidos políticos hasta más no poder.

Y ahora, en vez de pedir disculpas y largarse a un monasterio, a un puestecito de esos de puerta giratoria o, simplemente, a su puñetera casa, no paramos de escuchar: «No me consta»; «donde dije digo, digo Diego»; «pues tú más»; «marica el último»; «si no decimos nada, lo mismo se olvida»; «esto ha prescrito…» y mientras tanto el laberinto hecho una pocilga y el único que dimite es el buenazo del Minotauro, con sus hechuras de toro de Osborne, que está harto de oler a mierda que no es suya.

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