noviembre de 2024 - VIII Año

PASABA POR AQUÍ / La poesía, su utilidad, su verdad y las moñas de Platón

Detalle de la tumba de Urraca López de Haro, cuarta abadesa de la Abadía de Cañas (La Rioja). Talla de Ruy Martínez de Bureba (1272)

El auténtico poeta no es un imitador de la verdad ni un falsificador de la realidad, como decía Aristocles, aquel ateniense que conocemos como Platón porque tenía las espaldas como un armario ropero. Tampoco anda imitando a cualquier auténtico artista, desarrolle su arte en el terreno plástico, sónico o lingüístico.

El arte crea realidades nuevas y explica de forma distinta, crítica, sugerente, anecdótica, ilustrativa o como sea las realidades de siempre.

La poesía en concreto, y no cualquier tipo de ella sino la buena —que no sé muy bien cuál es exactamente—, no se limita a «seducir con maneras innobles», no se limita a «regalar los oídos del auditorio con la única finalidad de deleitar», no es una «demagogia». Las historias de los poetas no son «vergonzosas desde un punto de vista moral», como decía el filósofo, porque poética y moral, añado yo, se mueven en territorios de encuentro y desencuentro no necesariamente parejos.

Todas esas lindezas las proclamaba Platón —insigne portavoz de Sócrates— en distintos diálogos, porque estaba empeñado en que los poetas dejasen de dar la paliza, y sobre todo de la mano de los rapsodas exagerados, relamidos, ampulosos e ignorantes del fondo de lo que rapsodiaban.  Ahí sí tenía mucha razón —también lo afirmo yo de muchos de los de ahora por cierto—, en lo demás no. Ya nos decía también Machado que desdeñaba las romanzas de los tenores huecos y la paliza que le dan los grillos a la Luna.

Tampoco andaba muy lúcido, a nuestros ojos de hoy, el maestro de Aristóteles, empeñándose en que la poesía, como todo lo demás, debía contribuir a la «educación moral» de la ciudadanía. No es asunto de la poesía educar a nadie, como no lo es de cualquier otro arte.

Ni siquiera es asunto de la poesía decir la verdad. Tratar un asunto cierto no aporta más calidad a la poesía; puede hacerse sin duda, pero si un poema se ve obligado a contar la verdad sin más, pierde casi siempre su condición poética y pasa a ser crónica y aún así más que dudosa porque ya se sabe que la gran pregunta de Pilatos —»¿qué es la verdad?»— se quedó sin respuesta.

Cosa bien distinta es que la poesía sea verdadera, en el sentido de auténtica, de legítima, de genuina. El que no vea la diferencia que se lo haga mirar.

El oxímoron que supone poner en palabras lo inefable, y hacerlo de manera que penetre en el cerebro de los lectores o de los que escuchan, de manera incisiva, potente y lúcida… Eso sí que es buena parte de la función de la poesía; en muchos casos su razón de ser y su sustancia.

Siempre he preferido remitirme a León Felipe, cuando establece la diferencia entre los poetas y los filósofos y escribe: «La filosofía arranca del primer juicio, la poesía del primer lamento»; o cuando añade que el filósofo afirma: «para encontrar la verdad hay que organizar el cerebro» mientras que el poeta dice que lo que debe hacerse es «reventar el cerebro, hacerlo explotar».

Claro que el gran poeta zamorano también insistía con aquello de que «Los poetas sabemos muy poco. Somos muy malos estudiantes, no somos inteligentes, somos holgazanes, nos gusta mucho dormir y creemos que hay un atajo escondido para llegar al saber»; que se lo digan a algunos modernitos que deciden escribir por boca de ganso, sin trabajo, sin esfuerzo, sin técnica alguna, sea cual sea, y sin aliento.

Que anden en un plano superior de la humanidad el pensamiento lógico, la reflexión canónica y la estructura mental secuencial y lógica es una desviación simplista que frecuentemente lleva a los seres humanos a unas estructuras sociales indeseables; no porque sean perversas, que no lo son, sino porque tristemente terminan muchas veces en manos de los manipuladores sin escrúpulos y haciendo que todo el mundo comulgue con ruedas de molino.

La diferente lógica del pensamiento artístico, la poética en suma, con su dislocado pensamiento, su creatividad esperpéntica y su irreductible independencia, no es tan fácil de domesticar.

Y conste que, como dije al principio, estoy hablando de la buena poesía, esa que dije que no sé muy bien cuál es, aunque, permítaseme un poco de vanagloria, muchas veces estoy bastante cerca de saberlo. La otra, la que llamamos mala poesía, es que resulta mucho más fácil de identificar porque se ve a la legua que no es poesía sino palabrerío. Aunque, justo es reconocerlo, cada cual es muy libre de escribir o disfrutar con cualquier cosa igual que algunos están encantados con un super procesado pan de molde y lo prefieren a una auténtica hogaza de pan de pueblo; y encima al bocadillo de aquel pan infame lo llaman sandwich en vez de emparedado que es mucho más castellano. ¡Qué se le va a hacer!

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