noviembre de 2024 - VIII Año

PASABA POR AQUÍ / ¿Generaciones literarias?

Detalle de la tumba de Urraca López de Haro, cuarta abadesa de la Abadía de Cañas (La Rioja). Talla de Ruy Martínez de Bureba (1272)

La manía de considerar generaciones literarias es un virus o, mejor dicho, una guerra bacteriológica provocada por insensatos de distinto pelaje.

Se han generado siempre desde el interés privado de algún plumífero o el de algún grupo de amiguetes o, en el colmo de la simpleza, desde sectores más o menos académicos incapaces de explicarse a sí mismos la Literatura o de explicársela a incautos aprendices sin manipularla y organizarla en compartimentos estancos.

Dicho sea de paso, esta manía clasificatoria de críticos, profesores académicos y demás prebostes, los convierte en contables de lo que no se puede contar con esquemas, en bibliotecarios de medio pelo y en malversadores de la realidad.

Nada más lejos de la Literatura que dejarse encerrar en calendarios, archivadores de departamento de historia literaria o burócratas agendas.

Unas generaciones —a veces llamadas grupos— se justifican por fechas de nacimiento, otras por publicación de primeros libros; a veces por cierta tendencia ideológica o por maneras de escribir. En todos los casos, estas premisas son más falsas que un euro de madera y en cuanto hurgas un poco se descomponen y empiezan a atufar. Las distintas condiciones para que exista una generación ya dan problemas en el propio Julius Petersen, su creador, así que no digamos cuando después han sido manipuladas por los «expertos» en Literatura.

Por no irnos más lejos, se apunta en España la generación de 1868 —que ya es disparate meter juntos en el saco a Pereda, Leopoldo Alas o Palacios Valdés—, luego la más famosa del 98 en la que sus componentes tenían que ver entre sí lo que un huevo con una castaña, pero ahí la tienen obligada para todos los libros de texto de los sufridos estudiantes. Apareció la de 1914 alrededor de Ortega, pero con más flecos que una alfombra persa. Andaban por medio los catalanes sacándose una de 1916 con tal de subirse a la palestra.

Aparecerá seguida la del 27 —grupo se le ha llamado, sobre todo de poetas— pergeñada a trompicones alrededor de un homenaje a Luis de Góngora y una antología de amigos en lo poético, pero repleta de añadidos y exclusiones, por donde vagabundean los dramaturgos, humoristas y artistas de otras disciplinas. Es decir, un batiburrillo. Recordemos que el mismo Cernuda la adelantaba a 1925 con criterios igualmente cuestionables.

Últimamente se ha añadido a este grupo, generación, o como diablos quieran llamarla, un grupo de mujeres que estaban totalmente dadas de lado y a las que se llama “las sinsombrero”. Por cierto, que en las antólogas que las recogen a ellas o a ellas con ellos, sigue habiendo ausencias incomprensibles.

También se mueve la de 1936, extraña y dislocada, a la que Vicente Marrero llegó a calificar de «minoría astillada del 36».

El remate anda en la llamada Generación del 50, o del medio siglo —se rompieron la cabeza los que dieron esta denominación— o de los «hijos de la guerra», en la que aparecieron unos cuantos —varios terminaron a guantazos dialécticos— y se dejó fuera a muchos más, tal vez porque en vez de hijos reales de la guerra sólo fueran hijastros, adoptados o vaya usted a saber qué. Insisto: puro camelo.

Para la segunda mitad del siglo XX y el primer cuarto del XXI que estamos cerrando ya se han multiplicado los intentos clasificatorios. Desde los de la poesía Social y luego los efímeros novísimos hasta los millennials de las redes sociales, ha ido apareciendo de todo: neosurrealistas, neorrománticos, realistas sucios, poetas del silencio, nuevos poetas sociales que ahora se denominan de la poesía entrometida o de la conciencia… y no digamos lo de la poesía de la experiencia, término que ya dejó claro Leopoldo de Luis en su sesión de Poetas en vivo cuando dijo ¿Pero se puede escribir desde otro sitio que no sea la experiencia?

De tan ecléctico batiburrillo solo se me ocurre decir que con su pan se lo coman los que necesitan clasificar, seleccionar y etiquetar. No se escribe bien por estar afiliado a no sé qué grupito ni se escribe peor por ir por libre y sin pasaporte oficial de poeta de no sé qué.

Entiendo que las leyes de educación y los resultantes planes de estudios, hechos desde el despacho de políticos, las más de las veces por criterios espurios y sin pajolera idea, y los críticos y profesores de la cosa literaria tengan, como dije al principio, necesidad de organizar en esquemas artificiosos lo que en conjunto no entienden, pero que nos lo den como dogma y se lo metan en vena a los estudiantes es una desvergüenza de tamaño natural.

Y lo peor es que hay pocos profesores como el de «El club de los poetas muertos» que se dediquen a romper las páginas de sus eruditos bodrios; y si alguno se atreve lo descalifican desde la tribuna de la soberbia académica.

Propongo desterrar para siempre la palabra «Generación» de los libros de texto y que se emplee tan solo como «acción y efecto de engendrar» que es más excitante y de más sustancia.

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Escrito por

Archivo Entreletras

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