No tengo un elucidario (1) para poder comprender tantas cosas como quisiera. Me gustaría, pero no lo tengo. Debo conformarme, como muchos, con esa sensación de andar un poco a ciegas, un tanto desconcertado ante el disparate crónico de la historia de este país y de sus gentes.
Ese libro podría aclarar tal vez por qué España tiene una afición cainita de primera categoría y, en cuanto se descuida, le crece una guerra civil, una secesión, sea por Barcelona, Cartagena, Tazacorte, la república gallega de Couto Mixto o las provincias vascongadas y hasta por la menos conocida intentona de independizar Andalucía y convertirla en una república, que fraguaron el duque de Medina-Sidonia y el marqués de Ayamonte, a mitad del siglo XVII, con apoyo del recién independizado Portugal del duque de Braganza y las promesas de ayuda de holandeses y franceses.
Ese libro podría explicar por qué es tradicional que los prebostes eclesiales se hayan pasado los siglos arrimados a los nobles y poderosos, ennobleciéndose y enriqueciéndose sin tregua mientras ejercían de domeñadores de humildes con limosnas y caridades. Sabríamos por qué esa manía de sacar en procesión y bajo palio a los dictadores y animar a los pobres para que aplaudan a los figurones.
Ese libro podría contarnos esa tendencia barbilampiña de los sectores progresistas, dados a tirarse los trastos a la cabeza por minucias ideológicas y permitiendo a los conservadores de siempre medrar sin pausa. Nos enteraríamos de por qué no hay forma de sacar adelante una revolución de las de verdad —si es que existen— y acabar con las explotaciones seculares, el mal gobierno sempiterno y el desprecio miserable de los privilegiados por las clases más bajas que sustentan con su pobreza dicho privilegio.
Ese libro explicaría por qué cada español lleva dentro un rey del mambo, un pretencioso estrafalario hinchado de vanidad, que suele llamarse orgullo como si eso fuera mejor, y que no se priva de considerarse más que el vecino, mejor que el cuñado y más rico que cualquiera, aunque sea de apariencia y el menor airecillo le levante la capa dejándole el trasero «a letra vista» que ya dijo Quevedo en el XVII (de por entonces nos vienen estas ínfulas si no es de antes).
Ese libro explicaría por qué un partido de fútbol puede atraer a las masas enfervorecidas que no convocan un premio nobel, un descubrimiento contra el cáncer o el centenario del Quijote.
Ese libro tal vez relatase la estupidez del «que inventen ellos» o del «yo no envié mis barcos a luchar contra los elementos» o del «vuelva usted mañana», por no decir el popular «¡qué se le va a hacer!»: Torpeza, dejadez, miedo, administración marrullera, desprecio de la cultura, falta de previsión, inútil prepotencia o recurso barato de echar siempre las culpas a otro.
Ese libro podría hasta explicarme este desánimo que hoy me acosa. Pero no existe ese libro, nadie ha escrito ese elucidario y, aunque existiera, como somos poco dados a leer íbamos a seguir sin enterarnos de por qué somos a veces tan buenos para alguna cosa y tantas veces idiotas para otras muchas.
(1) Elucidario: Libro que explica o aclara cosas oscuras o difíciles de entender.