marzo de 2025

PASABA POR AQUÍ / Elogio de la pereza  

Detalle de la tumba de Urraca López de Haro, cuarta abadesa de la Abadía de Cañas (La Rioja). Talla de Ruy Martínez de Bureba (1272)

(Con mis disculpas a los que buscan trabajo y no lo encuentran, pero es que eso es otro asunto)

Que conste que debo ser uno de los vagos que más trabaja en este país. La verdad es que me doy un asco a mí mismo que no veas.

¿Quién ha dicho que el trabajo dignifica al hombre? Algún cretino o algún aprovechado, sin duda, alguien de los que utilizan la dignidad como beneficio propio a costa del sudor ajeno.

¿Surge la dignidad de estar un tercio o más de tu vida haciendo algo que la mayoría de las veces no harías si pudieras elegir?

¿Y a qué llamamos dignidad? Si echamos un vistazo al diccionario, las palabras “dignidad”, “digno” y sus derivadas atufan a falsedad y a cuento chino, con perdón de los chinos que, dicho sea de paso, cuentan unos cuentos maravillosos. Leemos cosas como “gravedad”, “decoro”, “cargo honorífico”, “prebenda arzobispal”… y es como para echarse a temblar.

Sobre todo, debería tenerse en cuenta que cada vez que se habla de “indigno” suele entenderse grosero, vil, de baja condición, bellaco, ruin, abyecto… Pues no señor, entender eso sí que es una indignidad.

Lo verdaderamente digno es tema bien distinto y nada tiene que ver con la infatuación que se le aplica, suele estar lejos del trabajo, del cargo, de la importancia social o del supuesto precio y más cerca de la autoestima, del valor auténtico.

¿Alguien quiere decirme qué animal trabaja para algo más que comer y casi siempre lo justo? ¿El resto de su vida qué hace? Nada, reposar, contemplar, pasar el rato. Bueno, sí, hay algunos que no paran de “trabajar” para buscar esa comida, siempre al acecho, siempre activos, pero eso es más supervivencia que deseo, más necesidad que gusto.

Hay mucha más dignidad en la vaca meditabunda, sentada a la sombra de una encina, que en la misma vaca mascando hierba con la cerviz hundida en el pasto.

La holganza y la pereza han sido siempre mal vistas pero es de ahí de donde salen las grandes creaciones de la humanidad. ¿Que luego hay que aplicar esfuerzo para que esas creaciones se materialicen? Vale, pero nacieron casi siempre de la contemplación, de la mirada en reposo, del dolce far niente, aunque el niente siempre sea relativo.

Hay mucho más esfuerzo a veces en la vagancia que en el trabajo, mucha más voluntad y sin duda mucha más creatividad.

Cuando uno se entera de que la palabra trabajo viene del latín tripalium, yugo fabricado con tres maderas para atormentar a los delincuentes, empieza a sospechar que alguien nos ha vendido una moto que no funciona. Si además, en nuestra tradición judeocristiana, el trabajo es considerado un castigo divino, la cosa se pone fea de narices.

Prefiero el esfuerzo personal al trabajo impuesto, la voluntad a la obligación ordenada, la pereza voluntaria a la dedicación obligatoria, la ausencia de deseo a la necesidad.

Recuerdo aquella canción de Pablo Carbonell que hablando de un tal Pascual, desheredado currante sin futuro al que todo el mundo insistía cada vez que intentaba hacer algo: “Pascual, Pascual, tú a lo tuyo que es trabajar” y el pobre terminaba diciendo mientras agonizaba: “Trabajar, trabajar… ¡y para quién!”.

Que sí, que sí, que hay que comer… pero ¿de verdad era necesario trabajar tanto para eso? ¿Es necesario soportar que nos digan encima que el trabajo dignifica? ¿Tenemos que aguantar que nos pongan de ejemplo a la puñetera hormiga, laboriosa obsesiva, mientras echan pestes de la cigarra cantora?

Si además tenemos en cuenta que el trabajo de la mayoría redunda en beneficio de la minoría es cuando dan ganas de tirarse en la hierba, con la vaca, a la sombra de la misma encina, y decirle al que elogia el trabajo: Pues trabaje usted, hombre, trabaje, y déjeme a mí en paz.

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Escrito por

Archivo Entreletras

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