Entre los grandes teóricos del pensamiento político que han fundamentado los modernos Estados de Derecho y las democracias liberales, sobresale por derecho propio la figura de Montesquieu (1689-1775). Nacido en una familia con larga tradición en la magistratura (nobleza de toga), el joven Montesquieu siguió la tradición familiar e inició también la carrera judicial, obteniendo pronto una plaza de Consejero, y poco después, en 1715, la presidencia del Parlamento de Guyena (Burdeos). Ocho años después, renunciaría a su cargo para dedicarse por entero a su obra ensayística y literaria, a partir de 1723.
Su pensamiento se enmarca en el espíritu crítico de la Ilustración temprana en Francia, lo que se aprecia en su ponderada defensa de la tolerancia religiosa, en su preocupación por las salvaguardias de la libertad y en su concepto de felicidad cívica. No sorprende que se separase del subjetivismo idealista del racionalismo cartesiano. Montesquieu aspiraba a poder encontrar conocimientos concretos y empíricos, especialmente en el campo de la historia. Como muchos pensadores políticos franceses de los siglos XVII, XVIII y XIX, admiraba el régimen de gobierno británico y su constitución, y se erigió en el teórico más destacado de la idea de separación de poderes, lo que lo aproxima también al pensamiento político del británico Locke (1632-1704), que había formulado antes esa misma idea, si bien de un modo peor definido.
En 1721 publicó sus Cartas persas, obra que alcanzó gran difusión y que le dio fama internacional. Fue ésta una obra literaria de crítica costumbrista. El éxito de difusión logrado con las Cartas persas le dio la aureola de una magnífica reputación general, que le abrió en 1728 las puertas de la Academia Francesa. Justo en ese mismo año, se decidió a completar los estudios que había hecho en su biblioteca, con los que consideraba necesarios realizar en otros países, para lo que emprendió largos viajes por Italia, Suiza, Inglaterra, Holanda y Alemania, retornando luego a su retiro de Brede para escribir la que sería más popular de sus obras. Fue ésta las Consideraciones sobre las causas de la grandeza y decadencia de los romanos. Este gran estudio histórico, aparecido en 1736, sirvió para reafirmar el alto prestigio que ya lo acompañaba.
La publicación de las Consideraciones sobre las causas de la grandeza y decadencia de los romanos constituyó un hito histórico y teórico de primer orden. Durante más de mil años, Roma había sido objeto de veneración, de admiración, de inspiración, de ejemplo, de nostalgia y de añoranza. Durante toda la Edad Media el occidente europeo soñó con Roma y el orden romano hasta que, en el siglo XV, eclosionase con el Renacimiento esa lenta y gradual recuperación de la tradición romanista realizada por los medievales. Pero nunca había sido Roma objeto de una revisión crítica, especialmente en lo se refiere a su decadencia y caída final. Más de 1.300 años después de la destitución del último emperador de Roma, Rómulo Augústolo (476), Montesquieu elaboró la primera crítica histórica realizada sobre Roma y su final.
Años después, en 1776, el británico Edward Gibbon (1737-1794) iniciaría la publicación de una segunda gran revisión crítica de la caída de Roma, con su Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano, obra que ganó quizá tanta fama o más que la de Montesquieu. No obstante, la obra de Montesquieu no ha perdido vigencia ni prestigio y seguramente ha envejecido mejor que la de Gibbon. La obra de Gibbon estuvo muy influenciada por la opinión sobre el mundo medieval dominante en la Ilustración del siglo XVIII. Una opinión que fue formulada por Voltaire, para quien la Edad Media solo había sido una edad oscura de barbarie gótica. Entre ambas revisiones históricas hay algunas diferenciad notables. Para Montesquieu, la causa principal de la caída de Roma se debió a la paulatina en la pérdida de la virtus romana durante el imperio. Por su parte, y siguiendo a Maquiavelo, Gibbon consideraba que la causa principal de la caída final de Roma fue el auge y triunfo del cristianismo.
Las Consideraciones sobre las causas de la grandeza y decadencia de los romanos está considerada como una obra de plena madurez del pensamiento del autor. Una madurez desde la que abordó la elaboración de la que ha sido, sin duda, su obra más importante y la que mayor influencia ha tenido en la teoría política moderna, la auténtica obra maestra de Montesquieu. Se trata, obviamente, de El Espíritu de la Leyes, que publicó doce años después, en 1748. En esta obra desarrolló con mayor precisión que Locke la teoría de la división y separación de poderes. En ella, además de expresar su admiración por las instituciones políticas inglesas, afirmó que la legislación es la materia más importante de la que ha de ocuparse el Estado. Sus tesis inspirarían la estructura de división de poderes que establecería la Constitución de USA, de 1787.
En efecto, sería Montesquieu quien estableciese en su obra la formulación definitivamente aceptada de la “separación de poderes” que es universalmente reconocida en la actualidad. En ella, atribuyó al Parlamento el poder legislativo, el poder ejecutivo al Gobierno, y el poder judicial a los tribunales de justicia. Una materia esta que reviste una inusitada actualidad en nuestro tiempo presente.
Pero lo más original de los estudios de Montesquieu sobre el derecho y el Estado haya sido, quizá, el hecho de que acometiese la tarea de describir la realidad social según un método analítico, científico y “positivo”, que no se limitó a la pura descripción empírica de hechos, sino que buscaba articular la multiplicidad de datos de las realidades sociales en un reducido número de tipos; y, además, dio con ello una respuesta sociológica a la aparente diversidad de los hechos sociales, bajo el supuesto de que existe un orden o causalidad de los mismos, susceptible de una interpretación racional. Por esa razón, el Espíritu de las Leyes ha sido estimado también como el primer texto de sociología jurídica.
Se ha considerado a Montesquieu, con razón, uno de los grandes creadores del pensamiento liberal moderno. La teoría sobre la división de poderes ha tenido en Montesquieu, sin duda, a su máximo exponente en la historia del pensamiento político. Su obra ha servido de inspiración a los creadores de los incipientes sistemas de gobierno liberal de los siglos XVIII y XIX, y al moderno constitucionalismo, aunque su teoría no fuese la única propuesta para abordar esa división. La estructura de la idea de división de poderes de Montesquieu está muy influenciada por la práctica constitucional británica, en la que predominan los sistemas de contrapesos, de frenos y de controles, utilizados con moderación.