Biden derrota a Trump. El candidato demócrata supera los 270 votos electorales tras vencer en Pensilvania.
Si Joseph, Joe, Robinette Biden (Scranton, Pennsylvania, 1942), candidato demócrata a la Presidencia de los Estados Unidos de América, logra capear antes del 20 de enero de 2021 el furioso temporal suscitado por el rencor poselectoral del candidato a la reelección Donald Trump, el veterano senador por Delaware accederá a la Casa Blanca con un pesado fardo de tareas cargado sobre sus vetustas, pero fajadoras, espaldas. Pocos políticos estadounidenses sobre la escena cuentan con una experiencia tan rica como la de este Doctor en Derecho que ha permanecido 36 años en el Senado estadounidense, donde presidió la decisiva Comisión de Relaciones Exteriores y la igualmente crucial Comisión de Justicia de la Cámara alta del país norteamericano. Viudo y con dos hijos, de carácter aparentemente juicioso y templado, Biden ha consagrado su vida a la política, más específicamente al Partido Demócrata, de cuya élite forma parte y desde la que sería encumbrado a la Vicepresidencia de Estados Unidos durante los dos mandatos presidenciales de Barack Obama, entre 2009 y 2017.
La experiencia de Joe Biden como gestor político abarca también ámbitos como el de la Economía, ya que supervisó los gastos contra la recesión destinados a reparar las infraestructuras devastadas por la crisis financiera de 2008, al igual que protagonizó distintas leyes de alivio fiscal –aduana ésta ineludible de todo político que quiera medrar en Estados Unidos. Sin embargo, su principal proyección -y hoy la que más atención suscita- es la que esgrimió en la política exterior estadounidense desde la poderosa Comisión del Senado, donde mostró actitudes contradictorias, luces pacifistas y sombras militaristas, respectivamente, como su oposición a la Guerra del Golfo de 1991 por un lado, frente a su respaldo a la intervención militar en Libia; el apoyo a un nuevo acuerdo START, sobre limitación de armamentos, con Rusia o, por contra, su apoyo a la extensión militar de la OTAN a Europa del Este; o bien su anuencia con las guerras en la antigua Yugoslavia en los años 90, frente a la oposición al envío de más tropas estadounidenses a Irak en 2007, ejemplos todos ellos de tales contradicciones.
Los nuevos antagonismos a los que deberá hacer frente si accede a la Presidencia, como todo parece indicar, vendrán asignados al rastro de minas antipolíticas sembradas por Donald Trump durante su atrabiliaria e imprevisible trayectoria en política interior y exterior a los largo de los cuatro años de su atribulante mandato presidencial iniciado en 2016. El primero de todos los desafíos de Joe Biden será el de articular políticas sanitarias efectivas -no erráticas como las hasta ahora aplicadas por Donald Trump-, para atajar la pandemia Covid-19, que se ha cobrado ya más de 250.000 muertes en el país trasatlántico; más de 10 millones de personas se han visto infectadas allí por el virus. La crisis sanitaria ha devenido en crisis étnica y social, pues ha puesto de relieve, con insólitas tasas de desempleo, pobreza y desamparo, las profundas desigualdades que segregan tajantemente del bienestar y de la salud no solo a la población afroamericana, la más dañada por la adversidad, sino a toda aquella ciudadanía, sobre todo obreros agrícolas e industriales, que sufre las devastadoras consecuencias de la precariedad y pelea por subsistir a base de tacaños subsidios públicos.
Tan creciente inmiseración se ve en Estados Unidos inducida por un sistema económico hegemonizado por un tipo de capitalismo financiero caracterizado por un grado de especulación e inhumanidad sin precedentes que, con erráticas y especulativas prácticas en busca de tasas gananciales vinculadas al mero movimiento de capitales y no a la generación de riqueza, ha puesto en jaque al capitalismo industrial que llevó a Estados Unidos a la cima mundial en décadas precedentes. La apuesta telemática norteamericana, cada vez más distanciada del mundo energético, cuenta con poderosísimos competidores en la arena internacional que no dan tregua a Washington, blindado en su pugna por conservar la hegemonía en este nuevo y dinámico escenario, cuyo descontrolado rumbo hacia la inteligencia artificial y la robótica, por poner solo dos ejemplos, tanto daño causa y va a causar en el mundo laboral.
Crisis sanitaria, sangría laboral
Por ello, surge la pregunta obligada: en caso de que Biden acceda a la Casa Blanca, ¿cómo serán las políticas sociales que emprendería para cortar la sangría de empleo e inversión que ahora se registra a borbotones por la catastrófica conjunción de la crisis sanitaria con la crisis económica inducida por el capitalismo financiero de casino? De no hacerlo prontamente, los estallidos sociales pueden escalar violentamente hasta proporciones inadmisibles, en un país de 320 millones de moradores por el que circulan hasta 400 millones de armas cortas y largas, semiautomáticas y automáticas, por mor de una anacrónica cláusula constitucional, procedente de la etapa en que la autodefensa personal en la expansión hacia el Oeste –expansión objetivamente genocida, por cierto- autorizaba portarlas.
Requisito obligado para el futuro presidente será acabar, al menos en los ámbitos oficiales, con el llamado negacionismo anti-pandémico del anterior inquilino de la Avenida de Pennsylvania, sede de la Casa Blanca. Pero el poso siniestro que las arbitrarias declaraciones y gestos ha dejado Donald Trump sobre la infantilizada sociedad estadounidense va a ser, sin duda, una incrustación ideológica muy difícilmente erradicable.
Expectativas ¿bélicas o pacíficas?
Medio mundo, desde el Extremo hasta el Próximo y Medio Oriente, sin olvidar la América Latina otrora tan castigada por precedentes Gobiernos demócratas, permanece atento a si Joe Biden –que mostró en su pasado actitudes intervencionistas en Libia, Yugoslavia e Irak- mantendrá o no la tónica seguida por Trump de no participar militarmente de manera directa en guerras exteriores a los Estados Unidos.
El senador demócrata y vicepresidente con Barak Obama ha anunciado que restablecerá los acuerdos contra el cambio climático suscritos ya por casi todo mundo, que fueron suprimidos de un plumazo por Donald Trump. Empero, vamos a ver qué autonomía, al respecto de la cuestión medioambiental, le dejan -o no- adquirir los poderosos lobbies agro-químicos, petrolíferos, eléctricos, farmacéuticos, industriales y telemáticos. Lo mismo cabría decir de su propósito de retomar el pacto nuclear con Irán, firmado por Obama y liquidado por Trump, habida cuenta de la presumible resistencia que le opondrán al respecto Arabia Saudí y, sobre todo, Israel, que cuentan desde hace décadas con un ininterrumpido y muy poderoso ascendiente sobre la política exterior estadounidense.
¿Proseguirá la peligrosa guerra arancelaria y, señaladamente tecnológica, con China, contienda que abrió su antecesor retado por Pekín? Este es uno de los puntos que más interés -e inquietud- concita en el mundo, porque parece que el país asiático ha logrado una fórmula de supuesta armonía político-económica -esto es Partido Comunista-Economía comercial-, que expande su influencia a escala mundial a un ritmo respecto al cual Estados Unidos parece haber perdido pie.
Sobre las delicadísimas relaciones entre Estados Unidos y Corea del Norte –China detrás, siempre atenta- relaciones que Trump pareció haber distendido, ¿conservará Biden la política de contención vigente hasta ahora con el régimen de Pyongyang o bien optará por parar los pies a los reiterados escarceos nucleares y misilísticos del líder norcoreano que, muy presumiblemente y por parte de éste, aumentarán en la expectativa de una nueva espiral negociadora?
Los analistas se preguntan también si Joe Biden acometerá –o no- una política militar y comercial agresiva hacia Moscú o, por el contrario, contemporizará con el Kremlin, tal y como ha hecho Trump con Vladimir Putin, líder supremo de Rusia. Se desconoce si propondrá, como algunos temen y vaticinan, una mayor profundización estratégica de la OTAN en el Este de Europa.
La herida de Europa
Numerosos analistas se preguntan si conseguirá Joe Biden restañar las heridas abiertas por Trump entre Estados Unidos y Europa y si mitigará o no el anti-europeísmo manifiesto en las presiones ejercidas sobre Boris Johnson para que el Reino Unido abandonara cuanto antes la unión continental. Presumiblemente, Estados Unidos volverá a algunos de los importantes foros internacionales de los cuales fue apartado por el showman del tupé rubio, como alguien ha denominado al actual inquilino de la Casa Blanca, del cual el equipo del candidato presidencial demócrata teme que puede volver a aventar, ante los tribunales, las anómalas prácticas comerciales del hijo de Joe Biden en Ucrania. Sus denuncias casi llevan a Trump al impeachment, por retener ayuda oficial estadounidense al presidente ucraniano mientras no le fuera facilitada información para poder erosionar al candidato demócrata que ahora parece arrebatarle la Presidencia.
Si llega a la Casa Blanca, las tareas que se yerguen ante Joe Biden, como cabe ver, presentan un perfil casi titánicos por su propia envergadura y también, y sobre todo, por la controvertida herencia recibida de Donald Trump. Pero en esa arriesgada lid, Biden contará con la cercanía de una futura vicepresidenta prestigiosa, Kamala Harris, políglota y progresista, abogada y senadora, cuya fama como fiscal en distintos destinos de su California natal (Oakland, 1964) le ha llevado a la antesala de la Presidencia de la República federal estadounidense. Hija de un profesor de Economía jamaicano y de una oncóloga de origen tamil, del sur del subcontinente indostánico, Harris, de extracción social elitista, cuenta con un pedigrí demócrata que ya quisieran para sí otros actuales líderes del partido de los Kennedy, Clinton y Obama.
El Partido Demócrata de los Estados Unidos ha sido el paradigma de las organizaciones políticas pretendidamente progresistas que más han transigido con el discurso económico de sus rivales republicanos. La coyuntura actual parece tan grave como para que exigir que Joe Biden se convierta a la fuerza en un nuevo Franklin Delano Roosevelt (presidente socialmente progresistas entre 1933 y 1945), en contraposición al icono de su homónimo primo quinto y ortodoxo imperialista, Theodor Roosevelt, que ejerció la Presidencia estadounidense entre 1901 y 1909. Veamos cómo evolucionan los acontecimientos en los 70 días que quedan hasta que culmine el desenlace electoral.