agosto de 2024 - VIII Año

Libertad y desigualdad. Paulino Garagorri, un señor liberal

Paulino Garagorri

Paulino Garagorri, don Paulino para sus muchos alumnos y seguidores en la vieja Facultad de Ciencias Políticas de la Complutense, fue un filósofo español nacido en 1916, en San Sebastián, y fallecido en Madrid en el 2006. Fue un catedrático sin cátedra.  Su obra y vida responden con exactitud a los ideales y formas de conducta de un señor liberal. Un hombre civilizado y civilizador. Un Señor.  Porque su liberalismo no es de pacotilla, sino discreto, o sea sabio, está hoy más vivo que ayer. Su crítica a los falsos liberales, a esos doctrinarios de dogmática rigidez, incapaces de prestar atención a los argumentos de sus adversarios hasta integrarlos en la suya, es aún más actual que en su tiempo o, mejor dicho, en los tiempos de las diferentes etapas del Franquismo, la Transición y el Felipismo sociata. Fue un intelectual liberal, un hombre de letras, que cuestionó la dictadura y preparó, como pocos, la llegada de la democracia. Impulsó proyectos culturales como la editorial Alianza, junto a José Ortega Spottorno, la revista cinematográfica Objetivos, al lado de Juan Antonio Bardem y Ricardo Muñoz Suay. También estuvo en los orígenes de El País y, cuando sus amigos “liberales” se entregaron al poder del dinero socialista, lo abandonó.

Participó en muchas batallas culturales y algunas políticas, pero quizá la más decisiva fue la divulgación del pensamiento político liberal de Ortega que, dicho sea de paso, no triunfó. Pero en su fracaso, o sea, el fracaso colectivo de una sociedad que no ha sido capaz de entender la política liberal y la defensa de la nación española, está hoy su vigencia. Su gran éxito es la defensa del liberalismo español, especialmente el que representa la figura de Ortega, contra viento y marea. En efecto, si el respeto y protección de la minoría disidente es prueba clave del pensador liberal, la cuestión esencial a la que el liberalismo debe dar respuesta, dice Garagorri en Libertad y desigualdad, es “como enfrentarse al poder totalitario del Estado que amenaza la vida contemporánea”. Las razones del liberalismo, hoy son obvias y sabidas: “Poner límites al Estado. Si renunciamos a la utopía anarquista es forzoso admitir el Estado, y en la fecha en que vivimos aceptar su crecimiento, pero el Estado ha llegado a ser hoy el enemigo del hombre. Y la tradición del pensamiento liberal ofrece una constante y aleccionadora preocupación por reducir los límites de su intervención.” (Paulino Garagorri, 110). Su liberalismo antes y después de la guerra, junto a su republicanismo, nunca fueron negociables. Su integridad intelectual llegó hasta el punto de renunciar a una cátedra en la universidad por negarse a jurar, como era costumbre y ley, los Principios Fundamentales del Movimiento en la época de Franco.

Fue uno de los escasos supervivientes de la vieja Facultad de Filosofía de la Universidad Central que, después de la Guerra Civil, continuó y remató sus interrumpidos estudios. Don Paulino marcó una línea de continuidad entre la cultura filosófica de antes y después de la Guerra Civil. Asumió su destino. No podía representar otra línea de pensamiento que no fuera la de Ortega, aunque sería falso no atender su trabajo de investigación y exposición sobre la historia de la filosofía española, especialmente relevantes son sus trabajos sobre Unamuno, Zubiri y Américo Castro. En todo caso, por encima de todas sus empresas políticas e intelectuales, hay una que destaca o, al menos, yo la considero clave en la trayectoria de este personaje. Tiendo a pensar que la edición de las Obras Completas, de José Ortega y Gasset, llevada a cabo por Paulino Garagorri es tan buena, limpia y fresca que merece figurar en la Historia de la Filosofía Española Contemporánea. Gracias a su labor editorial sobre la obra de Ortega, según mi parecer, la escuela orteguiana, dicho en el sentido más lato de la expresión, no ha caído en los inertes comentarios de unos escoliastas sin otra pretensión que sustituir la vieja escolástica por una nueva. Esta labor, hecha con discreción y humildad, es impagable en un país más preocupado por las rupturas que por las continuidades.

Si tuviera que destacar una de sus principales grandezas, como maestro en la divulgación y ampliación de la filosofía de Ortega, me atrevería a decir que ha sido el primero de todos en mostrar que la obra de Ortega es decisivamente política. Elevó de nivel esa filosofía. Nadie puede escribir sobre la política de Ortega prescindiendo de la obra editorial de Garagorri. Les pondré un ejemplo. En el año 1973, Ediciones de la Revista de Occidente, en la colección El Arquero, publicó tres volúmenes de Ortega dedicados a sus Escritos políticos: Vieja y nueva política. Escritos políticos, I (1908/1918). La redención de las provincias, II (1919 1928). Rectificación de la República, III (1929-1932). Me parece una gran selección, casi insuperable, pero es obvio que cualquiera podría decir y por qué no entresacar páginas de España invertebrada o La rebelión de las masas, obras estrictas de Filosofía Política, para una selección de sus textos políticos; incluso por qué no considerar grandes textos políticos algunos que, en principio, son considerados de estética, de reflexión del arte, como La deshumanización del arte. Pero, seamos sinceros, esa supuesta objeción sería imposible hacerla sin la selección previa de textos políticos hecha por Garagorri.

Toda selección de textos políticos de Ortega tiene un problema filosófico de fondo que, en mi opinión, debería ser abordado, aunque solo sea en escorzo, para no llamarse a engaño. Ese problema, que los especialistas en Ortega se resisten a tratar, creo que puede resumirse en una frase: Ortega es sobre todo un filósofo de la política. Pues eso, exactamente me ha enseñado Garagorri.  Más aún, el principal asunto de reflexión de Ortega es: la política de España. Su primera gran obra, Meditaciones del Quijote, lo expresa con rigor: “El lector descubrirá, si no me equivoco, hasta en los últimos rincones de estos ensayos, los latidos de la preocupación patriótica. Quien los escribe y a quienes van dirigidos, se originaron espiritualmente en la negación de la España caduca. Ahora bien; la negación aislada es una impiedad. El hombre pío y honrado contrae, cuando niega, la obligación de edificar una nueva afirmación. Se entiende, de intentarlo.

Así nosotros. Habiendo negado una España, nos encontramos en el paso honroso de hallar otra. Esta empresa de honor no nos deja vivir. Por eso, si se penetrara hasta las más íntimas y personales meditaciones nuestras, se nos sorprendería haciendo con los más humildes rayicos de nuestra alma experimentos de nueva España.”[1]

Volvamos sin embargo a los llamados propiamente textos políticos de Ortega. Seamos políticamente correctos con las denominaciones. Reconozcamos la valía de los Escritos políticos que publicó la Colección el Arquero de Revista de Occidente. Esos tres libros llevaban una nota preliminar de Paulino Garagorri. Indicaba el editor de estos libros que los escritos políticos de Ortega se recogían en los vólumenes 10 y 11 de sus Obras Completas, edición de 1969[2], pero aquí se incluían  otros textos de Ortega que se hallaban “en el conjunto de su obra”; aunque Garagorri no indicaba cuáles eran esos escritos políticos que no se hallaban en los volúmenes mencionados de esa edición de las Obras Completas, es fácil comprobar  la inclusión de textos, en esta edición de los Escritos políticos, que habían sido publicado en otros volúmenes de la edición de las OC, por ejemplo, en el libro titulado Vieja y nueva política. Escritos políticos, I, aparecía la famosa conferencia impartida por Ortega, en la Sociedad “El Sitio”, de Bilbao, el 12 de marzo de 1910, titulada La pedagogía social como programa político. Se trata de un texto político fundamental  para entender las grandes obras de Ortega, que había sido incluido en el volúmen I de las ya citadas OC. Algo parecido sucedía con el breve y enjudioso texto Bajo el arco en ruina, que aparecía en el volúmen III de las OC, y fue publicado en El Imparcial el 11 de junio de 1917, y que fue reeditado en la primera edición de el libro La redención de las provincias, año 1931, con la siguiente nota: “Bajo el arco en ruina fue publicado (…). Pocos días antes, en Barcelona, se habían declarado en rebeldía las Juntas de defensa del arma de Infantería. Las disputas a que este artículo dio lugar, trajeron como resultado la fundación del periódico El Sol, por don Nicolás Urgoiti.”

He ahí un par de ejemplos, entre un ciento, de la inmensa labor editorial de Garagorri. Es la base para justificar una sencilla tesis: el pensamiento de Ortega es básicamente político. Garagorri ha mostrado pasajes de la obra de Ortega necesarias para entender porqué al hombre español le es imposible huir de la política. Merece la pena transcribir las palabras de Ortega recogidas por Garagorri, a propósito de su introducción a los Escritos políticos, de Ramón Pérez de Ayala, en la editorial Alianza:

“En otros países, acaso sea lícito a los individuos permitirse pasajeras abstracciones de los problemas nacionales: el francés, el inglés, el alemán viven en medio de un ambiente social constituido. Sus patrias no serán sociedades perfectas, pero son sociedades dotadas de todas sus funciones esenciales, servidas por órganos en buen uso. El filósofo alemán puede desentenderse no digo yo que deba de los destinos de Germanía; su vida de ciudadano se halla plenamente organizada sin necesidad de su intervención. Los impuestos no le apretarán demasiado; la higiene municipal velará por su salud; la Universidad le ofrece un medio casi mecánico de enriquecer sus conocimientos: la biblioteca próxima le proporciona de balde cuantos libros necesite; podrá viajar con poco gasto, y al depositar su voto al tiempo de las elecciones volverá a su despacho sin temor de que se le falsifique la voluntad. ¿Qué impedirá al alemán empujar su propio esquite al mar de las eternas cosas divinas y pasarse veinte años pensando sólo en lo infinito?

»Entre nosotros el caso es muy diverso: el español que pretenda huir de las preocupaciones nacionales será hecho prisionero de ellas diez veces al día y acabará por comprender que para un hombre nacido entre el Bidasoa y Gibraltar es España el problema primero, plenario y perentorio.

Este problema es el de transformar la realidad social circundante. Al instrumento para producir esa transformación llamamos política. El español necesita, pues, ser antes que nada político.»

Los párrafos anteriores, dice Garagorri, no fueron escritos por Pérez de Ayala (1881-1962), sino por Ortega y Gasset (1883-1955), miembro de su misma generación histórica, y contienen la justificación de la labor política de uno y otro. La fama mayor de Ayala reposará, ciertamente, en su obra puramente artística —la novela, la poesía—, pero el ensayo y el artículo ocupan un vasto lugar en su legado literario y contienen reflexiones y juicios de notable interés; y entre ellos, los dedicados al tema de la política nacional conservan, además, la actualidad que les confiere el que la vida política española, a despecho de su azarosa inestabilidad, mantiene un persistente estancamiento en sus básicas imperfecciones.”

Ignacio Gómez de Liaño

Pero, si la labor y valía de un maestro se mira y evalúa por la calidad de sus discípulos, elijo a Ignacio Gómez de Liaño, entre los buenos e inteligentes que tuvo Garagorri, quien ha evocado en su último libro, Instantáneas del tiempo 1978-1979. Diario personal (Ed. Siruela, 2024), no sólo las formas amables, extraordinariamente civilizadas, de su mentor en el trato personal y académico, sino también su valía intelectual.  Limpio es el retrato que extraigo de las muchas veces que Gómez de Liaño cita a su maestro, Garagorri, en esta singular novela filosófica de la España de los años 78 y 79 del siglo pasado. Cuenta Ignacio con mucha gracia sus conversaciones en el coche de Garagorri sobre el arte de la memoria, Giordano Bruno, emblemas, jeroglíficos, iconoclastas y demás (Ibid. 89). También recuerda con precisión algunos juicios de don Paulino sobre el comportamiento cerril de los comunistas ante el adversario intelectual: “Paulino Garagorri comentó cómo los del PCE siguen siendo la Inquisición. En este país aún no se ha aprendido a respetar al disidente. Garagorri tiene cierto temor de que, dentro de unos años, a los que son hoy comandantes o coroneles no se les ocurra idea mejor que hacer una revolución socialista”, que, claro, será más fascista que otra cosa (…). Garagorri se refirió con el término ‘cáncer’ a ciertas anomalías de la vida española, y con razón.” (Ibid. 333).

Y, naturalmente, Ignacio no olvida nunca anotar algunos ensayos y trabajos de Garagorri sobre algunos grandes de la literatura europea, como Goethe, que han influido en su forma de encarar la vida y su propia obra literaria. Nada mejor puede decirse de un maestro, eso creo, que haberlo releído: “Me he releído la conferencia de Garagorri sobre Voltaire y Diderot.” (Ibid. 333). En fin, si hemos de juzgar al maestro por el discípulo, mi juicio no puede ser nada más que afirmativo. El libro de Ignacio Gómez de Liaño es una obra mayor de la literatura española del siglo XXI. Una novela, como todas las grandes novelas de España, filosófica. En su búsqueda del sentido de la existencia recuerda, sin que Ignacio sea consciente del asunto, a la obra más perfecta de Unamuno: Cómo se hace una novela.  La obra de filosofía española más sutil de los años veinte del siglo pasado. Por cierto, la novela de Unamuno, dicho sea de paso, es comentada por el propio Gómez de Liaño para estudiar los nexos que la unen a su libro Los juegos del Sacramonte, aunque él no la hubiera leído cuando escribió el suyo. He ahí uno de los mejores resultados de la metaliteratura practicada por Gómez de Liaño es esta obra (Ibid., 194).

Lean, en fin, la obra de Gómez de Liaño para hallar entre sus páginas a un personaje singular de la España del siglo veinte: don Paulino Garagorri, un señor, genuinamente liberal, pero no olviden que el pretexto de este libro, de  533 páginas de letra muy comprimida, son los Años de la Transición y también los que anteceden a la Movida madrileña, donde aparece todo tipo de personajes, cuya única virtud, nunca mejor dicho, es aparecer y desaparecer, aún con los fulgores y las sombras de los instantes vividos. Son deliciosas las páginas tangentes al propio devenir de la narración; es ahí donde aparecen los grandes encuentros y conversaciones que Ignacio Gómez de Liaño tiene con algunos grandes de las bellas artes de España, por ejemplo, Salvador Dalí. Imprescindibles son esas páginas para comprender al más grande pintor de España del siglo XX. Y también son imprescindibles las páginas dedicadas a Garagorri, uno de los grandes pensadores liberales de la Transición.

[1] ORTEGA Y GASSET, J. Obras Completas, I. Revista de Occidente, Séptima edición, Madrid, 1966, pág. 328.
[2] En la nueva edición de las Obras completas IV y V.

Este artículo ha sido publicado por Libertad Digital.

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