Voy a volver a Andalucía, la Madre, la Tierra de María, la titulan los Hispanistas siguiendo la tradición popular. Por diversas circunstancias que no vienen al caso, se me quedo atrancada esta columna que escribí con sabor navideño y tanto cariño a aquella tierra, y a los días pasados en Úbeda. Ahora quiero que vea la luz, antes de pisar aquella bendita tierra.
Hagamos un flash back cinematográfico, un travelling, y tras este aviso a mis lectores, aquí va mi columna perdida.
Kairós o la vuelta a un instante, fuera de la ley de Chronos
Tras las largas vacaciones de la Navidad y sus banquetes queda un cierto empacho físico y psíquico que conviene evacuar de alguna manera.
Estando así las cosas (“rebus sic stantibus”) puse rumbo al Sol Invictus de Andalucía y me instalé en la ciudad de Úbeda, hermosa y resplandeciente como nunca.
Gimnasia viajera/ gimnasia mental
Allí tuve el encuentro con mi amigo, el antropólogo José Luis Anta. Fueron unos días maravillosos de pensamientos paseados, recomendaba Nietzsche (nunca pensamientos sentados). El tema de reflexión que propuse fue qué es un intelectual, hoy.
Recordamos que cuando éramos estudiantes de ciencias sociales, el quid de la cuestión era: el binomio intelectuales-clases sociales. La pertenencia de clase de los intelectuales, su relativa autonomía, o la supeditación a sus orígenes, generalmente burgueses. Seguíamos la obra de Antonio Gransci y su intelectual orgánico, leíamos a Elias Canetti, y a Pierre Bourdieu, entre otros. Con él tuve el honor de investigar en Paris.

Ahora, en el presente, qué paseos tan cargados de energía e inspiración por Úbeda, la bella. De estos días, rindo homenaje a mi querido amigo José Luis Anta, al que quiero “ennegritar” (subrayar con mis negritas), con quien compartí el tema de los intelectuales hoy. Y al gran hombre renacentista que me seduce Francisco de los Cobos, lo pudo todo, menos ganarle la batalla a la señora Muerte que se llevó a su joven mujer. Y por siempre, a esa inolvidable ciudad de Úbeda.
De ese encuentro, traigo al palco Magno de mis Negritas para mis lectores el texto que acordamos. Convinimos que desde el Mayo Francés y quizás hasta la desaparición de Pierre Bourdieu (1930-2002) con su obra en general y en sus últimos años con la revista Combats (la sociología es un arma de combate) ha desaparecido el intelectual icónico que conocíamos. Afluían a París, al boulevard Raspail, a la EHESS, intelectuales de todas partes del mundo, no exagero, llegaban a recibir sus enseñanzas sociológicas y a construir sus tesis doctorales con él.
¿Qué es un intelectual hoy?
El intelectual, tal como lo imaginó el siglo XX, ha muerto. Su figura, glorificada como conciencia crítica y portador de la verdad, yace descompuesta bajo el peso de un mundo que ya no lo necesita, o que, más precisamente, lo ha subsumido en sus lógicas de espectáculo. No hay intelectuales, solo fragmentos de su cadáver, dispersos en las industrias del contenido, en los algoritmos que venden discursos como mercancías, en los micrófonos que amplifican opiniones al ritmo del “trending topic”. El intelectual de antaño era un mediador: entre la verdad y el poder, entre el pueblo y la élite, entre el pensamiento y la acción.
Pero, en el presente, ¿qué verdad queda por mediar?
La verdad se ha convertido en flujo, en transacción, en actualización constante. En este paisaje de imágenes edulcoradas y discursos desechables, el intelectual clásico no encuentra espacio.
Ha sido reemplazado por expertos que narran la técnica, opinólogos que traducen las pulsiones del mercado y comunicólogos que empaquetan la apariencia de sentido para la venta rápida.
El intelectual contemporáneo, si existe, no se reconoce ya como tal. Se ha disfrazado de artista, de poeta, de músico, de “performer”.
No busca escribir manifiestos; se inserta en las grietas de lo cotidiano, se filtra en los lenguajes del cuerpo, del sonido, de la imagen.
Ya no asume la distancia, ya no es el faro de luz que ilumina la oscuridad, porque sabe que el faro mismo es sospechoso, que toda iluminación puede ser una trampa.
Su herramienta no es la certeza, sino la interrupción.

Pero también, y con más frecuencia de la que quisiéramos admitir, el intelectual ha sido devorado por la maquinaria de la imagen.
Es un “influencer” de ideas, un productor de contenidos que se adapta a la cadencia vertiginosa de las redes sociales.
La profundidad se transforma en “threads”, la crítica en “likes”, la radicalidad en “engagement”.
Este no es un intelectual, sino su parodia, un operador más de un sistema que absorbe toda resistencia para convertirla en espectáculo.
En un mundo donde el poder ya no se esconde, donde se exhibe descaradamente como imagen, ¿qué sentido tiene el intelectual?
Solo uno: convertirse en el perturbador de esa imagen, el saboteador del simulacro.
El intelectual que importa hoy no busca ofrecer verdades, sino desestabilizar las mentiras en las que nos hemos acomodado.
Su tarea no es explicar, sino incomodar; no es educar, sino generar vacíos, crisis, zonas de indeterminación.
Quizás el intelectual, si aún tiene sentido hablar de él, ya no sea una figura reconocible. Es el fantasma que habita las fisuras del sistema, el eco que insiste donde todo parece haber sido silenciado.
María Antonia García de León, UCM
José Luis Anta, UJA