Hoy quiero hablar de la vocación. Esta “rara avis” se encarna magníficamente en ciertas personas, otras dan infinitos tumbos hasta encontrarla. Son las “aborrescentes”, personas que cual adolescentes perpetuas no saben qué ser. Otras, sí.
Esta mañana invito al Palco Magno de mi columna a Basilio Rodríguez Cañada, editor. Él es mi negrita.
¿SABES QUÉ QUIERES SER?
Paseo por la ciudad. En el paisaje urbano, veo esta pregunta que me impacta, me conmueve, me produce un cierto pavor. Es sólo el anuncio, en una valla publicitaria, de una universidad privada en busca de alumnado.
Sin embargo, hoy, para mí, es la voz de la Sibila que habla, la interpelación del oráculo sobre el futuro, que me desconcierta y asusta. Para mí, ha sonado a un lenguaje telúrico. Para nada es el lenguaje de la publicidad.
Siempre me ha fascinado el llamado tema de la vocación. En bastantes escritos míos de corte sociológico, he criticado y desmontado ese concepto por socrático y esencialista. Ahora, quizá, atemperado un cierto sociologismo, comienzo a concederle que hay algo más que la construcción social de la realidad (Berger & Luckmann).
Creo que Basilio Rodríguez Cañada encontró pronto el encaje en el mundo de la cultura, su protohistoria: Director de Colegio Mayor Universitario en Madrid, gestor y animador cultural. Yo fui su joven profesora de Sociología de la Educación en la Universidad Complutense de Madrid. Esto fue un comienzo.
Un personaje del Rey Lear dijo: “La madurez es todo”. La madurez, quizá, no lo sea todo, porque es indispensable por otras etapas para llegar a ella. Pero es cierto que aquel que no la tiene queda incompleto. Encantador, quizá, pero tronchado para siempre.
Hay personas que nunca llegan a madurar. Que no llegan nunca a ese punto de perfección que la madurez implica. Pueden ser admirables frutos verdes, milagrosos brotes, capullos misteriosos, pero no superan nunca ese estadío. Con respecto a los escritores, hay algunos cuyo encanto es, precisamente, el de no madurar. Hay rosas que son hermosas sólo en capullo. Otras que alcanzan su esplendor sólo en plena floración y tardan en deshojarse[1].
Este es el segundo y completo encaje que ha encontrado Basilio Cañada en el mundo de la edición y gestión cultural. Ha logrado una brillante madurez.
Pasados los años, nos hemos vuelto a encontrar en esta su segunda etapa. Produce gran alegría, transmite energía vital, ver a una persona en el punto de encaje (como diría el legendario Don Juan de Castaneda). Hallado ese punto, el trabajo se convierte en una especie de épica personal, no cuesta, no es un fardo, y, en absoluto, es una alienación. Así, vemos a Basilio tomar sin pereza alguna trenes y aviones para ir a acompañar a sus autores, escritoras, poetas… en los muy abundantes actos de presentación de libros que figuran en su agenda. Lo vemos, con frecuencia, cruzar el charco a Nuestra América (Martí dixit) encendernos con su pasión americana, que es la nuestra, por aquel inmenso continente de la lengua española, el Territorio Mancha, territorio literario que abarca las dos orillas (Carlos Fuentes dixit). En su agenda no quedan en el olvido los países del Mare Nostrum (Túnez, Egipto…).
Basilio es nombre de rey. Así, reina en gozosa y creativa madurez en la familia SIAL (como se enorgullece de llamarnos) y entre sus obras, ajenas y propias (no ha dejado su pluma de poeta, ensayista y otras artes).
Reina sobre las obras, que construyen una singular arquitectura-palacio suyo, el catálogo de un editor, sin duda, su mejor galardón.
Basilio Rodríguez Cañada, una épica cultural.
[1] Me estoy haciendo eco del semblante que la genial Victoria Ocampo hace de Jorge Luis Borges. Diálogo con Borges. Victoria Ocampo. Ed. SUR S.A., 2014.
